Existe una profunda desconexión teológica entre la Biblia y el Corán, demasiado profunda como para sostener la opinión de que el islam surgió del cristianismo o del judaísmo. Un artículo de Mark Durie.
El Corán es un libro de suma importancia e influencia en el mundo actual. Es el texto fundacional del islam y, a través de la sharía islámica, da forma a los sistemas jurídicos, la política, la ética, las culturas y el culto de una cuarta parte de la población mundial.
Hay muchas cosas en el Corán que son difíciles de entender y pueden parecer desconcertantes. No es una lectura fácil. Sin embargo, para los cristianos quizá lo más intrigante del Corán sean sus numerosas alusiones a historias y personajes bíblicos. Aunque el islamismo ha presentado un reto sumamente efectivo para el cristianismo durante los últimos 1.400 años, conquistando y luego islamizando cuatro de los cinco patriarcados de la Pentarquía de la antigüedad tardía —Alejandría, Jerusalén, Antioquía y Constantinopla—, el texto del Corán se basa en gran medida en la Biblia. Las dos figuras más nombradas en el Corán son Moisés (136 veces) y Abraham (69 veces). A Jesús se lo nombra seis veces más que a Mahoma.
Una de las cosas más llamativas acerca de “la Biblia en el Corán” es la desconcertante combinación de conocimiento y desconocimiento. Por ejemplo, aunque contiene cientos de referencias a figuras y acontecimientos bíblicos, el Corán parece considerar que María (Miriam en hebreo), la madre de Jesús, es la misma persona que Miriam la hermana de Moisés y Aarón. En un sura (capítulo) del Corán llamado «La familia de Imran» (el Amirán bíblico de Éxodo 6:20) hay un relato del nacimiento de María a la «esposa de Amram», tras lo cual es criada por Zacarías, el padre de Juan el Bautista (sura 3:35-37). Además, en el sura 19:28, María es llamada «hermana de Aarón».[1]Estas observaciones dan lugar a la pregunta: «¿Cómo puede el Corán saber tanto sobre la Biblia y, al mismo tiempo, no saber que mil años separaron a la familia de Amram de la familia de Jesús de Nazaret?».
Esta no es de ninguna manera la única inconsistencia entre la Biblia y el Corán. Otras son la aparición de un Hamán, nombre conocido por el libro de Ester, en la corte de Faraón en la época de Moisés (sura 28:6), la participación de un «samaritano» en el episodio del becerro de oro de Éxodo 32 (sura 20:85, 87, 95) y una referencia a que Saúl elegía a sus guerreros en función de si recogían agua con las manos o la bebían lamiendo con la boca (sura 2:249), lo que seguramente se remonta a la historia de Gedeón en Jueces 7.
No menciono estos desajustes entre el Corán y la Biblia con fines apologéticos o polémicos, sino simplemente para subrayar esta importante pregunta: «¿Qué hace tanto material de la Biblia en el Corán?».
A lo largo de los siglos, una respuesta cristiana repetida a la rica y peculiar veta de materiales bíblicos que recorre el Corán ha sido concluir que el islam surgió de lo que originalmente era una especie de cristianismo sectario. Así, Juan Damasceno, que escribió un siglo después de Mahoma, afirmó que Mahoma, «tras conversar con un monje arriano sobre el Antiguo y el Nuevo Testamento, fabricó su propia herejía».[2] Otras celebridades que han sostenido un punto de vista similar han sido Tomás de Aquino, Nicolás de Cusa y Martín Lutero, ya sea alegando influencia arriana o nestoriana. Hasta los tiempos modernos, esta perspectiva ha estado tan extendida que podría considerarse la explicación cristiana convencional de los materiales bíblicos encontrados en el Corán.
Este encuadre del islam como una herejía cristiana ha estimulado dos impulsos opuestos. Uno es el de corregir lo que se consideran “errores”. Este fue el enfoque de Juan Damasceno. Una respuesta opuesta ha sido lo que el obispo Kenneth Cragg ha llamado un proceso de recuperación.[3] La idea de recuperación de Cragg era que los cristianos debían deshacer o invertir la divergencia del evangelio, quitando el velo que oscurece al verdadero Cristo dentro del islam. Este enfoque pretende afirmar lo que es verdadero en el Corán desvelándolo. Algunos autores —y Cragg es un ejemplo— han argumentado que el velo solo existe debido al fracaso cristiano, porque «el islam se desarrolló en un entorno de cristianismo imperfecto».[4] Por lo tanto, para Cragg, la recuperación es también una “restitución”.[5]
Pero ¿y si tanto la «corrección» como la «recuperación» están equivocadas? ¿Y si toda la idea de que el islam surge de las raíces cristianas es un error despectivo? ¿Es posible que ni el enfoque de corrección ni el de recuperación sean válidos?
En mi libro, The Qur’an and Its Biblical Reflexes[6] (El Corán y sus reflejos bíblicos), exploré una tesis alternativa, la de que existe una profunda desconexión teológica entre la Biblia y el Corán, demasiado profunda como para sostener la opinión de que el islam surgió del cristianismo o del judaísmo en algún sentido significativo. Sí, el Corán incorpora materiales bíblicos (y extrabíblicos) cristianos y judíos, pero los reutiliza para servir fines teológicos radicalmente diferentes: el Corán marcha al ritmo de su propio tambor teológico. Llegué a la conclusión de que la gran cantidad de reflejos bíblicos en el Corán no es en realidad una prueba de una afinidad más profunda entre el islam y el cristianismo, como la de un «árbol genealógico”.
En un ejemplo, el Corán se refiere repetidamente a Jesús (Isa), e incluso lo llama el Mesías (al-Masih), pero se trata de un Cristo sin cristología, pues no hay ninguna explicación de lo que podría ser un Mesías. La forma sonora del título mesiánico se ha trasladado al Corán, pero nada de su significado.
La diferencia teológica entre la Biblia y el Corán es más profunda de lo que las similitudes superficiales podrían sugerir inicialmente. Por ejemplo, el Corán carece de una teología de pacto que enmarque una relación salvífica entre los seres humanos y Alá. Un cuidadoso análisis lingüístico de las palabras árabes coránicas mithaq y ahd, a veces traducidas como «pacto», revela que en el Corán Dios no contrae obligaciones vinculantes recíprocas con personas; tales relaciones solo existen entre seres humanos. Los supuestos «pactos» coránicos entre Dios y las personas en el Corán son en realidad obligaciones impuestas por Dios a sus esclavos humanos.
Sin duda, el Corán toma prestados materiales copiosamente de fuentes cristianas y judías, pero no para formar su teología. Por ejemplo, la idea de guerrear en nombre de Dios era corriente entre los cristianos en la época del Corán, que recogió e incorporó ideas y prácticas del cristianismo contemporáneo,[7] pero el Corán lo hace sin basarse en las teologías bíblicas de la guerra. En su lugar, desarrolla de forma creativa su propia teología de la guerra, encajando lo que toma de las prácticas cristianas contemporáneas en un marco de la cultura de incursiones árabes preislámicas.[8]
A primera vista, el monoteísmo es una idea teológica que la Biblia y el Corán tienen en común, pero las primeras apariencias pueden ser engañosas. En la Torá, el llamamiento al monoteísmo se refiere a la lealtad exclusiva de pacto con Yavé: «No tendrás otros dioses delante de mí» (Dt 5:7). Pero la idea del Corán sobre la unicidad de Dios se basa en ideas árabes sobre las relaciones de cliente-protegido y, negativamente, en la afirmación de que ninguna idea de propiedad asociada (shirk) puede aplicarse a Dios. Estas metáforas deben poco o nada a la Biblia, pero se basan en valores de la cultura árabe. Por ejemplo, la idea de que es desastroso para un esclavo ser propiedad de dos amos (sura 39:29).
La lista de conceptos teológicos bíblicos clave que no fueron recogidos por la teología coránica incluye la idea de la presencia de Dios, el concepto de santidad y la idea de que el pecado es una ruptura de la relación que puede repararse mediante la expiación.
Muchos cristianos suponen que el islam se desarrolló a partir del judaísmo y el cristianismo. Esto es en sí mismo una manifestación de la visión convencional de «herejía cristiana» del islam. Detrás de esto, se asumió un modelo de «árbol genealógico», en el que la raíz es el judaísmo. Éste se ramifica en el cristianismo, y más tarde se ramifica el islam. Mis investigaciones sugieren que esta forma de pensar es una pista falsa, que presta demasiada atención a las similitudes superficiales y no la suficiente a la teología.
Escribí en The Qur’an and its Biblical Reflexes que «un reto al modelar la relación del islam con el judaísmo y el cristianismo es poder referirse a un marco conceptual para la génesis de una fe que pueda acomodar un patrón de influencias extensas combinadas con evidencias de desconexiones significativas, que es lo que sabemos que ocurre con el Corán».[9] Si el islam y el cristianismo no tienen algún tipo de relación de parentesco, ¿cómo vamos a conceptualizar entonces una conexión que dio lugar a la absorción de un gran volumen de contenido bíblico en el Corán? Si no es un árbol genealógico, ¿entonces qué?
En The Qur’an and its Biblical Reflexes recurrí a dos metáforas. Una es la de la construcción. La relación del islam con el cristianismo no es como la de una iglesia que se ha transformado en mezquita, como Santa Sofía en Estambul. Es más bien como una iglesia que ha sido demolida, y sus materiales han sido reutilizados para la construcción de una mezquita, como los pilares de la mezquita de Kairuán en Túnez, que fueron reutilizados de iglesias anteriores, demolidas hace tiempo.[10]
La otra metáfora a la que recurrí fue la de la hibridación lingüística. Algunas lenguas se forman combinando materiales de una lengua superestrato y una lengua (o lenguas) sustrato. Un ejemplo es el criollo haitiano, cuyo superestrato era el francés y el sustrato, las lenguas de África occidental. El resultado es que las palabras del criollo haitiano son en gran parte francesas, pero su gramática, morfología y fonología —su corazón— son puramente africanas.
Propuse que el Corán se produjo mediante un proceso de hibridación, en el que las influencias cristianas y judías proporcionaron el superestrato, mientras que la lengua y la cultura árabes preislámicas proporcionaron el sustrato, incluida gran parte de la teología.
La observación de que el Corán no tiene una relación de «árbol genealógico» con el judaísmo y el cristianismo no debe considerarse en modo alguno despectiva. Si el Corán «no es un texto subsidiario de la Biblia, ni se le puede adscribir a un árbol genealógico junto a ella»,[11] entonces los cristianos pueden liberarse de pensar en el islam como una especie de herejía cristiana, y empezar a entenderlo como lo que realmente es, y no como lo que a primera vista podría parecer a los cristianos.
La perspectiva que se ofrece aquí, si es válida, podría tener profundas implicaciones para la coexistencia entre ambas confesiones, incluso para el diálogo interreligioso.[12] También tiene implicaciones para la misión. Significa que tanto los misioneros como los interlocutores del diálogo pueden dejar de lado las tareas de «corrección» o «recuperación», ya que estos dos enfoques opuestos no son en realidad más que dos caras de la moneda de la «herejía».
Mis conclusiones invitan a los cristianos a reflexionar sobre las similitudes y las (profundas) diferencias entre el islam y las dos confesiones bíblicas, el judaísmo y el cristianismo, con una mirada nueva.
Mark Durie es el fundador y director del Institute for Spiritual Awareness miembro de Middle East Forum e investigador principal del Centro Arthur Jeffery para el Estudio del Islam en Melbourne School of Theology.
Este artículo se publicó por primera vez en la web del Movimiento Lausana y se ha reproducido con permiso.
Notas
[1] Los eruditos musulmanes, por supuesto, eran conscientes de que esta identificación entra en conflicto con los relatos bíblicos, y algunos musulmanes rechazarían la sugerencia de que el Corán identifica a María de los evangelios con Miriam del Éxodo. En cambio, sugieren que estos pasajes coránicos deben interpretarse tipológicamente, por ejemplo, "hermana de Aarón" significa que ella era de la misma tribu que Aarón.
[2] Daniel John Janosik, John of Damascus, First Apologist to the Muslims: The Trinity and Christian Apologetics in the Early Islamic Period (Eugene, OR: Pickwick, 2016), 261.
[3] Kenneth Cragg, The Call of the Minaret 2nd edn (Maryknoll, NY: Orbis, 1985), 218-42.
[4] Cragg, The Call of the Minaret, 219.
[5] Cragg, The Call of the Minaret, 220.
[6] Mark Durie, The Qur’an and Its Biblical Reflexes: Investigations into the Genesis of a Religion (Maryland: Lexington Books, 2018).
[7] Thomas Sizgorich, Violence and Belief in Late Antiquity: Militant Devotion in Christianity and Islam (Philadelphia: University of Pennsylvania Press), 275.
[8] Durie, The Qur’an and Its Biblical Reflexes, 229–39.
[9] Durie, The Qur’an and Its Biblical Reflexes, 254.
[10] Debo estas metáforas al artículo de Dudley Woodberry, ‘Contextualization among Muslims Reusing Common Pillars,’ International Journal of Frontier Missions 13:4 (1996), 171–86.
[11] Durie, The Qur’an and Its Biblical Reflexes, 256.
[12] Nota del editor: ver el artículo 'Islam: una iconografía', en la Biblioteca de Contenido de Lausana, 3 de junio de 2018. También, '10 prioridades para el compromiso cristiano con musulmanes (un extracto)', en la Biblioteca de Contenido de Lausana, 12 de mayo de 2016.
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