Violencia redentora

Christopher Reeve fue el artista que interpretó a Superman (la primera vez en el año 1978), en una serie de cuatro películas. Muchos de los que éramos adolescentes en ese momento veíamos al “héroe” y queríamos ir al gimnasio para tener la misma musculatura que él y sentir esa admiración que las chicas le tenían. Creo que todos hemos pasado esa época de la vida en la que nos gustaría “ser como” alguien a quién admiramos.

Lo curioso es que algunos no pasan por una época así. ¡Viven permanentemente en ella! Su vida gira en torno a sus “héroes” o “heroínas”: siempre saben dónde están, lo que hacen, lo que dicen… creen que esas vidas son extraordinarias y les encantaría estar en su lugar. Si comprobamos los millones de seguidores que muchos tienen en sus redes sociales, nos damos cuenta de que esa es una de las enfermedades del siglo XXI. Quieren vivir la vida de otros.

Por si fuera poco, la vida de muchos de esos ídolos deja mucho que desear. Algunos son conocidos por sus malos ejemplos, y da la impresión de que a nadie le importa ¡se creen superiores a los demás porque nosotros permitimos que sea así!. Nuestra admiración es su disculpa para hacer lo que les da la gana. ¿Quizás porque nos gustaría estar en su lugar? Puede ser: a todos nos gusta creernos que somos importantes, sin darnos cuenta de que la adulación es como la sombra, no nos hace ni más grandes ni más pequeños, por mucho que ésta cambie. 

Todavía nos queda reconocer algo más: nuestra sociedad vive muchas veces bajo el mito de la violencia redentora. Nuestros ídolos no solo pueden hacer lo que quieren, sino que, además, imponen “justicia” tal como quieren… Basta con conocer las historias de los “supermanes” del cómic o los justicieros de las películas, para ver que vivimos en un mundo ficticio en el que el héroe o la heroína son capaces de establecer la justicia por medio de la violencia. Una violencia desaforada, dentro y fuera del planeta, porque los héroes vencen en cualquier tipo de guerra, (¡Aunque sea en las galaxías!) imponiendo el uso de su fuerza. Eso nos hace sentir bien, porque creemos que llegará un día en el que alguien destruirá a los “malos”, y hará justicia a través de la violencia… pero la violencia nunca es la respuesta. 

Cuando Dios observa nuestros ídolos, los identifica de una manera muy clara: “Verdaderamente, es como comer ceniza, Es dejarse engañar por ideas falsas. Esas personas no podrán salvarse, pues no son capaces de entender que lo que tienen en sus manos es pura mentira” (Isaías 44:20 Versión popular).

Los ídolos no pueden ayudarnos a establecer justicia. ¡La violencia tampoco es la respuesta! Solo alguien absolutamente sabio y lleno de amor puede llevar nuestro mundo por buen cauce. Sólo Dios puede salvarnos del mal… y de nosotros mismos.