Si algún evangelio no nos cambia y no nos convierte en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor, no es el auténtico Evangelio. Muchos religiosos van investidos de una especie de “divinidad” que les paraliza, que les impide pararse y acercarse a los heridos del mundo. Si es así, esa especie de “divinidad” es hipocresía y orgullo propio. Algunos se creen tan espirituales que, como al sacerdote de la parábola, les da miedo de mancharse y contaminarse con la sangre, la miseria y el dolor de los heridos del mundo. No pueden ser evangelizadores, ni anunciadores, ni testigos del auténtico Evangelio, testigos de Jesús Evangelio de Dios.
Hay muchos servidores de lo religioso que estarían dispuestos a dedicar horas al templo, cantar, alabar, decorar y limpiar la casa del Señor, pero su religiosidad les exige ponerse de espaldas al dolor de los hombres y buscar el gozo celestial. Falsas divinidades, falsas religiosidades, falsos servidores. Podrán ser charlatanes, pero no evangelizadores. La evangelización implica el poder dejar cosas para ponerse a disposición de los heridos del mundo.
Los indiferentes ante el dolor de los hombres, ante los excluidos, pobres y marginados; los indiferentes ante los caídos, oprimidos y despojados de su dignidad; los que, con indiferencia, dan la espalda al dolor de los hombres para buscarse un autodisfrute religioso; los que no son movidos a misericordia, no pueden ser evangelizadores. La misericordia es un sentimiento propio de los que tienen a Dios en sus vidas.
Cuando no se da la misericordia ante el prójimo, cuando no somos movidos a misericordia, nuestros rituales, prédicas, charlas, sermones, oraciones, cultos, ofrendas y aleluyas son, como diría el apóstol Pablo, metal que resuena y címbalo que retiñe y que hace daño en los oídos de Dios. La evangelización necesita de la fe que actúa por el amor y la misericordia. Como hizo Jesús. No en vano muchos ven en la figura del samaritano a la figura de Jesús mismo.
El que tiene a Dios en su vida, el que es movido a misericordia y compasión, el que actúa movido por el amor como fruto de una fe activa, no puede buscar el autodisfrute religioso y pasar con indiferencia ante los heridos del mundo. Su acción solidaria ante el prójimo es evangelizadora.
El que es capaz de acercarse al prójimo, dejando las seguridades religiosas y los autodisfrutes insolidarios, el que se para vendar heridas, ya está lanzando un mensaje evangelizador. El que usa su aceite y su vino para calmar dolores y desinfectar a los heridos del mundo, está dando fe de su conexión con Jesús, Evangelio de Dios a un mundo sumergido en dolor e injusticia. El que usa su cabalgadura por amor al prójimo, aunque él tenga que ir andando y haciéndose ampollas en los pies, está comunicando un mensaje. Yo creo que faltan muchos de estos mensajes evangelizadores en el mundo cristiano. Mensajes que no anulan la palabra, sino que la apoyan y dan credibilidad.
Aquél, cuyo proyecto de vida se pospone para ayudar a los heridos del mundo, cuando habla, su palabra tiene autoridad, puede comunicar la auténtica Palabra que traspase los corazones y las almas como espadas de dos filos. Así, el que usa el Evangelio como bella teoría que le hace disfrutar, pero que no le compromete con los heridos del mundo, los que son cumplidores legalistas y estas leyes les atan las manos para actuar con amor, los que se maltratan las rodillas rezando, pero no consiguen cambiar sus vidas y sentirse movidos a misericordia para con los heridos del mundo, se deberían replantear su vida religiosa, la vivencia de su espiritualidad, no sea que esté a años luz de la vivencia de la espiritualidad cristiana.
El cristianismo no es un sentimiento ni una teoría bonita, sino un compromiso con Dios y con el prójimo. Un estar disponible para Dios y para el prójimo, un convertirse en las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Quien no experimenta estos cambios que le comprometen, no puede ser evangelista. Será un charlatán y palabrero o un orador excelente, pero el evangelista es otra cosa.
El evangelista, además de usar su palabra o la Palabra, se para, se compromete, ayuda, sirve. Por eso el Samaritano fue el que anunció, fue testigo y realizó el mensaje del Evangelio en el mundo. Su gesto solidario sigue iluminando hoy al mundo, sigue evangelizándonos. Hoy se necesita el Evangelio del Samaritano. Señor, transfórmanos para que seamos capaces de hacer nosotros lo mismo.
Es una manera muy comprensible de hablar de Dios al mundo hoy en categorías totalmente entendibles. Más comprensible que muchos de los alegatos de teólogos o evangelistas profesionales en el mundo hoy. Señor, enséñanos a saber hablar de Dios en el mundo hoy, a realizar tu Palabra, sin que por ello abandonemos la palabra y la voz que el mundo necesita.
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