Dejando las redes

El genio musical de Bob Dylan siempre fue incuestionable. Sus primeros trabajos salieron al mercado después de haber grabado una o dos tomas por canción, nada más. Se dio el caso incluso que en su famosa “Rainy day women 12 & 35” el guitarrista principal Robbie Robertson no aparece en los créditos porque no participó en ella. Cuando le preguntaron la razón dijo. “Creo que salí un momento a comprar tabaco o algo así, y cuando volví al estudio ya la habían grabado sin mi”. Aparentemente, no necesitaron su ayuda.

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La vida humana hoy ya no tiene valor como vida en sí, sino sólo como información, como “noticia”, por eso las redes sociales dominan el mundo. Todos quieren ver las noticias de otros, y compartir las suyas, pero en esa misma expresión se olvidan de vivir, porque quieren fotografiarlo todo, grabarlo todo, compartirlo todo. Puede decirse que muchos viven para que los demás vean lo que hacen: ponen, por ejemplo, una foto de su desayuno y contestan a todos los que le escriben mientras comen ¡Dejando de disfrutar de lo que hacen!

Por otro lado, los medios de comunicación están llenos de “realitis” en los que todos viven las vidas de otros, en el llamado fenómeno “gran hermano”. Cuando vi ese programa por primera vez hace muchos años, pensé que no duraría mucho tiempo porque me pareció ridículo. ¡Qué equivocado estaba! Ha llegado la hora de la torpeza, el día de la incomprensión. Perdóname que lo diga, pero a veces me da la impresión de que vivimos en el mundo de la tontería. Nos interesa más la vida de otras personas que disfrutar de la nuestra, porque le estamos pagando a otros con algo más valioso que el dinero, ¡con nuestro tiempo! Lo dedicamos a ver lo que están haciendo, aunque sea una auténtica ridiculez.           

Mientras tanto, nos quejamos de que no tenemos tiempo para nosotros mismos, para la familia, los amigos, para crear e imaginar.

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Apaga el televisor, el ordenador, el teléfono, el Facebook, Twitter, Instagram, etc. y ¡VIVE!

Si no es así, puede que “salgas por un momento a ver algo” y te pierdas la melodía de la vida. Vivimos en la sociedad del ocio, trabajamos menos y ganamos mucho más que nuestros abuelos y, por lo tanto, tenemos mucho más tiempo libre, pero no sabemos disfrutar. No creamos, no ayudamos a los demás, no pasamos tiempo con la familia, no paseamos ni hablamos, no pensamos ni reflexionamos, no imaginamos ni soñamos ¡No somos capaces de dedicar tiempo a las amistades verdaderas! No jugamos ni reímos con los demás, no escuchamos las historias de nuestros mayores, no conocemos el corazón de quienes amamos ni de aquellos que nos aman. No leemos algo que merezca la pena y estimule nuestro pensamiento, no acompañaos a los que están pasando momentos difíciles…

Y ¡Por si fuera poco! No tenemos tiempo para hablar con Dios y escucharle. Triste, sobre todo, porque Él sigue desafiándonos con una promesa sublime: “Si buscáis al Señor vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma, lo encontrareis” (Deuteronomio 4:29).