Un regalo inmerecido

Aquí estoy de nuevo, como cada año, soy yo, la Navidad.

Es la frase que oigo cuando desembalo el maltrecho árbol recién sacado del trastero; sé que ésta será su última puesta en escena, ya ha dado lo mejor de sí y tras las fiestas pasará a mejor vida (contenedor amarillo de reciclaje).

Desembalo cajas que contienen guirnaldas, bolas de colores, estrellas doradas y ángeles de pasta de pan.

Una año más el mismo ritual, éste con menos ganas; un tanto apática en el ejercicio de decorar.

Ella, Valeria, deambula exultante de aquí para allá en una clara demostración de felicidad, le encantan los preparativos navideños, el colorido de las luces, las reuniones familiares y, como no, las cercanas vacaciones.

Este año ante mi desgana ha decidido tomar cartas en el asunto y por propia iniciativa volcarse en la acción de adornar. Así que no he tenido que hacer mucho, todo o casi todo ha sido labor suya.

Al acabar el protocolo de ornamentación miro como ha quedado el Belén, sonrío al ver que se nos ha colado un nuevo personaje, es distinto al de otras navidades, un personaje más acorde a los gustos de Valeria en esta nueva etapa de su vida. Por nuestro portal de Belén ha pasado Pocoyó, la patrulla canina y los 'Angry birds'. Ha pasado Bob esponja, acompañado de algún personaje de playmobil. Este año nos vista Pikachu, un pokemon amarillo chillón.

Cuando mi hija me ve sonreír ante la escena me pregunta preocupada:

- Mamá, ¿está mal que ponga a Pikachu al lado de María y José?

- Claro que no- respondo. -Donde nació Jesús todos son bienvenidos.

Le explico que tanto humildes pastores como muy engalanados magos tuvieron la oportunidad de vivir un momento maravilloso en aquel sucio establo. Un sitio maloliente, desaliñado, pobre, pero lleno de luz porque allí nació la Luz .

Le recuerdo, o más bien le explico, que en el Gólgota también tenemos cabida todos, pero no todos quieren tener un lugar allí, es un sitio de sufrimiento, de dolor extremo, donde sientes la pequeñez de tu alma pecadora y comprendes que lo allí acontecido es el mejor regalo ofrecido a la humanidad.

La Navidad no tendría sentido sin el Gólgota, sería un simple aniversario, una celebración un tanto especial. El verdadero sentido de la Navidad lo tenemos gracias a la muerte de Jesús, esa muerte como regalo de vida, ese dolor, ese atropellado flujo de escarnio dio paso a la muerte y posterior resurrección. Y es ahí, en esa tumba vacía, donde todo cobra sentido.

Todos tenemos cabida junto al pesebre, todos debemos estar allí para adorar al recién nacido, irrumpir radiantes de gozo ante su llegada. Todos al unísono cantando una alabanza que nos ha de llevar hasta la cruz, donde dar gloria a aquel que nos ofrece el mejor abrazo envuelto en humildad y entrega desmedida.