El fuerte y egoísta individualismo que vivimos en la sociedad, nos lleva también a vivir la espiritualidad cristiana solamente entre un Dios bueno y nosotros.
Puede ser que, a veces, percibamos el fenómeno religioso como una cierta búsqueda de bienestar, de gozo o liberación psicológica, pero hemos de tener cuidado que no se haga de forma insolidaria para con el prójimo que necesita de nuestra mano tendida. Esto puede suceder por el fuerte individualismo insolidario que se vive como uno de los valores sociales de nuestro tiempo, pero que entra también en el seno de nuestras congregaciones. Esto puede causar fuertes disfunciones en la vivencia de la espiritualidad cristiana, llegando a la práctica de una religión sin prójimo.
Muchas veces, incluso inconscientemente, al haber asumido los valores en contracultura con los transmitidos por Jesús, podemos estar buscando también en la iglesia cierto bienestar social o cierta reputación que, si se hace de espaldas al grito del prójimo sufriente, puede estar en choque cultural con los valores bíblicos, con los valores del Reino. El Evangelio, aunque indudablemente, transmite gozo, paz y bienestar, nunca deben ser un gozo, paz o bienestar insolidarios y que carezcan de una reconciliación total con el prójimo en general, pero, fundamentalmente, con el prójimo que sufre marginación, exclusión, opresión u olvido.
Muchos intentan vivir su religiosidad de forma que se sientan bien. Así, muchas veces, impiden, más o menos conscientemente, el que sus conciencias sean interpeladas por el gemido del prójimo. Para ellos, creer no es comprometerse con el hombre que lo necesita, sino que gestionan su religiosidad a través de un fuerte individualismo en el que solo caben él y su familia cercana. No ven mucho más allá. Al prójimo lo dejan en la trastienda. Asisten a la iglesia y se atreven a ollar los atrios de los templos sin hacer caso a esta recomendación de Jesús: “Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano…”. (Mateo 5: 23-24)
El fuerte y egoísta individualismo que vivimos en la sociedad, nos lleva también a vivir la espiritualidad cristiana solamente entre un Dios bueno y nosotros. Al prójimo lo mandamos al baúl de los recuerdos. Éste no es el cristianismo que nos enseñó Jesús, que ve el amor a Dios y el amor al prójimo en relación de semejanza.
Para muchos lo importante es acallar sus conciencias ante estos temas y vivir un cristianismo que se puede llamar “de autoconsumo” y de búsqueda de goces insolidarios, evitando todo aquello que nos puede hacer sentir mal o culpables. Acallamos a nuestra conciencia de forma insolidaria. Es vivir un concepto muy especial de religión: “la religión sin prójimo”. Así es como algunos intentan vivir el gozo de su relación con un Dios que no está en línea con este concepto del Evangelio. Estas disfunciones nos pueden llevar, incluso, a caer en el pecado de omisión de la ayuda.
Debemos tener cuidado para que el fuerte individualismo que nos enseñan los valores sociales no nos encierre en una cápsula de cristal religiosa, intramuros de las iglesias en donde acudimos a buscar goces y bienestares personales. El prójimo, el otro, intentamos que no sea nuestro problema.
A veces yo he dicho o he escrito que a la entrada de nuestras iglesias cuando intentamos entrar en los atrios del Señor para adorarle o demandarle bendiciones, debería haber un cartel que se viera claramente, o un altavoz que nos hiciera esa pregunta bíblica que, a veces, olvidamos: “¿Dónde está tu hermano?” A lo que yo también suelo agregar una consideración que va en la línea de poner de manifiesto que espero que nuestra respuesta no sea la de Caín, la misma, la de la muerte. “No sé. ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”.
No. No se puede vivir la espiritualidad cristiana sin compromisos con el prójimo, no se puede dar el auténtico seguimiento del Maestro de espaldas al dolor del prójimo, sordos a su gemido y a su grito. Todo eso sería, simplemente, la práctica de una religión sin prójimo, insolidaria y de espaldas a los mandamientos, enseñanzas y recomendaciones de Jesús. El bienestar individualista debe quedar condicionado al servicio en solidaridad y amor al prójimo que en un momento dado nos necesite.
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