Es necesario detenerse en el sendero, interrumpir el ritmo frenético que la vida nos marca y aprender a escuchar lo que el bullicio silencia.
Sentada una junto a la otra, no había nada que decir, todo lo habíamos hablado ya.
Mi único deseo era acallar los pensamientos, deshacerme de ellos, dejar mi mente en blanco, detener ese ajetreado zumbar de imágenes que se apelotonaban y arremetían con fuerza.
Me resultaba plácido ese espacio de silencio, ese mutismo de palabras en el que poder detenerme y sentir que mi voz, enmudecida y amordazada, dejaba de proferir frases.
Necesitábamos una pausa. Quietud. Permitir que en ese reposado estado fuera Él quien nos hablara.
No demandábamos palabras amigas, ni ambicionamos que vertieran sobre nosotras elocuentes oraciones revestidas de retórica. Requeríamos silencio para poder escuchar.
Ese espacio desierto en el que voluntariamente nos instalamos era el claro reflejo de nuestra mutua necesidad. Vidas que necesitaban oxigenadas pausas para volver a fluir con ímpetu.
Me sentí como una barca cansada de ser llevada por las olas, una pobre barquilla que anhelaba detenerse en medio de un plácido lago y descansar.
Cuando alejé los atropellados recuerdos, los retales de una narración inconclusa, pude comprobar cómo podría haber sido todo si hubiese sabido esperar, pero, hay asuntos sepultados que por más que quieras no pueden resurgir.
Me detuve con la confianza puesta en Dios, el único que conoce mi vida.
En ese alto en el camino subordiné el desorden de mi cabeza, sometiéndolo al reposo, proponiéndome no volver a caer en el mismo error.
Es necesario detenerse en el sendero, interrumpir el ritmo frenético que la vida nos marca y aprender a escuchar lo que el bullicio silencia.
Nos miramos ella y yo, amigas, hermanas, confidentes, y esa mirada nos hizo sentir que no estábamos solas, que además de tenernos la una a la otra, Él seguía siéndonos fiel.
Sus palabras envueltas en pausas barnizaron ese momento de dolor, acariciaron nuestro pesar. Frases que alentaron nuestras almas y con destreza consolaron nuestra tristeza.
Su presencia consiguió mitigar la angustia y esa cercanía nos hizo permanecer en estado de calma.
Cuando sabes que todo lo que te sucede es el preámbulo de aquello que te aguarda, aprendes a esperar. Entiendes las pausas como una forma de tiempo inundado de sentido.
Sabemos ambas que para poder avanzar hemos de aquietar nuestros pasos, entornar los ojos, guardar silencio y esperar el toque de su mano.
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