No cabe duda que de la Biblia emana toda una ética económica, toda una ética humana y social que el cristiano tiene que asumir en sus programas y proyectos de evangelización del mundo.
¿Qué pasa con la economía y los cristianos en el mundo? ¿Van a seguir existiendo cristianos que, a pesar de lo que la Biblia habla de los desequilibrios económicos y de las injustas acumulaciones que piensen o prediquen que la vivencia de la fe es algo ajeno al mundo de la economía y que, sin más, puede darle la espalda? Pues no. La economía no es una situación o un ente que tiene sus normas internas que nada tienen que ver con la responsabilidad cristiana. Esto sería algo que iría en contra de los mandamientos de projimidad del propio Jesús.
¿Cómo puede haber seguidores de Jesús que, conociendo sus enseñanzas y compromisos, no tomen conciencia de que estamos en un mundo injusto, desigual, desequilibrado y con una escandalosa asimetría en el reparto de los bienes del planeta tierra y que esto va en contra del mandato de amor y preocupación por el prójimo sufriente? Si es así, es que no hemos entendido nada del mensaje bíblico, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La vivencia de nuestra fe, pendiente solamente de lo metahistórico, no se adecúa al mensaje del Evangelio.
Lógicamente, muchos podrán decir que la Biblia no es un tratado de economía, pero sí de lucha contra la injusticia económica, contra el maltrato del prójimo que, en tantos y tantos casos, está siendo reducido a un excedente humano para el que no hay ni trabajo, ni capacitación, ni medicinas, ni enseñanza, ni inmersión en temas culturales mínimamente humanizantes y solidarios del hombre para con el hombre. No cabe duda que de la Biblia emana toda una ética económica, toda una ética humana y social que el cristiano tiene que asumir en sus programas y proyectos de evangelización del mundo.
El cristianismo, como religión ética, sin duda la religión más ética del mundo, no puede dar la espalda a los desafíos económicos que tienden a marginar a más de media humanidad. La ética social humana, en contraposición con la ética social cristiana, da este resultado: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. El cristiano, con sus principios éticos y sus valores del Reino, no debe permanecer callado ante una economía injusta y marginante. Sería hacerse cómplice del mal en el mundo, aunque se proclame seguidor de Jesús.
¿Acaso alguien duda de que de las Sagradas Escrituras se desprenden valores relacionados con la búsqueda de la justicia, con la justicia social, valores en contra de la opresión y de la exclusión de tantos y tantos hombres de los bienes del planeta tierra que deberían ser de todos en una situación lo más igualitaria posible? Si es verdad que la Biblia no es un tratado de economía, también es cierto que no hemos de considerar a la Biblia como un tratado de ética social. La Biblia va mucho más allá y siempre tiene la perspectiva de lo trascendente, de la salvación para la eternidad, pero que, de alguna manera, todo esto ya comienza en nuestra historia con el “ya” del Reino que se encuentra actuando entre nosotros con sus valores de liberación de aquellos oprimidos, empobrecidos y maltratados de los sistemas económicos injustos.
Así, el cristiano tiene que ser tanto una mano tendida de ayuda, como una voz de denuncia de la injusticia, a la vez que se vuelca en la práctica de la misericordia. Por eso, la justicia social, la equilibrada redistribución de los bienes del planeta tierra, el amor al prójimo tal y como nos lo enseña Jesús mismo, la solidaridad entre los hombres, la búsqueda del bien común y la dignificación de toda persona sea cual sea su situación de salud u otras circunstancias, es algo que compete a la vivencia de la espiritualidad cristiana, a la vivencia y práctica de la fe que, como diría el apóstol Pablo, actúa a través del amor. Si alguien duda que todos estos valores no deben tener una repercusión en la humanización de la economía en un mundo injusto, quizás es que no ha entendido bien los valores del Reino, los valores bíblicos, los valores del cristianismo.
La aplicación de los valores bíblicos a las formas de comportamiento de la economía es mucho más importante y mucho más vital para la situación de un mundo desequilibrado económicamente. Los profetas lo pusieron en práctica, lo intentaron con todas sus fuerzas y bajo la escucha de la voz del Creador. Así, la vivencia de la fe cristiana nunca puede ser ajena a estas demandas de justicia que, sin duda, deben afectar a las leyes de la economía para hacer de ella algo humano en el más profundo sentido de la palabra humano.
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