Todo lo que conseguimos de otros por actos injustos es, según la Biblia, un robo.
Cuando hablamos de una perspectiva bíblica del trabajo se puede enfocar el tema desde diferentes ángulos: la relación entre empresario y empleado, el marco legal, los salarios justos, etc. Pero el trabajo es mucho más que esto: tiene un aspecto ético y teológico. El trabajo no es una actividad independiente, sino que recibe su importancia por emular al Dios de la Biblia. Por lo tanto, el fruto de nuestro trabajo no solamente se dirige a Dios (diezmos y ofrendas), a nosotros mismos (ganarnos el pan diario), sino también a los necesitados:
El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.
Pero Pablo nos advierte de no dar ciegamente. Rige también lo que leemos en 2 Tesalonicenses 3:10 y, en su conjunto, ambos versículos nos ayudan a llegar a un equilibrio sabio: en esa iglesia había gente que se aprovechaba precisamente de esta actitud benevolente de parte de los creyentes.
Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.
Algunos limitan el significado de las palabras del primer versículo simplemente a los ladrones profesionales. Pero si leemos las partes de la Ley de Moisés y los profetas que tienen que ver con el trabajo y que forman el trasfondo de estas palabras, es evidente que el tema de “robar” no se limita a quitarle la cartera a alguien o llevar a cabo un atraco a mano armada. Todo lo que conseguimos de otros por actos injustos es, según la Biblia, un robo. Y da perfectamente igual si esto se consigue directamente de forma más o menos violenta o si este abuso ocurre dentro del marco “legal” para conseguir lo que queremos con intenciones fraudulentas. En lo último podemos incluir el uso de pesas falsas, el fraude de etiquetas, los recibos falseados y toda la parafernalia de lo que tenemos a nuestra disposición a la hora de defraudar.
Lo mismo se aplica al engaño del cliente. No hace falta poner ejemplos porque los conocemos de sobra por experiencia propia. El dar gato por liebre en ciertos sectores no solamente parece la excepción sino la regla.
Al mismo tiempo existe para el empresario la posibilidad de robar a sus empleados, por ejemplo, no pagando el salario go menos de lo pactado. Santiago se refiere a esto cuando escribe:
He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros; y los clamores de los que habían segado han entrado en los oídos del Señor de los ejércitos.[1]
Y por supuesto no debemos olvidar el robo institucionalizado, llamado impuestos, con el cual el gobierno se queda con bastante más de lo que necesitaría para prestar los servicios correspondientes.
Sin embargo, hay otro aspecto que habrá motivado Pablo a instar ciertos sectores de la iglesia en Tesalónica de ponerse las pilas y no vivir a expensas de otros.
Puede sorprender a muchos que el Imperio Romano tuviera una economía del bienestar para mantener a la gente contenta. Hablamos del famoso “pan y circo”. Una de las pocas personas que habla de este fenómeno a nivel académico es el catedrático Jesús Huerta de Soto, de la Universidad Rey Juan Carlos[2]. El estado del bienestar romano no era tan elaborado como el que existe hoy en día en Europa, pero muchas personas podían vivir perfectamente a coste del sistema y sin trabajar.[3] En este sentido, la situación no dista mucho de lo que tenemos actualmente. Hay muchas maneras de las que se puede vivir hoy en día aprovechándose de un sistema donde se pueden conseguir beneficios sociales falsificando datos y mintiendo sobre la situación económica real de uno.
El que hurta consigue ingresos de manera fraudulenta y quiero añadir un aspecto más: la explotación de mano de obra barata como a esclavos en el imperio romano o a empleados y trabajadores hoy en día. Pagar un salario justo debe de ser para un creyente algo no negociable. El obrero es digno de su salario.
Vivir a costa de los demás se puede convertir en un estilo de vida que, por cierto, muchos de nuestros representantes públicos en la política, los medios de comunicación y la cultura -para nombrar solo tres ejemplos- han llevado a su máxima expresión.
Y este principio se aplica también al “robo compensatorio”. Se trata de un fenómeno bastante extendido en el mundo. Particularmente en países donde rige el socialismo estatal en sus múltiples variantes de izquierdas y derechas, el robo a empresas -que suelen ser estatales- constituye uno de los factores que más daño hacen a la economía de un país. Esta “compensación” tiene muchas formas y va desde el robo directo de todo lo que no esté atado en una empresa a simplemente no cumplir con el trabajo asignado. En algunos países se escucha la frase famosa: “el Estado hace como que nos paga y nosotros hacemos como que trabajamos”.
Basta de ejemplos. Claro está una cosa: en el momento cuando alguien llega a conocer el evangelio y entrega su vida a Cristo, inmediatamente se le plantea también una decisión entre robar o trabajar.
Tenemos el testimonio de Pablo, que en lo personal prefirió trabajar con sus propias manos antes de ser una carga para los demás.
Aquel que roba de esta manera a otros actúa éticamente reprobable a los ojos de Dios. Pablo lo tenía muy claro: si alguien puede trabajar pero no lo hace, entonces tampoco tiene derecho a ser mantenido por los demás. Esto no es un mandamiento para el Estado, sino para la Iglesia: no somos llamados a pagar las facturas del diablo y apoyar -incluso en algo tan esencial como es la comida- a aquellos que se niegan a trabajar para vivir. Según la evaluación de Pablo no son necesitados sino personas que roban, viviendo a expensas de otros. Si esto en el mundo es un fenómeno normal, en la Iglesia no tiene cabida.
Pero os rogamos …que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que los hemos mandado, a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada.[4]
A los mismos Tesalonicenses Pablo les escribe más tarde:
Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en la ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, coman su propio pan.
Esto es decir que dejen de vivir de la generosidad de otros y se ocupen de sus propios asuntos.
El enfoque primordial del trabajo es proveer para nuestra propia familia “porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo”[5]. Es evidente que esto incluye a nuestras familias y los que de alguna manera dependen de nosotros, pero también a todos los que forman parte de la familia extendida: aquellos que profesan la misma fe en Jesucristo.
Pero al mismo tiempo el cristiano siempre tiene el deseo de compartir sus ingresos y bienes con todos aquellos que tienen auténticas necesidades. En este sentido la ayuda cristiana es discriminatoria: hace una diferencia entre necesidades reales y necesidades que se pueden remediar con esfuerzos propios de los afectados.
Apoyar a los necesitados fuera de este ámbito familiar y eclesial también forma parte del enfoque cristiano, pero no es su prioridad. Y desde luego no forma parte del interés de un creyente apoyar a personas que encuentran más conveniente pedir a otros que salir adelante por sus propios medios. Aquel que da, bajo el supuesto criterio de caridad cristiana, a alguien que gasta este dinero para fomentar sus vicios o un estilo de vida irresponsable, se convierte en cómplice de esta persona.
Se puede robar de muchas maneras trabajando. Sin embargo, el creyente destaca precisamente por negarse a aprovecharse de estas “oportunidades” en el mundo laboral. Es nuestra forma de predicar el evangelio: trabajando para la gloria de Dios.
Notas
[1] Snatiago 5:4
[2] Ver aquí.
[3] Ver aquí.
[4] 1 Tesalonicenses 4:10-12
[5] 1 Timoteo 5:8
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