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La vocación de barrer calles

Trabajando bien contribuyo no solo a mi empresa y a mi familia, sino que también glorifico a Dios.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 08 DE SEPTIEMBRE DE 2021 12:30 h
Imagen de [link]Şahin Sezer Dinçer[/link] en Unsplash.

Después de haberme tomado unas semanas de descanso vuelvo con una nueva serie de artículos. Hay muchos temas que me rondan por la cabeza. Pero desconozco si lo que tengo en la mente coincide con las inquietudes de mis lectores. Lo veremos.



Lo bonito de la teología es que todo tiene que ver con nuestra vida y con lo que nos rodea, siempre que se trate de una teología adecuada. Al mismo tiempo no hay nada más aburrido, complicado y cansino que ese tipo de teología que está desvinculada de la vida y se convierte en un mero pasatiempos de inquilinos de torres de marfil, expertos de lo irrelevante.



Y cuando hablamos de nuestras vidas, hay pocos temas que son más comunes entre los seres humanos que el trabajo. Es la razón por la que me gustaría dedicar unos cuantos artículos a este tema. Por lo menos quiero aportar algunas pinceladas. No aspiro a más.



Recuerdo que de niño en mi camino al instituto solía encontrarme casi todos los días con un barrendero. Dos cosas me llamaron la atención de él: su sonrisa y la dedicación con la cual limpiaba lo que otros habían ensuciado. Se le notaba que veía su trabajo no como una carga sino como contribución clave para que el barrio quedara en mejor estado. No exteriorizaba ningún rencor hacia aquellos que dejaban sus desperdicios en la calle.



Este hombre también le habría encantado a Martín Lutero. El reformador de Wittenberg estaba convencido de que cada persona desempeñaba una función esencial e importante en la vida con un trabajo honrado, dando igual si se era ama de casa, maestro, juez o barrendero. En sus palabras:



Cada persona cumple con su trabajo un propósito divino. No solo trabajamos para ganar dinero. Trabajamos porque Dios nos ha mandado hacerlo. El Creador quiere que ejerza mis facultades por el bien de todos.



 



La teología del trabajo



Estamos hablando de la teología del trabajo y de su vocación. Después de restablecer la doctrina de la justificación por la fe, este fue tal vez el segundo descubrimiento más importante de todos que hizo Lutero.



Esta idea era novedosa en aquel entonces. Hasta ese momento se consideraba la “vocación” como algo propio de sacerdotes, monjes y monjas. Pero Lutero aplicaba este término a todas las áreas de la vida. De hecho, hasta hoy en alemán -gracias a Lutero- se usa la palabra Beruf (que lingüísticamente está estrechamente vinculado a Berufung, que significa “vocación”) cuando en los formularios oficiales se pregunta por la profesión de una persona.



Lutero descubrió de nuevo un principio bíblico que durante siglos había caído en el olvido: cualquier persona que trabaja debe obedecer a un llamado divino. Y con esto daba al trabajo una nueva categoría.



Los reformadores consideraban el trabajo como “culto a Dios”. De hecho, Lutero opinaba que alguien que hace su trabajo a conciencia y con dedicación sirve mejor a Dios que acudiendo a la iglesia los domingos.



Estaba convencido que Dios nos ha llamado a hacer nuestro trabajo conscientes de nuestra vocación. Bajo este aspecto, no da lo mismo como hago mi trabajo. Trabajando bien contribuyo no solo a mi empresa y a mi familia, sino que glorifico a Dios. Y esto es razón para estar contento.



[destacate]La fe evangélica no entiende el trabajo como un castigo de Dios, sino como una actividad que está estrechamente relacionada con Él.[/destacate]La doctrina de la vocación laboral forma la espina dorsal de la teología del trabajo, que es esencial en la Biblia, y que es la base de la famosa “ética protestante del trabajo”. La meta de la vida cristiana no es la huída de este mundo, sino poner este mundo bajo el dominio de Dios. Y el trabajo forma una herramienta importante para este cometido.



La fe evangélica no entiende el trabajo como un mal menor o un castigo de Dios, sino como una actividad que está estrechamente relacionada con Dios, quien tiene el control sobre todas las cosas. Nuestro ideal como creyentes no es poder dejar de trabajar porque nos jubilamos o porque nos ha tocado la lotería. Todo lo contrario: el sueño del creyente es que su trabajo sea una forma de adorar a Dios. Y no se deja de adorar a Dios a partir de cierta edad.



Y para eso, hay que tener una vocación, un llamamiento que convierte nuestro trabajo en un culto y su resultado en una obra maestra. Jamás olvidaré la pegatina que vi en uno de mis viajes en una cocina: Aquí se rinde culto al Señor tres veces al día, sietes días de la semana. Y eso que incluso se trataba de un trabajo no remunerado. Hasta cocinar y lavar la vajilla puede convertirse en un arte y una manera de rendirle culto al Señor.



Sin una referencia a Dios, nuestro trabajo carece de sentido y se convierte simplemente, en el mejor de los casos, en una forma de ganar dinero para no morir de hambre.





El trabajo que mira hacia el futuro



Sin embargo, en la Biblia, el trabajo tiene una connotación escatológica. Tiene un propósito en el Reino de Dios. El trabajo puede ser un fastidio o una forma de ejercer dominio y convertir este mundo en un sitio mejor (Génesis 1:26-28).



Hay dos versículos bíblicos que recogen este aspecto. El primero se encuentra en Eclesiastés 11:1:



Echa tu pan sobre las aguas; porque después de muchos días lo hallarás.



El segundo viene del Salmo 126:5-6:



Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.



Ambas referencias vienen del mundo emprendedor. La cita de Eclesiastés se refiere a los cereales que salen de un puerto para su exportación. El trabajo duro y arriesgado de sembrar, recoger y meterlo en un barco para que se pueda vender a buen precio finalmente tendrá su recompensa. Es pan y vida para los compradores y ganancia y bienestar para el vendedor. Pero no se consigue gratis. Hace falta un trabajo orientado hacia el futuro y confianza en Dios para que se den las circunstancias para que todo termine con éxito. Y en consecuencia el mundo se convierte en un lugar mejor.



La segunda cita tiene como contexto tiempos de escasez. Coger granos de lo poco que queda -incluso pasando hambre- para sembrarlo y tener una cosecha meses más tarde requiere sacrificio. Pero es la única manera de seguir adelante pidiendo a Dios que la siguiente cosecha sea tan abundante que haya suficiente para comer, para sembrar y para vender.



El trabajo previsor y duro junto con la bendición divina es la llave para un aumento de la producción que será en beneficio de todo el mundo.



El trabajo no se entiende en la Biblia nunca como algo para mantener el statu quo. Esto fue la gran equivocación del último hombre en la parábola de los talentos, que simplemente enterró lo que su señor le había entregado en vez de multiplicarlo trabajando e invirtiendo con inteligencia.



A estas alturas, alguien va a alegar que su trabajo es precario, que carece de sentido y que no aporta nada a este mundo. En primer lugar habría que evaluar si la cosa es realmente así. Pero si se confirmara, habría que preguntarse en segundo lugar: entonces, ¿qué se puede hacer para remediarlo? ¿Cuál es mi pasión? O mejor dicho, ¿qué puedo aportar yo para que avance el Reino de Dios a través de mi trabajo?



Cierto, la situación actual no es para tirar cohetes. Con las tasas de desempleo y la situación laboral uno no puede escoger fácilmente lo que quiera.



Tal vez sería momento de preguntarse: ¿y qué quiero? ¿A dónde y a qué me ha llamado el Señor? No hay que olvidar que una profesión secular no requiere menos vocación que un pastorado. Y a veces es preferible ganar menos y hacer algo que tenga sentido que aspirar a la profesión de mis sueños -que no es necesariamente la de mi vocación- y permanecer toda la vida en modo de espera.



Volviendo al barrendero del inicio: otro Martin Lutero -el pastor norteamericano Martin Luther King- dijo en una ocasión:



Si un hombre está llamado a ser barrendero, debe barrer las calles como un Miguel Ángel pintó, o un Beethoven compuso música o un Shakespeare escribió poesía. Debe barrer las calles tan bien que todas las huestes del cielo y de la tierra se detengan para decir: 'Aquí vive un gran barrendero que hace bien su trabajo’.



¿En qué obra maestra vamos a trabajar hoy?


 

 


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