Una nueva mirada a la declaración universal del apóstol Pablo (1)

   La llamada “Declaración Universal” del apóstol Pablo se encuentra en la Epístola a los Gálatas, 3.26-28:

“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 3.26-28).

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Creemos necesario citar los tres versículos anteriores en los cuales el término “todos” afecta de manera determinante la lectura del versículo 28, que recoge la llamada declaración universal de referencia. El “todos” repetido por dos veces hace referencia a “todos” los seres humanos sin importar su nacionalidad, su condición social, su sexo o cualquier otra diferencia que pudiera haber entre los seres humanos y que hubiera sido (o sea) causa de división entre ellos. Una proyección de esta declaración una vez llevada a cabo la obra salvífica divina por medio del Señor Jesús, la encontramos en el libro de Apocalipsis a modo de una especie de resumen de lo que será la humanidad redimida:

“Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación…” (Ap.5.9)

Efectivamente, la declaración universal del apóstol Pablo hecha al principio del anuncio de la obra redentora de Jesús, declaraba que todos los muros que los seres humanos habían levantado entre ellos, habían sido derribados por medio de la obra –muerte y resurrección- de nuestro Señor Jesucristo (Ef. 2.14-19) mientras que la declaración de Apocalipsis, nos presenta aquella realidad teológica, pero llevada a cabo a lo largo de la historia y culminada con el cumplimiento de los propósitos restauradores de Dios. Las naciones, las razas, las lenguas, los pueblos, cada uno con sus propias identidades, nunca debieron usar sus diferencias para la división y las guerras entre ellos. Pero por Cristo Jesús, al final toda división habrá sido anulada a tal punto que toda diferencia habrá contribuido y contribuirá de forma definitiva y absoluta, a “dar a conocer la multiforme sabiduría divina por medio de la Iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef.3.10)

Dicho lo cual a modo de introducción, la llamada declaración universal que parece decirlo todo respecto de las relaciones entre todos los seres humanos creyentes, no parece que haya sido interpretada adecuadamente por la mayoría de teólogos y enseñadores a lo largo de la historia de la Iglesia. La razón de su discutida interpretación, en la práctica, ha estado –y está- en los otros pasajes donde el apóstol sí parece aceptar las diferencias entre el amo y el esclavo, por una parte, y el hombre y la mujer, por otra.

Entonces ante el contraste entre la llamada declaración universal de Pablo y los pasajes donde aparentemente se contradice (no creo que así sea, precisamente) unos han optado por interpretar dicha declaración sin hacer mucho caso –por ejemplo- de los pasajes limitadores del ministerio público de la mujer en la iglesia. Ellos encuentran en esta declaración paulina base suficiente para no hacer diferencia entre el hombre y la mujer a la hora de llevar a cabo el ministerio público en paridad con el hombre. Otros, sin embargo, interpretan la misma declaración universal no en el sentido de que Dios rompa con los roles tradicionales de cada uno en la sociedad, sino en el sentido de que Dios no hace diferencia entre unas clases y otras de seres humanos en relación con la salvación a diferencia de lo que creían gran parte de los judíos en tiempos de Jesús y de Pablo. Es por eso que cuando supieron que el Evangelio de la salvación había llegado a los gentiles, Pedro hizo esta preciosa declaración: “Ahora entiendo que Dios no hace acepción de personas…” (Hch.10.34-35). Algo que extrañaba a muchos judíos. De ahí que cuando supieron que los gentiles habían recibido el Evangelio de Jesús con pruebas suficientes de que habían sido aceptados por Dios, ellos  exclamaron: “¡De manera que también a los gentiles Dios les ha dado arrepentimiento para vida!” (Hch.11.18).

La conclusión de los que creen que la declaración universal de Pablo hablaría solo de la salvación se basa en que todos somos iguales ante Dios, pero las diferencias de funciones o roles, quedarían igual. De ahí que después de leer Gálatas 3.28 con la interpretación hecha anteriormente –dicen- haya que tener muy en cuenta los pasajes donde el apóstol Pablo ordena el papel tanto del hombre como de la mujer en la Iglesia.

   Uno de esos pasajes se encuentra en 1Co.14.33-35, donde a la mujer se le ordena guardar silencio en la iglesia:

“Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1ªCo.14.33-35).

Luego, está el texto donde el apóstol Pablo ordena:

“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”. 1ªTi.2.11-14

Dichos textos -a juico de muchos- estarían limitando la interpretación de su magna declaración universal; y esto, por mucho que los otros afirmen que no. Por tanto y basándose en las prohibiciones mencionadas se posicionan en contra de que la mujer tenga ministerio público alguno en la iglesia. Pero ¿qué significan esas palabras de Pablo, en Gál.3.28, en toda su expresión? ¿Cómo podemos compaginar esa declaración universal con los otros pasajes limitadores?

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Para mayor “preocupación” de los que como el que escribe, parece que no hacemos mucho caso de los pasajes limitadores o que los interpretamos de otra forma, hay quienes nos lanzan, además, una seria “advertencia”  que es para inquietarse. Refiriéndose a la primera interpretación que deja de lado los pasajes limitadores leemos lo siguiente:

“Aunque esto suena bien, contiene un error muy básico. Ellos están usando su interpretación del significado de un Escritura para dejar de lado la declaración expresa de otra Escritura. Esto es inaceptable en un líder cristiano. Cualquiera que desecha cualquier porción de la misma está descalificado para el liderazgo de la iglesia.” -Tito 1.9- (Morris León. 2000, 97)

Que alguien como el que escribe esta reflexión, con un recorrido académico casi nulo, contradiga a un experto como el conocidísimo León Morris, es mucho más que atrevido. Pero a veces uno debe correr el riesgo, estando convencido de que ser experto en algo, no siempre le amerita para llevar la razón en una interpretación bíblica cualesquiera.

Lógicamente, el señor Morris tiene razón en lo que dice sobre “usar una interpretación… dejando de lado la declaración expresa de otra Escritura”. Hacer eso estaría mal. Lo que pasa es que “la declaración expresa de otra Escritura”, en este caso, pudiera no tener el significado, y por tanto, la aplicación que el señor Morris y otros le dan. En tal caso esa declaración del mencionado autor sería muy arriesgada. Por otra parte se le podría devolver el argumento de la misma manera. Porque de estar equivocado, entonces sería él el que estaría dejando de lado “otra Escritura” a favor de su propia interpretación.

Por tanto, llegando a ese punto, ¿quién estaría desechando una Escritura en favor de otra? La tesis de Morris –y los que como él piensan- es que, aunque Pablo dice que “ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer, etc.” eso se refiere a que Dios no hace acepción de personas respecto de la salvación, pero no afectará para nada al papel que Dios ha asignado al hombre y a la mujer en la iglesia. Y aquí, lógicamente entra la interpretación de los pasajes limitantes aludidos. Sin embargo, su argumento de que lo dicho por Pablo no afecta los roles diferentes entre el  hombre y la mujer, tampoco debería prevalecer con relación a la posición social que había entre las personas esclavas y los amos ú otras que eran libres. Lo cual sería muy chocante a la luz de una teología antropológica bíblica.

Mucho nos tememos que la declaración universal de Pablo en Gálatas 3.28, en principio, no ha sido bien interpretada, ni tampoco desarrollada de forma práctica completamente. Y eso debido a dos factores: Por un lado la inexacta interpretación del concepto “salvación”; y por otro, las dificultades culturales, políticas, sociales y religiosas del tiempo del Nuevo Testamento, para poder llevar a cabo todo cuanto la declaración universal de Pablo implicaba para que se pudiera expresar la obra redentora de Cristo, en la relación de las personas unas con otras, como en su momento también comentaremos. No parece que el contexto cultural, social y político se prestara para acercarse, en la práctica, lo más posible a “como fue hecho al principio” por el Creador; punto de referencia que fue expresado por el Señor Jesucristo.

Luego, hacer referencia a “lo cultural” en los pasajes limitadores mencionados anteriormente, es considerado a menudo, por muchos, un tanto “peligroso” debido a que existe el temor de que enseñanzas esenciales de la palabra de Dios pudieran diluirse y dejaran de tener la importancia que tienen al volcar el interés en favor de la cultura y “las modas del momento”. O quizás por obrar de acuerdo a “lo políticamente correcto”. Ejemplos no nos faltarían de los cuales echar mano. Pero los que están empeñados en buscar la verdad de “las cosas que pertenecen a la vida y la piedad”, entendemos ese temor y participamos de él. Sin embargo dicho temor no debería impedirnos proseguir en el empeño mencionado, ni siquiera por las críticas que podamos recibir, vengan de donde vengan.

Por tanto, partiendo de estas posiciones bastante encontradas, me propongo llevar a cabo una “mirada” diferente a la llamada declaración universal del apóstol Pablo, teniendo en cuenta los otros pasajes donde aparentemente contradicen dicha declaración.