Personas que, aunque no lo digan, piensan o se comportan como presas del
“síndrome Moisés”:
“¡Ay, Señor! Nunca he sido hombre de fácil palabra… porque soy tardo en el habla y torpe de lengua”. Hemos de superar este síndrome, porque, cuando lo superemos, nos convertiremos también en liberadores de los oprimidos, como lo fue Moisés.
Tendemos a pensar que la evangelización es cosa de otros, máxime cuando vemos las prioridades de Jesús en su acercamiento del Reino: hay que acercar el reino a los pobres y sufrientes del mundo, a las víctimas de la increencia, a las víctimas de las riquezas para que se conviertan y compartan… Hay que compartir también la vida y el pan. Una evangelización que también implica siempre tanto el anuncio como la denuncia.
Ante esta gran responsabilidad, tendemos a la salida fácil: Señor, yo soy torpe de lengua, no me van a creer, no sé hablar bien, no tengo don de palabra, nadie me va a escuchar… Hay que vencer este triste síndrome, el “síndrome Moisés”.
No nos damos cuenta de que el Reino de Dios
“ya” está entre nosotros, de que Dios va delante, de que Dios ya está actuando, que Dios no actúa sólo en la iglesia, sino que Él está actuando también en el mundo, sufriendo con el mundo, clamando por la liberación de los pobres y oprimidos.
En el fondo tenemos que darnos cuenta de que nosotros no somos los protagonistas supremos de la evangelización, que alguien nos ha cogido la delantera y espera que nosotros nos unamos al proceso evangelizador como colaboradores suyos en humildad y dependencia.
Los evangelistas son simples instrumentos en las manos de Dios. De ahí que, más que la prepotencia o el orgullo en nuestra participación en el proceso evangelístico, debamos llevar la idea de servicio. Servicio liberador. Si se pierde esta perspectiva habremos fracasado como evangelizadores, como agentes de la evangelización. Seremos meros palabreros.
Al partir el proceso evangelizador de la idea de servicio en humildad, de la idea de entrega por la liberación de los oprimidos, como era el caso del pueblo de Moisés, aunque tengamos ante nosotros estos colectivos de los pobres del mundo, de las víctimas de la increencia y de los alienados por las riquezas, no vamos a considerar la tarea evangelizadora como algo superior a nuestras fuerzas. Para ser liberadores y para evangelizar en el servicio compartiendo el pan, hace falta ser conscientes de la necesidad de la presencia de Dios en nuestras vidas. Podremos vencer mejor así el
“síndrome Moisés”. Sabemos que es el Señor el que nos va a dar la valentía y el poder para comunicar el mensaje que hemos de dar, tanto con palabras como con gestos, acciones comprometidas y estilos de vida evangelizadores, como Moisés, que una vez superado su síndrome, se convirtió en un agente de liberación de su pueblo.
Cuando nos llenamos del poder integral evangelizador no podemos ver superior a nuestras fuerzas el acercarnos a los que viven en la indiferencia frente al evangelio, no consideraremos superior a nuestras fuerzas enfrentarnos a todo un proceso evangelizador que practica la projimidad, que denuncia a los opresores y acumuladores del mundo, que acoge a los débiles y que, al acogerlos, no tienen más remedio que clamar junto a ellos por justicia, por poder de Dios para cambiar las estructuras de poder y los pecados sociales comunitarios que marginan y empobrecen a nuestros prójimos.
Con el Señor, no consideraremos superior a nuestras fuerzas el elevar nuestra voz comunicando nuevos valores denunciadores de toda injusticia y toda maldad, valores redentores, de salvación. No consideraremos superior a nuestras fuerzas el convertirnos en agentes de liberación como Moisés. No consideraremos superior a nuestras fuerzas el proclamar salvación a los perdidos, a las víctimas de la increencia, a los pobres a los que también ofrecemos liberación en su aquí y su ahora. Nos consideraremos, siguiendo el programa del Maestro, como enviados a los pobres y quebrantados, liberadores de los oprimidos y de los presos, comunicadores del Evangelio a los pobres y sufrientes del mundo. Moisés superó su síndrome y fue un gran liberador y guiador de su pueblo con la ayuda de Dios. Fue capaz de comunicar algo más que palabras y devolvió la dignidad al pueblo de Israel.
Cuando nos situamos en estas perspectivas, cuando superamos el “síndrome Moisés”, cuando estamos como instrumentos en las manos de Dios y junto a Él, ya no puede darse el orgullo y la prepotencia que se ve en algunos evangelizadores, en algunos que se consideran agentes de evangelización. Ya no hay prepotencias ni ningún tipo de superioridad frente a los otros. Nos situamos ante los demás,
“como el que sirve”, siguiendo el ejemplo de Jesús. Y el que está
“como el que sirve”, va a buscar también las perspectivas de Jesús: se va a sentir enviado a los pobres, a los privados de dignidad, a los oprimidos y sufrientes del mundo y, desde ahí, va a predicar un Evangelio para todos, incluidos los ricos del mundo cuyos graneros deben ser denunciados, porque tienen, necesariamente, que compartir como parte de su arrepentimiento y de su aceptar la oferta de salvación… como hizo Zaqueo.
Necesitamos de personas que superen en “síndrome Moisés” y que, llenos del Espíritu, se lancen a la Gran Tarea de la evangelización del mundo. El mundo lo necesita, un mundo desigual en el que no hay muchos signos de que los pobres sean evangelizados con una evangelización integral que une a la palabra la liberación, como hizo Moisés. El compartir la vida y el pan junto a la Palabra. Si hoy los pobres no son evangelizados con un Evangelio capaz de compartir el pan y la vida, además de la Palabra, ¿qué evangelio es el que estamos anunciando hoy? Falla la misión integral de la iglesia.
Quizás es que, además del “síndrome Moisés”, estemos afectados también por la vivencia en nuestras vidas del “síndrome Mamón”, la búsqueda de toda bendición económica, y nos apeguemos demasiado a las riquezas demoníacas que, insolidariamente con los pobres del mundo, nos ofrece el dios de las riquezas y del consumo desmedido. Así, no podremos hacer una evangelización que comparta el pan y la vida, aunque algunos consigan superar parte del “síndrome Moisés” y compartan sólo de palabra. Si no comparten la vida y el pan, si no son, como Moisés, agentes de liberación y dignificación, pudiera ser que la palabra bajara muerta, sin espíritu, sin el Espíritu del Dios vivo que sufre con los pobres, oprimidos y proscritos del mundo.
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