La Biblia tiene mucho que decir sobre la confianza, estableciendo una distinción entre las falsas fuentes de confianza y la verdadera fuente de confianza.
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Entre las palabras más preciosas que pueda haber en cualquier idioma está confianza. Resulta llamativo que en la lengua latina tiene la misma raíz que otras palabras que nos son bien familiares y que tienen una importancia fundamental, entre las cuales estarían fe, fidelidad, fiador o fianza, entre otras. De hecho, la palabra latina confido, de donde viene confianza, está formada por dos, que son cum y fido, siendo la primera la preposición con y la segunda el vocablo fiarse, de ahí con-fiar.
Unida a esta familia de palabras va asociada la idea de seguridad, porque se asume que aquello en lo que se pone la confianza es estable, es decir, suficientemente sólido para responder ante la eventualidad que pueda surgir, proporcionando descanso a quien ha depositado su confianza en ello.
Que la confianza, aun siendo una palabra y una noción solamente, es un elemento imprescindible en las relaciones humanas, se aprecia hasta en los campos más prácticos y terrenales de la vida. Por ejemplo, ¿qué inversor va a poner su dinero en un proyecto que no le inspira confianza? Aunque el dinero es algo muy tangible, hasta el punto de que se toca y se ve, sin confianza, que no se toca ni se ve, nadie emprenderá un negocio de ningún tipo. Si se contrata un seguro, de la clase que sea, es porque hay una confianza implícita en que la compañía de seguros estará a la altura de las circunstancias, cuando llegue el momento de necesidad. Si dos naciones firman un tratado de acuerdo mutuo, es porque existe entre ambas un nivel previo de confianza de que se cumplirán los términos del mismo. Si esto es así en los aspectos más prosaicos e interesados de la existencia, no lo es en menos en los que están en juego cuestiones más elevadas, como la amistad o el amor. En resumen, la confianza es la condición ineludible para cualquier relación recíproca que busca construir y edificar.
La Biblia tiene mucho que decir sobre la confianza, estableciendo una distinción entre las falsas fuentes de confianza y la verdadera fuente de confianza. Las falsas son muchas y variadas; la verdadera sólo una. En las falsas se ponen unas expectativas que, finalmente, no se realizan o si se realizan es solamente de forma parcial y fugaz. En ellas se procura encontrar la seguridad y la satisfacción que produce la obtención de lo deseado, para descubrir, duramente, la falta de consistencia esencial que tenían.
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Una de las fuentes donde se procura poner la confianza es en las riquezas, al pensar que ahí está la plenitud de todo lo que alguien puede desear. Para muchos, ayer y hoy, el dinero es lo que merece confiabilidad, por encima de lo demás. Es una confianza grandemente engañosa, porque hace creerse a la persona independiente y auto-suficiente, cuando, en realidad, la riqueza es volátil y efímera. El poder, en cualquiera de sus formas, es otra confianza falsa, al insuflar un sentimiento de superioridad y dominio, que desemboca en el orgullo y ejerce una seducción engañosa que embriaga al que queda poseído por el mismo. La justicia propia es otra confianza falsa, por la que el individuo se erige en juez de sí mismo, aprobándose y absolviéndose, pensando que sus merecimientos personales son incontestables y aferrándose a ellos para justificarse también ante los demás, si bien tal justicia propia no es más que hojas de higuera con las que se intenta tapar la miseria moral.
Pero si hay una confianza falsa por encima de todas, ésa es la que se pone en el hombre. En el hombre en general. Porque quien está hecho de barro ¿cómo va a ser base de sustentación? ¿Qué material valioso y trascendental puede esperarse que sostenga quien procede del polvo de la tierra? ¿Qué fiabilidad y credibilidad se puede dar a quien es voluble y cambiante por antonomasia? ¿Cómo esperar que venza el mal, quien es portador del mal? ¿Cuándo o dónde quien es oscuridad irradió luz? ¿Podrá quien es mortal contrarrestar a la muerte?
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Fíate del Señor de todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia.’ (Proverbios 3:5). Aquí es donde aparece la verdadera fuente de confianza, que es Dios. Digno de ser creído, porque es inmutable; de ser asentido, porque es fiel; de ser confiable, porque es verdad. Es en quien puedo poner toda mi fianza, porque su palabra no es contradictoria, como la de los hombres, sino coherente y eterna. Y no hay cabida para el recelo ni la sospecha de que, en un momento determinado, pueda fallar y cambiar. Por eso el texto añade ‘de todo tu corazón’, es decir, confiar sin el menor resquicio de duda y surgiendo tal confianza del mismo centro de la personalidad. El tweet agrega el aviso de no apoyarse en las propias facultades, es decir, en uno mismo, que es la fuente de toda falsa confianza.
Creerse tan listo como para pensar que se es suficientemente inteligente, bastándose a uno mismo, es apoyarse, engañosamente, en la propia prudencia. Desconfiar de uno mismo es el primer paso para llegar a la verdadera confianza, la que no queda decepcionada ni defraudada, porque se ha puesto en quien es creíble y confiable.
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