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Es para preocuparse

Habría que preguntarse cuáles son aquellas cosas que, por pertenecer a la Revelación divina, deberíamos respetar y no sobrepasar.

PALABRA Y VIDA AUTOR 942/Angel_Bea 21 DE MARZO DE 2022 11:37 h
Imagen de [link]Sixteen Miles Out[/link] en Unsplash.

Dentro de las complicaciones que implica la interpretación del texto bíblico, quizás tendríamos que plantearnos que una vez identificadas aquellas, las cosas podrían ser más sencillas de lo que algunos nos plantean. Digo esto con mucho temor pues hay dos extremos aquí de los cuales deberíamos cuidarnos.



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Por una parte, aquel en el cual se sitúan los que por sus altos conocimientos pretenden tener el monopolio de la interpretación bíblica. En la Iglesia Católica Romana esta prerrogativa la tiene el llamado “Magisterio de la Iglesia”, el cual es el único autorizado para interpretar y ordenar lo que se ha de enseñar en relación con las Sagradas Escrituras. Pero en el campo protestante también hay quienes pretenden ser los auténticos intérpretes de las Escrituras, en base a sus vastos conocimientos sobre todo lo relacionado con el texto bíblico. De tal manera es así, que pareciera que si no llegas a su nivel no puedes entender lo que dicen las Escrituras, dado el grado de serias dificultades, dicen, con las cuales se encuentra el intérprete.



Afortunadamente la cuestión esencial no es tanto la de “estudiar profundamente” (lo cual y en todo caso, cuanto más se haga, mejor) en vista de que no todos los que lo hacen llegan a las mismas conclusiones. ¡Eso nos da cierto alivio a los que no somos expertos en nada! Pero por otra parte estarían los que menosprecian el estudio y la preparación necesaria para poder abordar la interpretación de las Escrituras. Ellos creen que nada de eso sería necesario. Claro, ya conocemos su argumentación acerca de que “Jesús eligió a 12 hombres sencillos, pescadores, etc.” Argumento que no tiene base alguna, puesto que ni siquiera piensan que siempre que echan mano de una Biblia en su propia lengua, esta es el resultado de un trabajo de eruditos y expertos. Y no digamos de los diccionarios, comentarios y obras relacionadas con la geografía, la historia y los idiomas bíblicos. Por tanto, siempre hemos de enfatizar que el estudio es necesario y cuanto más, mejor. Dicho estudio debería ir siempre acompañado de un espíritu humilde, con oración y teniendo en cuenta no solo al que inspiró las Escrituras (2ªTi.3.15-17; 2ªP.1.21) sino además, las muchas contribuciones que han hecho los estudiosos en todos los campos relacionados con este tema.



Pero con respecto a la primera posición y pretensión, leía hace algún tiempo algunos párrafos de la obra de Frank Theilman, de referencia y que copio aquí:



“Mucho después Rudolf Bultmann sostuvo que los escritores del Nuevo Testamento frecuentemente oscurecieron sus más profundas nociones teológicas detrás de antiguos arreos mitológicos y culturales. Los teólogos del Nuevo Testamento, dijo, deben usar un conocimiento enciclopédico de la cultura antigua y una comprensión sensible del problema perenne de la existencia humana para separar entre el mito y el conocimiento en el Nuevo Testamento. Bultmann llamó a este procedimiento «crítica del contenido» (Sachkritik) y creía que mediante su implementación cuidadosa uno en realidad puede entender a los escritores del Nuevo Testamento mejor que lo que ellos mismos se habrían entendido a sí mismos.



Bultmann, por ejemplo, creía que cuando Pablo habla de la resurrección de los muertos en 1 Corintios 15, inevitablemente envuelve el contenido real de lo que quería decir en «el mito oriental de salvación del hombre original». Aunque no podemos ya aceptar este mito de la manera en que Pablo lo hizo, podemos penetrar debajo del mito al punto básico de Pablo: «Cuando Pablo habla de la resurrección de los muertos, es claro que quiere hablar de nosotros, de nuestra realidad, de nuestra existencia, de una realidad en que nosotros estamos». Ocasionalmente Pablo se sale del sendero de tales nociones trascendentes, como cuando levanta una apologética por la resurrección de Jesús de los muertos como un hecho histórico creíble (1 Co 15:3–8). Estos desvíos del contenido real de Pablo se deberían dejar a un lado, junto con los arreos culturales en los cuales se expresa su significado real, como irrelevantes para la iglesia de hoy”. i



Tal y como Bultmann lo plantea, a menos que tengamos “un conocimiento enciclopédico de la cultura antigua…” no será posible que lleguemos a una comprensión de lo que los autores del Nuevo Testamento querían decir, dado que ellos “oscurecieron sus más profundas nociones teológicas (…) con los antiguos arreos mitológicos y culturales”. Esta declaración nos coloca a los que no tenemos esos grandes “conocimientos” en la condición de incapacitados inútiles para entender “todo el consejo de Dios” que comienza con el conocimiento del “camino de la salvación, por medio de la fe que es en Cristo Jesús” (2ªTi.3.15); pero por otra, nos deja en una dependencia total y absoluta de los grandes “expertos” en conocimientos bíblicos, como cuando estábamos bajo el “Magisterio” eclesiástico. Pero se da la circunstancia de que éstos muy a menudo contradicen el testimonio claro y definitivo de las Escrituras llamando “mitos” y “arreos culturales” a lo que siempre se ha reconocido como parte esencial de la Revelación divina.



Claro que es verdad que los grandes estudiosos de hoy “pueden entender a los escritores del Nuevo Testamento mejor de lo que ellos mismos se habrían entendido a sí mismos”. Pero habría que preguntarse en qué cosas sabemos más y cuáles son aquellas que por pertenecer a la Revelación divina, deberíamos respetar y no sobrepasar. Así, cuando un día escribía en un medio público, sobre la muerte redentora del Señor Jesucristo en la cruz, un lector aparentemente bien formado desde el punto de vista teológico, me interpeló diciendo:



“Eso de la muerte redentora de Cristo no es verdad. Lo que pasa es que los autores del Nuevo Testamento estaban condicionados por la teología del Antiguo Testamento, de los sacrificios de animales… y todo eso... y se la aplicaron a Jesús y a su muerte. Pero Dios no necesita de ningún sacrificio redentor y expiatorio para salvarnos…” ii



Dicho de otra manera, las verdades esenciales que conforman la teología cristiana y que nosotros recibimos de las Sagradas Escrituras y del testimonio de Jesús y sus apóstoles, no serían sino “los arreos mitológicos y culturales” en los cuales ellos se habían criado y formado. La “verdad” estaría escondida detrás de esos “mitos”. Sin embargo, desde el punto de vista de los autores bíblicos, basta leer los escritos de Juan, de Pablo o de Pedro para ver cómo calificaban los apóstoles a los que negaban algunas de las verdades esenciales relacionadas con la persona y obra de Jesús (1ªJ.4.1-4). Ellos no se anduvieron con muchos rodeos ni por las ramas. Pero es de suponer que esas descalificaciones que los apóstoles hacían, no deberían tener valor alguno para nosotros, dado que ellos -según Bultman y otros- tampoco estaban nada claros desde el punto de vista teológico.



Pero retomando el hilo de mi argumento, afortunadamente no todos los expertos llegan a las mismas conclusiones (¡eso nos da cierta paz a los que no lo somos!). Al respecto recuerdo haber leído algo que viene a pelo traer a colación, tomado del libro que aparece en la referencia adjunta:



“El estudio de la hermenéutica ha consumido gran parte de las energías creativas durante las últimas décadas; a su desarrollo se han aplicado a veces mentes muy brillantes, hasta el punto de que su complejidad continúa creciendo. En cuanto al tema de la hermenéutica, me viene a la mente el famoso chiste de Mark Twain, aunque no se refiera exactamente a esto: ‘La investigación de muchos comentaristas ha arrojado ya demasiada oscuridad sobre la cuestión; y es probable que, si siguen adelante, pronto nada sepamos sobre el tema’” iii



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Aunque esta última declaración hace que esbocemos una sonrisa, quizás a algunos se nos borre cuando leamos esta otra cita de otro autor bien conocido:



“¿Los resultados? La hambruna espiritual de la cual Amós habló. Dios castiga nuestro orgullo dejándonos con la aridez, el hambre y el descontento que brota de nuestra incapacidad auto inducida de oír su Palabra. La situación es tan paradójica como patética, pues la crítica erudita siempre ha afirmado que su análisis histórico microscópico de los libros de la Sagradas Escrituras le da a la Iglesia la Biblia en un sentido en el cual la Iglesia nunca tuvo la Biblia antes, y en un sentido esto es bien cierto. La crítica erudita ha agudizado las herramientas de exposición bíblica y ha aclarado el significado de muchos pasajes bíblicos. Nos ha dado comentarios del valor más alto. Ha inventado una técnica de análisis temático de las Sagradas Escrituras sin la cual los diccionarios teológicos y las teologías bíblicas de los últimos sesenta años nunca podrían haber sido escritas. En estos respectos ha pagado dividendos enriquecedores. Sería un pecado contra la luz negar esto. La Conferencia de Lambeth de 1958 tuvo razón al registrar «nuestra deuda a la multitud de devotos estudiosos que... han enriquecido y profundizado nuestro entendimiento de la Biblia». Sin embargo, la queja constante en contra de la crítica erudita desde su inserción ha sido que le quita la Biblia a los fieles, lo opuesto de lo que pretende. Y esta queja es cierta también. Aquí yace la paradoja del movimiento crítico: le ha dado a la Iglesia la Biblia de un modo que ha despojado a la Iglesia de la Biblia, y ha conducido a una hambruna de oír las palabras del Señor”.iv



Todo lo cual es para preocuparse seriamente. Sin embargo, el creyente fiel siempre tendrá en cuenta que “la voz del Dios Santo” fue recogida y nos fue dada a través de las Sagradas Escrituras que, en palabras del Verbo encarnado reconoció como “la Palabra que sale de la boca de Dios”; esa “palabra que vive y permanece para siempre” aunque todo lo demás que parece perdurable, pasará. (Lc.21.33; 1P.1.24-25)



Notas



 



i Thielman Frank. 2006. “Introducción a la Teología del Nuevo Testamento”. P.31.



ii Esta afirmación demuestra que las declaraciones hechas por teólogos de mediados del pasado siglo XX, perduran en el tiempo en muchos de sus seguidores, aún después de muchas décadas.



iii Carlson Donald A. 1999. “Amordazando a Dios”. P. 65. (Las cursivas son mías)



iv J. I. Packer J. I. 2007. “La voz del Dios Santo”. P.26. (Las cursivas son mías)


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
22/03/2022
08:28 h
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El artículo demuestra que el problema esencial consiste en la autoridad. Si los cristianos tienen un desencuentro sincero en cuanto a la Palabra de Dios. ¿Quién decide? ¿Cuál interpretación de la Escritura es la correcta? En Hechos 15 la solución fue un concilio, con Pedro para garantizar la unidad de fe porque si no somos uno el mundo no creerá. Juan 17:21-23
 



 
 
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