Si esa Palabra no se puede ver encarnada en la vida y el ejemplo de los cristianos, no se da la evangelización. Puede ser que el hombre, en su rechazo, no esté rechazando La Palabra, sino la incoherencia de los predicadores o el mensaje no consecuente de la iglesia anunciadora.
Cuando en nuestros actos evangelísticos hay cantidad de personas que rechazan el mensaje, ¿qué está ocurriendo? Se dan las siguientes posibilidades: 1.- El escuchante está rechazando La Palabra, es oidor olvidadizo, no acepta el mensaje de las Buenas Noticias, del Evangelio. 2.- El escuchante está rechazando el estilo de iglesia que anuncia este mensaje, mensaje que no ve encarnado en el mundo en donde hay tantos millones de cristianos. No ve que el mensaje esté avalado por la forma de vida eclesial. 3.- Que la iglesia no esté anunciando el auténtico Evangelio y no se trate en su mensaje de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana. Que el hombre esté rechazando algo que, en realidad, no es el Evangelio. 4.- Que la vida de los evangelistas o predicadores esté negando el mensaje del Evangelio que se predica.
Por eso es tan importante que el mensaje evangelístico sea Palabra hecha carne. Por eso es tan importante la interrelación que se da entre evangelización y encarnación del mensaje. Jesús fue un Evangelio vivo no anunciado solamente a base de palabras.
Por otra parte, pensando en el Evangelio encarnado, en el Verbo hecho carne, a veces, deberíamos reconocer que fomentar el Evangelio entre las gentes, no es sólo preparar un paquete evangélico y entregarlo a los hombres. Después del Jesús encarnado, en el mundo, en el hombre, en la naturaleza y en la historia hay algo de divino. Tiene que haber algo de Evangelio encarnado, tiene que haber luces evangélicas en medio de las sombras del mal. Muchas veces el evangelista, el que extiende el Reino de Dios entre los hombres, el que lo hace presente, es el que es capaz de ver en los hombres, en la humanidad y en la historia, muchos vestigios y parcelas evangelizadas, vestigios de lo divino en medio de lo humano, trazas de evangelio hecho vida en culturas y formas de comportamiento, restos evangélicos que convierte en auténticamente humanos a muchos hombres.
Así, es también evangelizador o evangelista, el que va buscando, descubriendo, poniendo de relieve y potenciando lo que de evangelio pueda haber en un mundo en el que Dios se ha encarnado. Por eso, muchas veces, más que entregar nuestro paquete evangelístico, deberíamos ser potenciadores de lo que de sublime, divino y evangélico hay en medio de la historia de los hombres, sin que esto sea excluyente de otras formas de evangelizar. El evangelista debe reconocer lo que de divino y auténticamente humano hay en nuestra historia, en medio de la vida de los hombres... y potenciarlo. Es como ir abriendo camino en la misma dirección en la que nos quiere llevar el Evangelio: amor, projimidad, dignificación de las personas, búsqueda de la paz, de la no violencia, la solidaridad entre los hombres, el compartir el pan en una mesa compartida en la que también se puede compartir la Palabra, la promoción social de las personas en un mundo más justo... Todo esto puede ser redescubrir lo que de divino y evangélico hay hoy en el mundo para potenciarlo. Es caminar en la línea de los valores del Reino, en la línea de una verdadera humanización que no es ajena a lo que de divino y evangélico hay en el hombre, en la humanidad y en la historia. Es caminar en líneas de salvación y de liberación no sólo para el más allá, cuestión que es fundamental, sino para nuestro aquí y nuestro ahora.
Jesús, en su encarnación y con la irrupción de los valores del Reino en nuestra historia, ha ido delante de nosotros. En el mundo hay retazos de lo divino, de los valores dignificadores del Evangelio. Por eso, se puede afirmar, aunque nunca de manera excluyente, que cuando la iglesia o los creyentes potencian, promocionan, anuncian, confirman, ponen de relieve, proclaman lo que de Dios hay ya en la humanidad, se está evangelizando. No estamos lanzando nuestro paquete evangelístico, sino potenciando lo que de divino hay ya entre los hombres, porque delante de nosotros ha ido el verdaderamente humano que, a su vez, es verdadero Dios. Esta búsqueda y potenciación de lo divino en medio de la humanidad, de lo bueno y de lo honesto, de lo que dignifica al hombre y le saca del no ser de la exclusión, opresión y marginación, siempre siguiendo la línea que marcan los valores evangélicos, es evangelizar, es un potenciador de La Palabra verbalizada, es hacer del Evangelio vida y palabra encarnada... Palabra redentora encarnada por los que están llenos del Espíritu de Dios.
Este Evangelio encarnado que comparte la vida, el pan y la Palabra, es el Evangelio que va a evitar las posibilidades de las que hablábamos de que el rechazo sea del estilo insolidario de iglesia que anuncia, del rechazo de un evangelio que no es el auténtico o el hecho de que la vida de los agentes evangelizadores estén negando el Evangelio predicado. Hay que encarnar la Palabra y buscar lo que de Palabra encarnada hay ya en el hombre, en el mundo y en la historia. Eso es también evangelizar.
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