La luz de Dios que quiere iluminarnos es un mensaje de posibilidades de cambios, de nuevas iluminaciones, de nuevos valores, de diferentes etilos de vida.
El grito navideño: ¡evangelio, evangelio! Es necesario y urgente en el mundo. Debería estar siempre anclado en nuestras gargantas. El Evangelio es precisamente eso, una buena noticia. Hoy sería necesario que el mundo lanzara este grito con independencia de que sea Navidad o no. Debería ser el grito que ahuyentara el miedo, que echara fuera el temor, que aliviara las depresiones que abaten a tantas y tantas personas en nuestro mundo. Nadie duda de que estamos rodeados de temores, muchos y diferentes miedos tanto reales como irreales, horrores a que puedan venir situaciones peores que nos agobien y nos sepulten bajo un manto de angustias.
Pandemias que asustan a la humanidad, virus que sepultan a muchos de nuestros coetáneos, rumores de guerras, de hambres, de pobrezas. Pandemias psiquiátricas, psicológicas en las que muchos hombres se ven desestructurados en su interior. Riadas de migrantes, de refugiados políticos, de huyentes de la muerte por situaciones políticas o económicas adversas. Se necesita una buena noticia. El grito es necesario: ¡Evangelio, Evangelio!
Y es que hay muchas cosas que pueden irrumpir en nuestras vidas como relámpagos que nos deslumbran y nos sumen en el más tenso de los miedos, hasta el punto de oscurecer nuestras mentes y nuestros corazones. Pregunta: ¿acaso para los pastores de Belén, que se vieron rodeados de ese resplandor celestial, no fue un momento de tremendo temor, de miedo ante lo otro, lo incomprensible? Necesitaron que unos ángeles les dieran el grito de: ¡Evangelio, Evangelio!, o sea, buena noticia, no temáis, en medio de esta irrupción de lo otro, lo desconocido, lo que nos desconcierta, se encuentra una noticia de alegría.
Hoy, en la lejanía de los tiempos, podemos idealizar estas situaciones y, quizás, podamos decir: ¡Qué bonito cuadro celestial, qué escena tan divina!, pero los pastores sintieron el miedo correr por sus cuerpos hasta necesitar la ayuda de los ángeles que les clamaran: ¡Evangelio, Evangelio, no temáis! Son buenas noticias. ¿Quiénes podrían ser los ángeles que en estos nuestros días pudieran clamar al mundo el grito que estamos comentando? ¿Quiénes son los autorizados para mostrar al Señor en medio del mundo con las voces de sus ángeles clamando: ¡Evangelio, Evangelio!
No sé si este grito hoy causaría un cierto temor sorpresivo en medio de la desconfianza y la falta de paz. Quizás fuera necesario que una legión de ángeles descendieran a la tierra para lanzar el grito con su explicación incluida: confiad, tened paz. ¡Evangelio, Evangelio! No estáis solos, la luz de Dios que quiere iluminarnos es un mensaje de posibilidades de cambios, de nuevas iluminaciones, de nuevos valores, de diferentes etilos de vida solidarios. La luz aún nos alumbra y el grito no se ha acabado: ¡Navidad, Navidad! Buenas noticias. Buena voluntad para con los hombres.
El grito que ilumine a la tierra con resplandores celestiales desconocidos y extraños para muchos, será para todo el mundo. El grito: ¡Evangelio, Evangelio!, sigue sonando y seguirá así por los siglos de los siglos. La buena voluntad de Dios para con nosotros no acabará y la buena noticia del Evangelio que irrumpe en nuestra historia con la venida de Jesús al mundo, tiene que seguir leudando la masa social hasta acabar con todos sus demonios, con todas sus frustraciones, con todas sus maldades, aunque muchas de estas cosas las veamos en clave de utopía y con la mirada en el más allá a donde el “todavía no” del Reino se cumpla en plenitud.
Mientras, en nuestro “ya” del Reino, sigamos gritando ese precioso alarido santo: ¡Evangelio, Evangelio!, quizás así, el Señor nos pueda rodear a todos con su resplandor que, quizás en su inicio parezca asustarnos y llenarnos de gran temor, no tardará en llegar el gozo, aunque para ello hagan falta legiones de ángeles y servidores que transportan el mundo el mensaje de la buena noticia, de la buena nueva.
No temáis y uniros a los ángeles del cielo para proclamar la Buena Noticia, las Buenas Nuevas de alegría y salvación. Nos ha nacido un Redentor que es Cristo el Señor. Déjate llevar como se dejaron los pastores impregnados de una nueva luz y de una nueva sensibilidad. Corre hacia el pesebre. Quizás allí una vez más podrás escuchar el grito de júbilo, de Buenas Nuevas, el santo alarido que exclama: ¡Evangelio, Evangelio!, que, quizás en estas fechas, lo podríamos relacionar con: ¡Navidad, Navidad! El señor ha nacido. Deja que lo sobrenatural irrumpa en tu vida y te llene de los resplandores celestes que rodearon a aquellos humildes pastores de Belén.
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