Vivir una espiritualidad desencarnada no es vivir la espiritualidad cristiana que comporta toda una ética de servicio que nos lleva a ser las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor.
Es posible que el concepto “ser más mundano” pueda llamar a equívocos, pero yo me voy a referir con esta expresión a que, tanto nuestro actuar como nuestro sentir y pensar el Evangelio, estén mucho más arraigados en el mundo en compromiso con el prójimo que nos necesita, porque es verdad que en el mundo existe el mal y la injusticia, pero eso, bíblicamente, no justifica el que hagamos de nuestros templos círculos de pureza en donde nos encerremos dentro de sus cuatro paredes para no contaminarnos, dando la espalda al sufrimiento de los oprimidos, enfermos o empobrecidos.
Es por eso que voy a justificar que deberíamos ser mucho más mundanos o, al menos, en un justo equilibrio con una espiritualidad ultramundana que espera la recompensa eterna. La vivencia de la espiritualidad cristiana tiene esas dos vertientes irrenunciables para no caer en la creencia en un Evangelio mutilado. Tened en cuenta que Dios, desde la creación, observa al mundo con el siguiente resultado: “Y vio Dios que era bueno”.
Fue posteriormente, con la filosofía helénica, cuando empezó a darse ese dualismo entre el cuerpo y el alma, espíritu y materia que no fue bueno para el cristianismo, para el hecho de considerar el cuerpo como digno de ser ayudado, fundamentalmente en la figura del prójimo sufriente. En ese sentido habría que ser mucho más mundano y hacer que el Evangelio arraigue en el mundo con el cual el cristiano debe estar comprometido como seguidor del Maestro.
No hay que vivir un cristianismo desencarnado del mundo y de la historia, un cristianismo espiritualista que tenga como pecaminosa o negativa la relación con el mundo, con el hombre oprimido, despojado, empobrecido, débil o enfermo. Vivir una espiritualidad desencarnada no es vivir la espiritualidad cristiana que comporta toda una ética de servicio que nos lleva a ser las manos y los pies de Jesús en medio de un mundo de dolor. En ese sentido es en el que hay que ser mucho más mundano que, de alguna manera, es ser también mucho más espiritual.
Por ello, si los cristianos viviéramos un cristianismo más en función del entorno mundo que nos rodea y de forma solidaria con el prójimo, yo creo que hay un número de creyentes suficiente en el mundo para que su influencia fuera cambiando la realidad injusta y opresiva en que muchos congéneres nuestros están viviendo. Jesús oraba así a su Padre: “No te ruego que les quites del mundo, sino que los guardes del mal”.
Tenemos que vivir así una espiritualidad dentro del mundo, en función de las muchísimas problemáticas que hay en el mundo, sin dar la espalda al mundo ni al prójimo sufriente que en nuestro aquí y ahora tiene unas dimensiones de escándalo humano. Unos mil millones de hambrientos y las tres cuartas partes de la humanidad en pobreza, sin contar las muchísimas opresiones, abusos de poder, acumulaciones injustas e indebidas, así como despojos de seres tanto individuales como de colectivos que conforman pueblos o países enteros, dando lugar a un mundo en el que hay muchos contemporáneos nuestros que no pueden disfrutar de los bienes del planeta tierra que son de todos.
Es en este sentido en el que deberíamos tener una espiritualidad mucho más mundana, responsable, justa y solidaria con los débiles. No, el cristianismo no nos llama a vivir una religión de puertas adentro de los templos, ni de una verticalidad superespiritualista buscando los goces espirituales, son una espiritualidad que, a su vez, debe estar en relación con Dios y con el mundo. Una espiritualidad en relación con el mundo, espiritualidad mundana.
Así, la misión del cristiano, su campo de misión, no está ni debe estar solamente dentro de las cuatro paredes de la iglesia buscando los goces espirituales, sino que su auténtico campo misionero es el mundo, el estar también en contacto con los focos de conflicto, de pobreza, de despojo u opresión. Si no, no nos podemos llamar seguidores del Maestro. Por eso, la espiritualidad cristiana en relación con el mundo es seguir la línea de la creación allá en el huerto del Edén: ser colaboradores de un Dios justo que es sustento de los débiles, padre de huérfanos, defensor de viudas y valedor de los extranjeros abusados, colectivos que serían representantes de todos los grupos marginados y oprimidos en el mundo hoy.
Oremos al Señor para que no nos decantemos hoy por la vivencia de una falsa espiritualidad, al estar separada y dando la espalda al prójimo que lo necesita, así como por una espiritualidad desencarnada que es simplemente una de las trampas de Satanás.
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