Por más que los ojos deseen y codicien, nunca quedarán contentados, porque siempre querrán más.
Allá por los años sesenta del siglo pasado hubo una canción que se convirtió en un gran éxito. Era la que cantaba Mick Jagger de los Rolling Stones, titulada Satisfaction, o para hacer justicia al estribillo I Can't Get No Satisfaction, es decir, no puedo obtener satisfacción. Plasmaba perfectamente el deseo de muchos en aquella generación que ansiaban encontrar algo que les llenara verdaderamente. Pero la melodía insistía en que a pesar de intentarlo una y otra vez, la satisfacción no se conseguía. Por aquel entonces muchos buscadores se lanzaron, nos lanzamos, en la búsqueda de algo más, que diera sentido a nuestras vidas, porque nos parecía que la consabida secuencia de la vida humana de trabajar para comprar una casa y tener dinero para consumir y gastar, formando parte de una sociedad regida por pautas y normas convencionales, no podía ser todo lo que hubiera en la vida. Tenía que haber algo diferente y profundo, que diera un propósito especial a la existencia.
Había un riesgo en aquella búsqueda, como en toda búsqueda que merezca la pena, porque los peligros acechaban y la posibilidad de equivocarse era alta. De hecho, muchos nos equivocamos, porque nos metimos en sendas erradas, atendiendo las voces de guías que supuestamente sabían adonde iban, aunque en realidad estaban tanto o más perdidos que quienes les seguíamos. Pero en aquel momento nos parecía que de lo que se trataba era de ir contracorriente, porque seguir la corriente era lo anodino y archisabido. En esa contra-dirección, en la que ya otros, décadas atrás, nos habían precedido, parecía estar la deseada respuesta.
Mas la búsqueda de algo que diera verdadera satisfacción, se convirtió, en muchos casos, en tragedias irreparables, en caminos sin retorno, en callejones sin salida, en confusión y preguntas sin fin, que parecían no tener contestación. Algunos de entre los más destacados, los que eran una referencia, acabaron sumidos en el pozo de la adicción, resultando que tampoco las vanguardias, ni la psicodelia, ni la contra-cultura eran capaces de proporcionar lo que suponíamos que existía, aunque no sabíamos en qué consistía. Y así es como aquella generación, en pos de la satisfacción, encontró la insatisfacción. No era la primera, ni fue la última, en quedar atrapada en tal contradicción, porque la insatisfacción es congénita a la naturaleza humana.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El Seol y el Abadón nunca se sacian; así los ojos del hombre nunca están satisfechos.’ (Proverbios 27:20). La primera parte del texto se refiere a la insaciabilidad de dos gigantescas entidades, como son el Seol y el Abadón. La primera es el término hebreo común para designar el lugar de los muertos, un lugar que nunca está lleno. Ahora estamos acostumbrados a guardar un aforo en las reuniones del tipo que sean, porque el cupo que puede albergar un sitio es de por sí limitado, pero todavía más por causa de la pandemia. Pero en el Seol no hay limitación de aforo, por más que millones y millones ya lo llenan y lo seguirán llenando. Lo mismo pasa con el Abadón, término que aparece solamente seis veces en el Antiguo Testamento, y que describe el aspecto destructor de la muerte. Tampoco tiene limitación de cupo, por más que reciba ingentes cantidades y nuevos ingresos en su seno todos los días. Nunca dice: Basta. Jamás dice: Para; ya es suficiente. Ya tengo bastante.
Del mismo modo, dice la segunda parte del tweet, los ojos del hombre nunca están satisfechos. Los ojos representan el órgano del deseo y el deseo lo que busca es satisfacción. Pues bien, por más que los ojos deseen y codicien, nunca quedarán contentados, porque siempre querrán más, de manera que la insatisfacción generada alimentará el deseo, que a su vez retroalimentará la insatisfacción, en una espiral inacabable. Ese deseo siempre insatisfecho es lo que explica que personas que tienen dinero de sobra, ansíen tener más. Que hombres que tienen bellas esposas, codicien las ajenas. Que gente que ha alcanzado el poder, quiera más poder. Si así es con los que tienen, ¿qué será con los que no tienen?
Pero volviendo a los años sesenta, Dios en su misericordia vino a muchos de aquella generación de insatisfechos a abrirnos los ojos. Efectivamente, la respuesta no estaba en la insustancial sociedad de la que renegábamos; pero tampoco estaba en el viento, como el cantautor decía. Y así fue como encontramos, o mejor, fuimos encontrados por la verdad de Dios, cuando nada parecía ya tener sentido. Con ansia nos agarramos a su Palabra, degustándola y saturándonos de ella, porque habíamos descubierto que allí estaban las respuestas a aquellas preguntas a las que ideólogos, sociólogos, psicólogos, cienciólogos, ufólogos, antropólogos, parapsicólogos y todos los demás ólogos, no habían conseguido dar respuesta. Parecía mentira que los que andábamos en busca de algo nuevo, lo halláramos en aquel antiguo Libro. Pero allí aleteaba el Espíritu Santo, presentándonos a Jesús vivo, Señor y Salvador.
Y así fue como pudimos descubrir dónde estaba y quién era el que da la verdadera satisfacción al alma. El que dijo: ‘Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.’ (Juan 4:13-14). Hoy, esas palabras, pronunciadas hace casi dos mil años, siguen teniendo toda su vigencia, siendo totalmente pertinentes para la actual generación de insatisfechos.
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