Algunos, en el campo evangélico, han llamado a esta encomienda de llevar el Evangelio a toda criatura hasta los confines del mundo, la
“Gran Comisión”, términos que son casi inentendibles e inusuales para el común de las personas que nos escuchan y, quizás, provenga este nombre de la traducción hecha por alguno de los misioneros que han elegido a España como campo de misión.
Si queremos seguir usando una terminología cercana a ésta, pero entendible para la mentalidad española, deberíamos decir la Gran Tarea de la iglesia, término que usaremos en el futuro en este artículo. Otros, afinando un poco más, han dicho que la iglesia se mueve entre la Gran Tarea y el Gran Mandamiento, que es el mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos, que es semejante al amor de Dios.
Lo que pasa, es que ambas encomiendas, la Gran Tarea y el Gran Mandamiento, se unen en la misión de la iglesia y están en el plano de la horizontalidad en relación con los deberes que tenemos para con el prójimo. No se puede realizar la Gran Tarea, sin cumplir el Gran Mandamiento. Hay cosas que en la vida cristiana, en la vida de la iglesia, van coimplicadas y sólo son separables a efectos didácticos para entendernos. No puede haber auténtica evangelización, realización de la Gran Tarea, sin cumplir de forma activa lo que implica el concepto de projimidad, de amor al prójimo, el Gran Mandamiento. Ambos son constitutivos e inseparables en la misión de la iglesia.
Muchas veces, cuando uno se fija en el gobierno de la iglesia, parece que ésta alcanza su sentido y su fin en sí misma. Se trabaja para mantener sus estructuras, mantener sus cargos, mantener las infraestructuras que componen el templo. Los evangélicos, al no haber tenido las ayudas estatales que han tenido los católicos, estamos preocupados por la adquisición de nuevos locales o terrenos para construir.
Pareciera que la iglesia tiene un fin en sí mismo y que el evangelizado no tiene otro compromiso que ir allí a gozarse y recibir del Señor. Podemos olvidar la misión de la iglesia que se estructura en torno a la Gran Tarea y el Gran Mandamiento, obligaciones ambas para con el prójimo en el plano de la vivencia horizontal del Evangelio.
Los actos litúrgicos y cúlticos quedan relegados por Dios mismo para que primero se dé la reconciliación con el prójimo en estas dos grandes áreas. Antes de entrar por las puertas del templo y de preocuparte por sus ritos, estructuras, cargos e infraestructuras, reconcíliate primero con tu hermano. Sobre esto hablan mucho también los profetas en la línea de que Dios no escucha nuestros rituales de ningún tipo ni nuestras oraciones cuando no estamos haciendo justicia al prójimo, a la viuda y al extranjero.
La iglesia sólo es iglesia si cumple su misión de estar abierta hacia el prójimo en evangelización activa, o sea, cumpliendo de forma totalmente prioritaria con la Gran Tarea y el Gran Mandamiento que, en el fondo, son parte de la misma y única realidad y que separamos sólo a efectos didácticos.
Sin la evangelización, como un proceso continuado de obediencia a Dios y de servicio, la iglesia no existe. La evangelización nunca se debe entender como la programación de algunos actos puntuales o campañas que la iglesia realiza, de forma anual rutinaria, sino que debe ser parte de un proceso continuado de la iglesia que encuentra en ello su razón de ser y de existir.
Yo creo que la iglesia debe mantener un equilibrio estable, incluso fusión, entre la Gran Tarea y el Gran Mandamiento.
La iglesia ha hecho más énfasis en la Gran Tarea de llevar el Evangelio a todo el mundo, porque la ha considerado en una línea de más espiritualidad que el Gran Mandamiento de amor al prójimo y de servicio. Este error está en la línea de poner a la evangelización dentro de las líneas de relación con lo cúltico, lo litúrgico, “lo espiritual”, una especie de Teología Primera, mientras que el Gran Mandamiento de amor al prójimo y de servicio, la dignificación de las personas, ha quedado reducido a una teología segunda, “menos espiritual”, un tanto facultativa para los que tengan este sentir... y hemos desequilibrado la misión integral de la iglesia que nunca debe separar la Gran Tarea del Gran Mandamiento.
Finalizaremos diciendo que si la evangelización y la relación de servicio con el prójimo son los que van regenerando a la iglesia y, a su vez, los posibilitantes de que ésta exista, si los hemos puesto por encima de la preocupación por las estructuras eclesiales, también es cierto que la iglesia es necesaria para la evangelización.
Ambas se necesitan mutuamente, pero nunca debemos perder las prioridades. Lo que se necesita son iglesias realmente del reino conectadas a Dios y abiertas a los hombres, para ellos y por ellos, iglesias abiertas, como su Maestro, a los pobres del mundo, al servicio y a la comunicación del Evangelio a todo el mundo, a toda criatura.
Es por eso que la iglesia no tiene un fin en sí misma, sino que debe estar al servicio de su misión que no se acaba en el anuncio, sino en el acercamiento del Reino y sus valores de justicia a un mundo en conflicto en donde se puede oír continuamente el grito de los pobres y sufrientes. ¡Venga tu Reino, Señor!
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