Jesús es bueno, cumple con su misión. Se entrega generosamente por los suyos. No es un pastor asalariado que trabaja para el dueño del rebaño. No abusa. Sí reparte ternura y amor, conoce a cada oveja en lo más íntimo.
Jesús añadió: “Os aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que se mete por otro lado, es ladrón y salteador. El que entra por la puerta, ese es el pastor que cuida las ovejas. El guarda le abre la puerta, y el pastor llama a cada oveja por su nombre y las ovejas reconocen su voz. Él las saca del redil, y cuando ya han salido todas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen porque reconocen su voz. En cambio no siguen a un extraño, sino que huyen de él porque no conocen la voz de los extraños.”
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron lo que les quería decir.
Volvió Jesús a decirles: “Os aseguro que yo soy la puerta por donde entran las ovejas. Todos los que vinieron antes de mí fueron ladrones y salteadores, pero las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: el que por mí entra será salvo; entrará y saldrá, y encontrará pastos.
“El ladrón viene solamente para robar, matar y destruir; pero yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por el salario, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor ni son suyas las ovejas. Entonces el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es el salario, no las ovejas.
“Yo soy el buen pastor. Como mi Padre me conoce y yo conozco a mi Padre, así conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil, y también a ellas debo traer. Ellas me obedecerán, y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
“El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me quita la vida, sino que la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volverla a recibir. Esto es lo que me ordenó mi Padre.” Juan 10:1-18
Son muchos los años que han pasado desde que se escribió la porción de evangelio que encabeza esta reflexión. Tenemos textos consoladores que nos llegan a través de los siglos. Sin embargo, es necesario comparar esta enseñanza con otro escrito que aparece en el Antiguo Testamento. Me refiero al libro de Ezequiel capítulo 34. Su contenido es tan interesante como duro. Pero al mismo tiempo es un mensaje que contiene una promesa, un anticipo a lo que vemos presente en este pasaje de Juan.
Resumo:
¡Ay de los pastores de Israel, que se cuidan a sí mismos! Os bebéis la leche, os hacéis vestidos con la lana y matáis las ovejas más gordas, pero no cuidáis el rebaño. No ayudáis a las ovejas débiles, ni curáis a las enfermas, ni vendáis a las que tienen una pata rota, ni hacéis volver a las que se extravían, ni buscáis a las que se pierden, sino que las tratáis con dureza y crueldad. Mis ovejas se quedaron sin pastor, se dispersaron y las fieras salvajes se las comieron. Se dispersaron por todos los montes y cerros altos, se extraviaron por toda la tierra y no hubo nadie que se preocupara por ellas y fuera a buscarlas.
Los pastores cuidan de sí mismos, pero no de mi rebaño; voy a quitaros el encargo de cuidarlo, para que no os sigáis cuidando a vosotros mismos; rescataré a mis ovejas, para que no os las sigáis comiendo.’
Como el pastor que se preocupa por sus ovejas cuando están dispersas, así me preocuparé yo de mis ovejas; las rescataré de los lugares por donde se dispersaron un día oscuro y de tormenta. Las apacentaré en los mejores pastos. Allí podrán descansar y comer. Yo mismo seré el pastor de mis ovejas; yo mismo las llevaré a descansar. Buscaré a las ovejas perdidas, traeré a las extraviadas, vendaré a las que tengan alguna pata rota, ayudaré a las débiles y cuidaré a las gordas y fuertes. Yo las cuidaré como es debido.
“Yo pondré a mis ovejas alrededor de mi monte santo y las bendeciré; reconocerán que yo soy el Señor. Les daré sembrados fértiles, y no volverán a padecer.Vosotros sois mis ovejas, las ovejas de mi prado. Yo soy vuestro Dios. Yo, el Señor, lo afirmo.
Dejamos el Antiguo Testamento y pasamos al Nuevo, veamos lo escrito en Judas 1:12-13: Son pastores que solamente se cuidan a sí mismos. Son nubes sin agua, llevadas por el viento. Son árboles que no dan fruto a su tiempo, definitivamente muertos y arrancados de raíz. Son furiosas olas del mar, que arrojan como espuma sus acciones vergonzosas.
Algunos hemos experimentado el abuso de autoridad en diferentes etapas del camino, o conocemos a hermanas y hermanos que lo sufren en el presente. Vemos que los malos pastores, hoy día podemos añadir pastoras, existen desde que las ovejas pastan por el mundo. Abusan y son rechazados por el Señor.
En el texto de Juan, Jesús refiere a los oyentes la vida pastoril que todos conocen, porque en Israel un gran porcentaje se dedicaba a la agricultura y la ganadería. Desde siempre abundaron los rebaños de ovejas. Recordamos que Job tenía catorce mil (42:12), y Salomón sacrificó para el templo ciento veinte mil (1 Reyes 8:63). David, el más pequeño de los ocho hijos de Isaí, era quien cuidaba el rebaño, por eso sabía lo que hacía cuando compuso el salmo 23.
Para protegerlo, los pastores acostumbraban a resguardarlo en un redil a cielo abierto. Tenía una puerta en la que alguien velaba y sólo dejaban entrar a los que las guardaban allí. Estos protectores las llamaban y ellas obedecían y le seguían hasta los pastos.
El pastor pasaba el día entero con ellas, las conducía a lugares donde comían bien, las llevaba hasta donde había agua, les permitía descanso, las defendía de cualquier peligro, ya fueran fieras o ladrones. De noche las refugiaba en el aprisco.
En la actualidad ocurre lo mismo. Soporta, igual que las ovejas, el frío o el calor, la lluvia o el viento. Tiene, además, un cuidado especial hacia las más débiles, las más pequeñas, las más torpes, y va a buscar a la que se ha descarriado. Cada una tiene su nombre puesto a propósito y le responden cuando las llama.
Jesús se identifica ante todos como la puerta misma por donde han de pasar tanto unos como otros. El redil es el pueblo que pertenece al Reino de Dios, que se hace universal para todos los que oímos su voz. Y como si de una tarjeta de visita se tratase, hace su presentación a los oyentes y les dice: Yo soy el buen pastor, doy mi vida por vosotros. A él pertenecen las ovejas, da su vida por ellas.
Dice el texto que los que escuchan no le entienden, aunque saben que el Mesías que estaban esperando era designado así en el Antiguo Testamento, sobre todo en el libro de Jeremías capítulo 23 y en Ezequiel 34 que resumimos anteriormente.
Jesús es bueno, cumple con su misión. Se entrega generosamente por los suyos. No es un pastor asalariado que trabaja para el dueño del rebaño y, como no las ama, huye cuando aparece el peligro dejándolas solas. Él no se contrata, no acepta recompensa. No se las da de poderoso. No abusa. Sí reparte ternura y amor, conoce a cada una en lo más íntimo.
Por eso, la vocación de los pastores y pastoras verdaderos, los que se preocupan por su iglesia, sólo pueden entrar por la puerta que es Jesús, quien los capacita, los llama y hace que nazca una relación de íntima confianza en la congregación. Todo lo contrario a un bandolero o un ladrón.
Jesús entra al redil con las ovejas y también se ocupa de sacarlas fuera para llevarlas a los pastos. Salvo para protegerlas no las encierra, les da libertad. Cuando salen, camina delante, ellas le oyen y le siguen con agradable voluntad. Pasa igual entre Jesús y sus discípulos, están unidos. Se conocen mutuamente en el amor que les lleva a la comunión.
El Señor nos guarda. Somos sus criaturas. Su salvación abarca todos los ámbitos y conceptos que conforman a la persona. Es uno con el Padre y uno con nosotros, discípulos suyos también. No cabe más unión en esta relación.
Sabemos que en todo tiempo han existido dirigentes que no han querido o no han sabido dejarse influir por el Espíritu Santo para guiar a su iglesia, o a propósito se han dedicado a mirarse a sí mismos y abusar de los demás. De ellos hay que alejarse sin ninguna duda. Repito, de ellos hay que alejarse sin ninguna duda.
El ejemplo a seguir para todo pastor o pastora está en Jesús, que no maltrata al rebaño, que lo cuida, lo ama, que sufre cuando es castigado por el sol de mediodía (tiempos en los que tenemos dificultades); sufre cuando azota el frío de la noche (cuando nadie nos apoya y nos sentimos solos).
Él es el Buen Pastor que, como hombre, pasó por nuestras mismas necesidades, problemas, y nos entiende. No es quien nos manda sufrir imponiendo castigos y sufrimientos o amenazas, no saca nada de nosotros, sino que se regala entero. Es el que nos ayuda a salir de esos males que aparecen en el camino. Cada uno de nosotros le importamos de manera individual y le preocupa el bienestar del grupo.
Huyamos de los extraños que oprimen con su voz desconocida. Estemos atentos para discernir las enseñanzas que vienen del Señor.
De las virtudes de Jesús tenemos que aprender y seguirle. Para recordarlas podemos repasar cualquiera de los evangelios. Vemos su solidaridad, su compasión, la libertad que otorga, cómo él mismo sirve a los demás. Imitemos su comportamiento porque a nuestro alrededor hay personas que están esperando ser tenidos en cuenta y ser redimidos.
El texto de esta reflexión destaca la comunión. Un solo rebaño y un solo pastor. Aunque las expresiones “pastor” y “rebaño” vienen de antiguo y entendemos su significado sin problema, quizá habría que buscar otra fórmula más actual que pueda identificar a las personas que guían y protegen y a los que necesitan de esta ayuda, formando las dos partes una comunidad cristiana. Una expresión que no sea líder, ya que en muchos casos se interpreta como mandamás.
Continuo: Jesús nos busca y se interesa por nosotros, pobres descarriados. Sale a los caminos de la vida y nos ayuda con las historias que cada uno lleva a cuestas. Existe conocimiento mutuo entre nosotros.
Para terminar comparto unas palabras de Plutarco Bonilla escritas en la conclusión de su libro Los milagros también son parábolas (Editorial Caribe): “Dícese que una de las palabras griegas para referirse al hombre, (el ser humano) ánthrôpos, se compone de una preposición que significa arriba y una forma derivada de un verbo que quiere decir mirar. El hombre (el ser humano) vendría a ser, de acuerdo con esta etimología, el animal que mira hacia arriba, es decir, que depende de alguien que está por encima de él”.
Mujeres y hombres alcemos la mirada. Benditos aquellos que sólo desean la guía del Señor. De él recibimos el cuidado. A él le damos la gloria. De su mano amorosa que nos agarra con fuerza nadie podrá arrebatarnos. Nos sujeta. Da la cara por cada uno de nosotros y nos deja su ejemplo de vida como guía en nuestro camino para que no nos perdamos.
Aún sin necesidad de tenerlo todo, cada uno puede dar testimonio de cómo nos libera, cómo hace justicia contra la opresión en sus múltiples formas sin detenerse en la edad, la raza, el sexo o la clase social. A todos nos regala sus bondades.
Ante este supremo cuidador que tenemos y parafraseando el poema de Teresa de Jesús, sólo podemos decir, decirnos, que nada nos turbe, que nada nos espante, porque, quien al Señor, al Buen Pastor tiene, nada le falta. Sólo él nos basta.
Demos gracias al Señor nuestro Dios por ser tan bueno.
Notas
Reflexión escrita con la ayuda de:
Comentario del Nuevo Testamento, Juan y Hechos. Tomo 2. L. Bonnet y A. Schroeder. Casa bautista de Publicaciones.
Comentario Bíblico Latinoamericano. Nuevo Testamento. Grupo Editorial Verbo Divino.
Salmo 23. "Salmo del Pastor", por F.B. Meyer.
Usos y Costumbres de las Tierras Bíblicas. Fred H. Wight. Editorial Portavoz.
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