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La boda de sangre

La masacre del día de San Bartolomé puso fin a la esperanza de los hugonotes de convertir a Francia en un reino protestante.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 07 DE JULIO DE 2021 17:02 h
Moneda conmemorativa de la matanza de los hugonotes, acuñada por el papa Gregorio XIII. / Wikipedia, CC 3.0

Antes del alba, en la mañana del 24 de agosto de 1572, las campanas del barrio de Saint-Germain-l’Auxerrois de París, empezaron a repicar. Unos momentos antes, los soldados al mando de Enrique, duque de Guisos, habían asesinado en su dormitorio al líder de los protestantes franceses, el almirante Gaspard de Coligny, tirando su cuerpo a la calle, donde fue mutilado por una multitud enfurecida que lo arrastró por las calles de París.  Cuando Enrique de Guisos abandonó el dormitorio de Coligny dijo: “Ha sido por orden del rey.”



La masacre desencadenó una explosión de odio contra los hugonotes, los protestantes franceses, en toda la ciudad. El acontecimiento entró en los libros de historia como “la masacre del día de San Bartolomé” o “la boda de sangre”. Fue el fin de las esperanzas hugonotes de convertir a Francia en un reino protestante.



 



¿Cómo se llegó a esta situación?



En 1560, cuatro años antes de la muerte del reformador Juan Calvino, las ideas protestantes se habían difundido por toda Francia. En este año murió el rey francés Francisco II. Su madre, Catalina de Médici, asumió la corona en lugar de Carlos IX, que en aquel entonces solo tenía 11 años. Pertenecía a la casa de Valois, que había sido la dinastía de los reyes franceses desde 1328. Para limitar la influencia de la poderosa casa de los Guisos, Catalina buscó el apoyo de los hugonotes. Y sobre todo buscó el apoyo de sus familiares más cercanos, los Borbones, que también eran protestantes y gobernaban sobre el reino de Navarra.



El líder de los hugonotes franceses era el almirante Caspar de Coligny, que formaba parte del Consejo Real de Francia y llegó a ser el consejero más importante de Catalina de Médici.



En 1561, un año después de acceder al trono de Francia, Catalina de Médici convocó a protestantes y católicos a un debate público que llevó al edicto de tolerancia de Saint Germain, que concedía a los protestantes la libertad de organizar iglesias y celebrar sus cultos públicamente. En Francia había unos dos millones de protestantes organizados en 1250 iglesias reformadas y que crecían de forma espectacular a pesar de muchos años de persecución feroz.



“Tenemos iglesias en casi todas la ciudades del reino”, se jactaba Jean Morély,  uno de los líderes hugonotes, “y pronto no quedará lugar sin iglesia protestante”.



Sin embargo, la alegría no duró mucho tiempo. El 1 de marzo de 1562, Francisco de Guisa atacó un granero en la Champaña, donde los hugonotes celebraban una reunión de oración, masacrando a todos los participantes. Fue el detonante de una guerra civil que iba a durar diez años y, a su vez, el fin del sueño de una Francia protestante.



Catalina y su hijo, Carlos IX, intentaron frenar la violencia sin éxito. Se encontraban entre dos frentes: por un lado, los Hugonotes, bajo el mando del almirante Coligny y el joven príncipe Borbón, Enrique de Navarra; por otro lado, los católicos, liderados por la poderosa familia de los Guisos, que defendían la tradición católica francesa de “un rey, una fe, una ley” y luchaban por la exterminación de la “herejía” protestante. Pero había también intereses extranjeros en esta guerra civil: los estados protestantes alemanes mandaron a miles de refugiados hugonotes como soldados e Inglaterra apoyó la causa protestante económicamente. Por otro lado, los Guisos contrataron 30.000 soldados españoles y 6.000 suizos, los mercenarios más temidos de Europa.



 



Preludio de la masacre



En 1571 Coligny estableció su residencia en la corte de Carlos IX, ganando cada vez más influencia sobre el rey de Francia. Además, parecía que el país se estaba cansando ya de tanta guerra fratricida. Y como en tantas ocasiones, una boda política debería sellar un acuerdo de paz.



El 18 de agosto de 1572, el príncipe Borbón protestante, Enrique de Navarra, se casó con la católica Margaret de Valois en la catedral de Nôtre Dame en París. La boda se llevó a cabo aún con una oposición feroz por parte de la Iglesia Católica. Pero los intereses políticos predominaron. Además, Coligny esperaba poder ganarse al rey de Francia para su idea de atacar a los españoles en Flandes. Y efectivamente, a Carlos IX le pareció una idea estupenda para aumentar la influencia de Francia. Pero en este caso, los Guisos perderían aún más influencia en la corte francesa.



Miles de invitados católicos y protestantes habían acudido a la “boda del siglo” que debía marcar el fin de diez años de guerra civil. Pocos días antes había muerto de forma inesperada Juana de Albret, la madre de Enrique de Navarra. Hubo rumores de que murió envenenada. También Coligny recibió amenazas de muerte y su entorno le avisó de un atentado inminente. Pero su confianza en Carlos IX, el rey francés, era demasiado grande para echarse atrás. Por su carrera militar estaba acostumbrado vivir con riesgos.



El día de la boda transcurrió con normalidad y la ciudad festejó el acontecimiento por todo lo alto. Aún quedaban miles de protestantes en la ciudad, muchos de ellos pertenecientes a la nobleza francesa.



Pero en la noche del 23 al 24 de agosto, Carlos IX dio la orden de atacar y matar mientras dormían al mayor número posible de protestantes. La conspiración había sido planificada de forma minuciosa, e incluso muchos ciudadanos de a pie participaron en la masacre. Un carnicero se jactaba de haber matado a 120 “herejes” con su cuchillo más grande.



El almirante Coligny ya estaba despierto y su asesino le encontró orando en su habitación.



Cuando amaneció, miles de cuerpos ensangrentados de protestantes franceses cubrían las calles de París. La chusma de la ciudad se encargó de desvalijar a los muertos. A lo largo de la mañana se dio la orden de “limpiar” la ciudad y echar a los muertos al río Sena, como “saludo” para la ciudad de Rouen, que aún estaba en manos de los hugonotes.



Todo el país quedó consternado, e incluso más allá de sus fronteras se recibió la noticia con horror. Emisarios reales llevaron la cabeza del almirante Coligny al papa Gregorio XIII a Roma, que poco antes había asumido el papado. Gregorio estaba encantado y dio orden de hacer repicar todas las campanas de Roma para celebrar el acontecimiento con misas especiales. Más aún: mandó acuñar una moneda conmemorativa del acontecimiento que mostraría un ángel levantando una cruz con una mano y matando a un hugonote con la otra. Por arriba estaría escrito en latín: “Hugonottorum strages”, la matanza de los hugonotes. En el otro lado de la moneda se vería la efigie del papa.



Solo en la ciudad de París murieron en aquella noche alrededor de 4.000 protestantes. Algunas fuentes hablan incluso de 10.000. El número de muertos en el resto del país ascendió a 30.000 personas. En comparación con el número de habitantes de Francia, se puede considerar el acontecimiento como una auténtica exterminación en masa.



La violencia se extendió rápidamente a otras ciudades. En Orléans los hugonotes de la zona fueron encerrados dentro de los muros de la ciudad y asesinados mientras sus verdugos se burlaban de sus víctimas cantando los versículos del salmo 43: “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía …”.



Algo similar ocurrió en la ciudad de Lyon cuatro días más tarde. También hubo muchos protestantes que lograron escapar y consiguieron refugiarse en las ciudades protestantes de Sancerre y La Rochelle. Otros miles huyeron a Ginebra, Basilea, Estrasburgo y Londres.



Aun así, no se consiguió erradicar la fe protestante de Francia y los enfrentamientos armados entre protestantes y católicos siguieron. Los hugonotes tenían ahora un nuevo líder: el Borbón Enrique de Navarra, que se iba a convertir en una personaje clave.



Mientras tanto, el país siguió sin encontrar la paz. Y la situación se complicó aún más: el nuevo rey, Enrique III de Francia, murió en un atentado. No tenía hijos. Según la Lex Salica que establecía el orden de los aspirantes al trono, solo había una persona que podía legalmente convertirse en su sucesor: Enrique de Navarra. Y exactamente esto fue la última voluntad de Enrique III.



Por supuesto, los católicos no querían un rey protestante. Y en esta situación, Enrique de Navarra tomó una decisión drástica: renunció a su fe evangélica y se convirtió al catolicismo. Supuestamente habría comentado esta jugada con las palabras “Paris vaut bien une messe” (“Paris bien vale una misa”).



En 1598, el nuevo rey Enrique IV (Enrique de Navarra), decretó el Edicto de Tolerancia de Nantes, que permitía a los protestantes franceses el libre ejercicio de su fe en algunas ciudades, sobre todo en el sur del país, y la igualdad con los católicos. Los hugonotes recibieron la soberanía sobre 100 ciudades fortificadas y se les concedió el derecho a mantener un ejército.



Los protestantes franceses gozaron de casi 100 años de libertad, hasta 1685, cuando el Rey Sol, Luis XIV, anuló el Edicto de Nantes. Esta vez, los hugonotes perdieron sus ciudades y su derecho de ejercer su fe libremente. Iban a pasar 120 años, hasta que Napoleón finalmente decretó la libertad de religión para los protestantes franceses.


 

 


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