La muerte, olvido o asesinato del diablo no nos libera, sino que nos oprime con un plus de responsabilidad humana ante el mal.
Parece que el demonio o Satanás ha salido a la palestra pública con el caso del Obispo de Solsona, Xavier Novell, por su relación con la escritora de novela erótica y, además, curiosamente, todo en torno al exorcismo y satanismo. Yo creo que la reacción de la sociedad española y de los medios de comunicación social ha sido la de mofarse un poco de la idea de los exorcismos como si fuera ya algo de la Edad Media o anterior. Nuestra cultura y sociedad no acepta ya la figura del Diablo.
Pero lo curioso es que, también, en medio de nuestras iglesias cristianas de diferentes confesiones, surgen ideas que darían a entender que la figura del Diablo es ya algo pasado que se guarda en algún ataúd puesto a buen recaudo. Hay algunos que afirman que el amor de Dios es muy superior a nuestros pecados y, sin apelar a fases como el arrepentimiento, el nuevo nacimiento u otros, quitan valor al Diablo, porque el amor de Dios siempre es muchísimo mayor que nuestro pecado.
Otros, en cambio, rechazan a aquellos predicadores que aún hablan del castigo eterno, aunque ni siquiera mencionen al Diablo. La línea de predicación para ellos también debe ser el amor y la acogida de Dios para todos. También se le da de lado al propio Demonio. Quizás es que para muchos ha muerto ya para siempre. Las tentaciones ya no tienen valor. Siempre predominará el amor de Dios que nos rescatará de cualquier circunstancia anómala. No. Ya no existe el demonio para algunos. Ese peligro no nos debe de asustar.
Los que me conocéis sabéis que yo no soy un predicador de condenaciones sin fin, ni de condenas a los hombres al infierno eterno, pero me llama la atención que, eso que tanto la Biblia insiste de que hay dos caminos, de que tengamos cuidado con nuestro adversario el demonio, la necesidad del arrepentimiento y el nuevo nacimiento, ya no se vea tan necesario en algunos sectores, gracias a que el amor de Dios cubre a toda la humanidad para que ninguno se pierda. El Diablo ya no tiene nada que hacer.
Es verdad que en el mundo han llegado épocas en las que se ha hablado de la muerte de Dios para apoyar y proclamar la mayoría de edad del hombre. Era como un grito que afirmaba que, si Dios ha muerto, que viva el hombre. En La Ciudad Secular, de Harvey Cox, la religión y lo sagrado ya no impregnan ni la cultura, ni las diferentes capas sociales o socioculturales, quedando lo religioso reducido a una simple opción más. Lo que pasa es que estas teologías no eran muy atractivas para aquellos creyentes que confiaban en la presencia en el mundo de un gran remanente fiel al Evangelio. No se dejaron impactar demasiado por estas ideas de la muerte de Dios, aunque la ciudad secular sí que llegó a aposentarse entre nosotros.
La diferencia entre el Dios ha muerto de algunas teologías, la muerte de Dios, no es tan atractiva como el hecho de mandar al Diablo al baúl de los recuerdos como algo obsoleto, un mito del pasado al que podemos decir adiós con cierta alegría. Creo que el demonio ha sufrido un golpe mortal que algunos se lo han dado usando el amor infinito de Dios. Se corre el riesgo de que muchos vivan el cristianismo como si el diablo no existiera, y como si ya no hubiera problemas ni con sus pecados ni con sus rebeliones. Tenemos el paraguas del amor de Dios que siempre será mayor que nuestros actos contra Dios o contra el prójimo. El infinito amor nos cubre y Satanás ya ni nos tienta.
Un problema que podría ocurrir: que, al matar al Diablo, nosotros mismos nos convirtamos en los Satanes de la tierra, en los demonios del hombre contra el hombre. Cuando hablamos de lo satánico de algunos comportamientos, de lo demoníaco de algunas situaciones, o de lo diabólico de muchos escándalos humanos en el mundo, es muy probable que ya no estemos aludiendo realmente a la presencia del diablo, sino que puede entenderse que, si hemos matado a Satán, nos hayamos convertido nosotros mismos en el diablo encarnado en el hombre. Pues el mal, la tentación seguirán existiendo y, desgraciadamente, nosotros podríamos ser los mediadores del Satán “muerto o desaparecido”.
Consecuencia: que el origen del mal, del pecado y de todo lo que se podría culpar al autor del mal, al demonio, ahora recaiga sobre nuestras conciencias, sobre nuestros hombros, sobre nuestras espaldas como un tremendo y pesado fardo que nos agobia, pero que tenemos que soportar. Hay una tragedia humana al haber intentado matar a Satanás. Quizás tengamos que asumir una tremenda carga de responsabilidad tensa de ser o considerarnos a nosotros mismos los responsables del origen del mal, los que también llevamos en nuestro ser cargas del defenestrado maligno.
De aquí se pueden derivar ciertos miedos, incluso el miedo a nuestra propia libertad y capacidad de decisión responsable. Miedos ante nuestros propios actos. No. La muerte, olvido o asesinato del Diablo no nos libera, sino que nos oprime con un plus de responsabilidad humana ante el mal. Responsabilidad ante la insolidaridad del hombre ante el escándalo de la pobreza, de la opresión, de la injusticia y de tantas y tantas maldades humanas que se ceban en estas criaturas de Dios que, en su libertad, pueden dar la espalda al propio Diablo, creyendo que con eso lo han matado para siempre, aunque sigan aplastados por sus propios miedos e inseguridades.
O, quizás, es que Satanás no ha muerto aún y se esconde en las rendijas de los muros de nuestras ciudades, o entre las tejas rotas de nuestros tejados, o entre las entretelas de nuestros corazones.
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