Soy plenamente consciente de que mis padecimientos han sido insignificantes comparados con los de Pablo, pero también escribo en locura.
Hasta tres veces el apóstol Pablo hace recuento de sus trabajos y penalidades al servicio de Cristo. En segunda carta a los Corintios 4:8-12; 6:3-10 y 11:23-28, pide perdón por gloriarse en tales padecimientos y aclara que lo hace como en locura.
Soy plenamente consciente de que mis padecimientos han sido insignificantes comparados con los de aquél gigante, pero también escribo en locura y también pido perdón al contarlos aquí. Aunque no todos. Necesitaría disponer de más páginas.
Antes de su independencia en 1956 Marruecos estaba dividido en tres zonas: al norte el protectorado español; al sur el protectorado francés; la ciudad de Tánger, enclavada en la salida oeste del estrecho de Gibraltar, en territorio marroquí, era zona internacional, gobernada por turno por distintos países europeos. La bella Larache se encuentra a unos 90 kilómetros de Tánger, en la desembocadura del río Lucus. La leyenda localiza allí el Jardín de las Hespérides, leyenda griega de las tres hermanas que velaban ayudadas por el dragón Ladón.
En Larache yo tenía amigos y conocidos. Había sido convertido mes y medio antes de estos acontecimientos. Propuse a un misionero que llevaba muchos años viviendo en Tánger, Peter Harayda, que fuéramos a Larache, donde yo quería hablar de Cristo especialmente a jóvenes de mi generación. Salimos en un viejo jeep que le había regalado la embajada americana. Allí nos acurrucamos los cinco de la aventura. El chofer y cuatro jóvenes de la iglesia. Nos habíamos provisto de abundantes tratados. Nuestra primera parada fue Arcila. Yo repartía folletos a unos y a otros. Dos policías de aquel régimen nacionalcatólico me llevaron a comisaría. Incautaron toda la literatura. Nos devolvieron a Tánger. A mí, solo a mí, sin saber por qué, me prohibieron la entrada al protectorado español, cuyas ciudades no volví a pisar hasta la independencia de Marruecos en 1956. Esto ocurrió en 1950, de modo que me castigaron seis años sin poder ir a Larache. Pero fui después de la independencia. Y establecí una iglesia.
Fue mi primer enfrentamiento con aquel gobierno. Pero no el único. En la Orotava de Tenerife un fanático católico quiso matarme con un machete. El cura del barrio donde yo predicaba, en la misma Orotava, me quemó en efigie en la plaza del lugar. En Coín, Málaga, la Guardia civil me tuvo retenido para que explicara qué hacía en aquel pueblo. En Málaga capital me enfrenté a un juez que condenó injustamente a una mujer de la Iglesia por descolgar de las paredes de su propia casa imágenes católicas. Había sido denunciada por una vecina. En La Roda, Albacete, me enfrenté a otro juez que se negaba a conceder el matrimonio civil a una pareja de la Iglesia en Villarrobledo. En Melilla pagué una multa de 3.000 pesetas por seis días de reuniones no autorizadas en una casa. En Lérida estuve tres horas discutiendo con el alcalde que se negaba a un entierro por lo civil.
En enero de 1964 las autoridades marroquíes de Tánger, obedeciendo una denuncia de obispos católicos, enviaron a mi oficina tres policías, lo revolvieron todo, se llevaron ejemplares del periódico La Verdad que entonces publicaba y que molestaba a los obispos, me retiraron el pasaporte y me ordenaron no salir de Tánger.
En aquellos tiempos del servicio militar me sentenciaron a seis meses de calabozo, denunciado por un capellán católico con grado de teniente coronel. En abril de 1963 fui detenido en la Aduana de Algeciras. Confiscaron los periódicos y revistas que llevaba en mi Renault Dauphine y me encarcelaron durante ocho días.
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