El sufrimiento del prójimo siempre debe ser algo prioritario. Eso es algo central y fundante en la misión diacónica de la iglesia.
Escribo este artículo a solo tres días después de la erupción volcánica de La Palma. Estamos justo en el inicio de la fase explosiva, se han sepultado casas, fincas de cultivo y aún la lava no ha llegado al mar. Ya hay cortes de carreteras, colegios cerrados y algún otro colegio destruido, algún habitante que dice que “la casa está en la boca del lobo” Todo parece derretirse. No sé cómo se desarrollarán los acontecimientos, el rumbo que tomará el curso de esta tragedia en los próximos días, semanas o meses.
Sí. Tragedia, aunque muchos ven belleza. Lo digo porque algunos, según testimonios de personas que están allí presencialmente, han apreciado que esa tragedia se une a los halos de belleza impresionante, aunque teñida de cierto terror. ¿Qué predomina en el ambiente, la belleza o la tragedia? Se puede ver que que la tragedia y la belleza se codean como compañeras de viaje. Lógicamente, los criterios de belleza no siempre son unívocos.
Sin embargo, aceptando las diferentes apreciaciones, no cabe duda que la visión de la tragedia debe ser prioritaria. Los sonidos del volcán, la deformación de la isla por ciertos abombamientos, la tristeza unida en ocasiones al llanto, la pérdida de cosas vitales para tantos humanos, la angustiosa observación de la lava hacia el mar, el insufrible olor a azufre y gases que contaminan el aire, la lluvia de cenizas y la visión constante de la erupción del volcán con el rojo de su fuego y la expulsión violenta de los materiales que salen de las entrañas de la tierra, da lugar a pensar que hay mucho más, muchísimo más, de tragedia que de belleza.
Afortunadamente, y gracias a la ciencia, esa tragedia para tantos seres humanos que lo han perdido todo, ha estado controlada. La ciencia y la técnica han conseguido que la isla ya estuviera monitorizada, todo bajo cierto control. Eso ha dado un cierto respiro que ha permitido que se salven muchas vidas, no solo de personas, sino también de sus animales.
Quizás, para los que quieran ver belleza en lo impresionante de un volcán con todas sus consecuencias, ésta consista en la visión de un espectáculo quizás irrepetible para ellos y que, sin duda, se debe apreciar muy acentuado por la oscuridad y el silencio de la noche. Un espectáculo de gran atracción, pero, sin duda, dantesco. He oído una frase en los medios de comunicación que decía: “Mar de fuego como si el Diablo hubiera salido de la tierra”. Yo creo que, aunque lo vamos a matizar después, tampoco se debe culpar a los que en esto ven belleza digna de contemplar, un espectáculo que sobrepasa en mucho la observación normal que tenemos de la vida.
Así, este espectáculo único, visto directamente por un número reducido de humanos y que ocurre de forma muy poco frecuente, ha llevado a cierta confusión de la ministra de Turismo, Reyes Maroto, que ha llegado a decir que es un espectáculo maravilloso, algo inédito y digno de que los turistas se queden o vengan a la isla a contemplarlo. El uso de esas imágenes como un reclamo turístico más.
La verdad es que, afortunadamente, le han llovido las críticas hasta que le han hecho tener que rectificar, situándose prioritariamente junto al sufrimiento de los damnificados. Creo que las críticas no son por el simple hecho de ver belleza en este río de fuego en el que parece que viaja el mismo Demonio, sino por otra cosa muy importante y esencial en la ética, en la religión y en la vida de los humanos: se ha pospuesto el sufrimiento del hombre, se le ha dejado en un segundo plano.
Es curioso que la sociedad en general, el pueblo, a pesar de sus imperfecciones, vea que el hombre debe ser prioritario en su tragedia frente a otras consideraciones, aunque éstas partan de lo impresionante de ciertas bellezas que pueden comportar terror. Esto es madurez social que da sentido a las críticas.
También habría que preguntarse cuál debe ser el posicionamiento de los cristianos, pues, sin duda, el saber situarse de los seguidores de Jesús es importante. Siempre se debe estar al lado del prójimo sufriente como prioridad total.
Los cristianos no son ajenos a la belleza que algunos pueden ver en este espectáculo impresionante. Lógicamente, también pueden quedar impregnados de esos extraordinarios halos de belleza, aunque ésta pueda tener sus tintes terroríficos, captados por lo inédito de esas imágenes que están mostrando esa fuerza de la naturaleza, pero sin duda y de manera natural, para los creyentes el lugar central, prioritario y urgente, debe ser la preocupación por el hombre que sufre.
El hombre, lugar sagrado para Dios, lugar teológico central para los cristianos. El sufrimiento del prójimo siempre debe ser algo prioritario. Eso es algo central y fundante en la misión diacónica de la iglesia, en la misión de los creyentes en general que deben ser siempre las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. El sufrimiento del hombre, la situación del hombre que sufre, debe estar siempre por encima de cualquier otra consideración.
Así, pues, el que se pueda manchar las manos en la ayuda a los damnificados palmeros, que se las manche, el que pueda aportar bienes económicos o enseres, que los aporte, que el Gobierno cumpla todas sus promesas de que nadie se va a quedar en la estacada, que haya inversiones hasta que la isla recupere su situación normal, y que todos los damnificados hayan sido restituidos para poder vivir dignamente.
También, como creyentes, podemos desear y rogar que Dios cuide de los damnificados y que, de alguna manera, también éstos, al contemplar la fuerza de la naturaleza y la magnificencia de la creación, puedan llegar también a pensar en el Creador y puedan elevar hacia Él sus corazones. Que puedan ver que la fuerza de la naturaleza es solo un tenue reflejo del poder de Dios. Nuestra solidaridad con los que sufren en La Palma.
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