Si queremos ir mucho más allá de la religiosidad y el poder del dinero, lo que necesitamos es aprender a vivir con la misma pasión que demostró el Señor Jesús.
Nadie conocía su nombre. La policía trató de investigarlo, pero nunca se supo su identidad; lo encontraron muerto en un banco en la zona de Ribera de Curtidores en Madrid. Durante más de treinta horas estuvo acostado sin vida, sin que nadie se acercara a él ni supiera lo que pasaba, hasta que un agente municipal lo encontró. Docenas de personas pasaron por allí, pero nadie le echó de menos. Nadie se preocupó por él.
No podemos tener compasión si no vivimos con pasión.
Es imposible que sepamos lo que está sucediendo a nuestro alrededor y ¡mucho menos que podamos transformar el mundo, si nuestra vida es sólo una rutina desesperante de la que no salimos casi nunca, porque estamos acostumbrados a la comodidad y a la falta de compromiso! ¡Y ese problema es mucho más grave aún, si decimos que somos cristianos!
Nos asombra ver a Jesús volcando las mesas de los cambistas en el templo, liberando a los animales y gritándole a la gente que la casa de Dios no es una cueva de ladrones (Juan 2:13-22), y pensamos ¿cómo pudo comportarse así? Si simplemente viéramos lo que se ha hecho en nombre de Dios a lo largo de la historia, lo comprenderíamos fácilmente. Casi podríamos afirmar que la compasión ha desaparecido entre los seguidores del Mesías, porque muchos de ellos viven más preocupados por sus posesiones que por el bien de los que les rodean.
Si queremos ir mucho más allá de la religiosidad y el poder del dinero, lo que necesitamos es aprender a vivir con la misma pasión que demostró el Señor Jesús, defendiendo lo que es justo y ayudando a todos. Vivir con el objetivo de que este mundo sea mejor. No estamos hablando de entrar ahora en cualquier lugar y volcar mesas haciendo volar el dinero de los que roban a los demás (aunque a veces tendríamos ganas de hacerlo, ¿verdad?), sino de ayudar a los que no pueden hacer nada, estar al lado de los que lo necesitan, luchar para que este mundo sea más justo. Estamos hablando de vivir apasionados por la bondad, derrochando la gracia de Dios y ofreciendo nuestra misericordia a todos, porque todos han sido creados por Dios y necesitan conocer su amor.
¡Porque las personas son más importantes que las obras! Eso es lo que el Señor nos ha enseñado. Miguel Ángel es mucho más importante que su David, Leonardo que su Gioconda y cada uno de nosotros tiene más valor que aquello que ha hecho. Si no es así es porque hemos perdido el orden de los valores. Quizás hay alguien muriéndose a nuestro lado y no nos damos cuenta. ¡Piénsalo! Estás en el museo del Louvre y hay un incendio, ¿a quién rescatarías? ¿El cuadro de la Gioconda o una persona que está en una silla de ruedas y no puede valerse por sí misma? ¡Dios no tiene ninguna duda de lo que haría, porque nos da siempre el máximo valor! Cuando Él nos guía, todo es diferente: “Me has tomado de la mano derecha ¿A quién tengo en el cielo? ¡solo a Ti! Estando contigo nada quiero en la tierra” (Salmo 73:21-23-25).
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