La importancia de lo pequeño

A mediados de los años 70 asistí a una conferencia que dio un sacerdote perteneciente a la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) en un salón cultural de una de las cajas de ahorros de nuestra ciudad.

Cuando entré me encontré con una exposición de libros referentes al tema y línea del conferenciante. Al cuidado de aquella exposición de libros para su venta estaba un sacerdote al cual yo conocía, de vista. Era un sacerdote auxiliar de una parroquia cercana a mi barrio. Él era conocido como “un cura obrero”, de aquellos que para alcanzar a la clase obrera, se hacían como ellos. Iban al bar a tomar unas copas, jugar al dómino y relacionarse con los “obreros”. Alguno incluso renunció a dedicarse todo el tiempo al sacerdocio y entró como un obrero más en alguna fábrica. Ellos usaban el mismo lenguaje que aquellos, sin importar decir los mismos “tacos”  y,  para aquellos, estos sacerdotes eran “unos tíos fenómenos”. Era una forma de “ganar” a la clase trabajadora, tan despegada de la Iglesia Católica, por todo su pasado de afinidad y apoyo al régimen de Franco.

Acercándome a la mesa  de libros, tomé uno y le pregunté al sacerdote: “¿De qué trata este libro?” (¡vaya pregunta más tonta!). Él me miró, y me dijo: “Este libro trata de cómo masturbarte de tal manera que sientas un mayor placer”. No recuerdo si lo miré o no. Pero me di la vuelta y entré en el salón.

La preparación del conferenciante, por demás, de un nivel extraordinario en materias sociales, económicas y políticas. A mi entender, en su exposición e interpretación de las Escrituras, seguía lo que ya se conocía como la teología de la liberación. Personalmente no tenía mucha idea de aquella teología (ni de otras tantísimas cosas).  No vamos a negar los puntos positivos de dicha teología, pero el trato de la mayoría de los pasajes bíblicos a los cuales se refería el conferenciante, a mi parecer era a conveniencia de lo que él exponía. Luego, en el tiempo de preguntas le hice esa observación y le mencioné el tema sobre la inspiración de las Escrituras y la aplicación irregular, que a mi parecer había hecho, de los pasajes que mencionó. ¡Pobre de mí!. Me trató con cierta desconsideración y me “despachó” lo más rápidamente posible, como diciendo: “¡Eso no interesa! ¡A otra cosa!”  Luego, cuando todo se acabó, le encontré en la puerta, supongo que esperando que le recogieran. Aproveché nuevamente y, amablemente, le saqué el tema a colación, para darle mi impresión. Él, con cierto aire de superioridad, me miró y me dijo:

“¡Sí, sí, la inspiración de la Biblia! Ya me dirás tú a mí, de la inspiración de aquellas palabras del apóstol Pablo a Timoteo, cuando le dijo: ‘Cuando vengas, tráeme el capote’…” (2ªTi.4.13). Dicho lo cual y de forma inmediata, el sacerdote volvió la cabeza y, coincidiendo que llegó el que tenía que recogerlo… ¡Se fue sin decir ni adiós, siquiera!

Dos tipos de encuentros en mis primeros años de creyente evangélico, con apenas formación, excepto alguna, bíblica. Dos encuentros en los cuales el primer sacerdote, no me impresionó para nada con aquella bazofia de respuesta que dio a mi pregunta. Y el segundo, puso de manifiesto que, aunque se preocupaba por “los grandes cambios sociales”, menospreció la enseñanza bíblica sobre el compañerismo cristiano. Esa clase de comunión que tiene en cuenta, tal y cómo dijo Jesús, el dar de comer al que tiene hambre,  de beber al sediento y de cubrir al desnudo, que pasa frio. Porque de esto último  trataba –y trata- ese pasaje que aquel sacerdote tanto despreció. El capote no era para “torear”, era para que cuando llegara el invierno, el apóstol Pablo, anciano y encarcelado por causa de su testimonio acerca de Jesús, pudiera abrigarse con él. Al menos, ya que le faltó el calor de aquellos que le tenían que haber apoyado y provisto de lo necesario, pero que le abandonaron, podría abrigarse con el capote (2ªTi.4.10,16)

Evidentemente, este tipo de encuentros me ayudaron a pensar (¡y repensar!) lo que otros tan fácilmente negaban (¡y siguen negando!) y hasta con cierto desprecio. Sí, la importancia de las enseñanzas de unas Escrituras inspiradas por el Espíritu, que tienen en cuenta todos aquellos aspectos “menores” que nosotros con tanta facilidad olvidamos, en aras de “grandes” ideas y proyectos. Por supuesto, Dios se preocupa (¡claro que sí!) de las injustas estructuras sociales. Pero también se preocupa (¡y mucho!) del pobre que no tiene para comer, ni para cubrirse; y del preso; y también del enfermo. (Mt.25.31-46) Y toda ayuda que pudiera recibir, por pequeña que sea, eslo que necesita en esos momentos.

Algo a lo cual nos invita a pensar/reflexionar e imitar la enseñanza (entre otras muchas) de Jesús sobre este mismo tema (Mt.25.31-46) y  que aquel sacerdote menospreció tanto.