El tweet de Dios sobre la perversión de la justicia

Hay palabras que son tan grandes que nos vienen grandes a los seres humanos, por más que las empleemos en las ocasiones más solemnes, las escribamos en los textos más ilustres y las pronunciemos en los discursos más grandilocuentes. Su estatura es tan elevada, que somos menos que hormigas en su comparación; su profundidad es tan abismal, que no pasamos de chapotear a la orilla de sus aguas; su dignidad es tan sublime, que cuando las tomamos en nuestros labios lo único que hacemos es balbucear con ellas. No obstante, es imposible obviarlas, porque son la referencia ineludible sin la cual se pierde el norte y todas las sociedades las necesitan, no importa lo toscas o sofisticadas que sean.

Esas eminentes palabras están continuamente en la lengua de los oradores, son tema predilecto de los escritores, asunto insoslayable de los dirigentes políticos y fuente inagotable de los intelectuales, además de manoseada muletilla de los demagogos. Y con todo, a pesar de las continuadas invocaciones que se les hacen desde tantos ángulos, hasta el punto de parecer posesión de unos y otros, llegada la hora de la verdad, resultan incómodas y hasta insoportables, porque sus exigencias son tales que dejan en paños menores a los que tan profusamente las emplean.

Una de esas grandiosas palabras es justicia. Las bocas se llenan con ella, las apelaciones sobre su importancia no cesan y el puesto central que ocupa se proclama a voz en cuello. No hay nada tan enaltecido como la justicia, no importa la ideología que se tenga, ni la creencia que se profese, ni la moral que se defienda. Pero, ¡ay!, cuando la justicia nos pone en nuestro sitio, entonces se convierte automáticamente en sospechosa, en amenaza de la que hay que cuidarse, en enemiga a la que hay que tapar la boca, para que no siga acusando. Y así es como la que era hito imprescindible, ahora es obstáculo insufrible, no quedando más remedio que relegarla a un segundo plano, para que no moleste.

El mundo de la política es experto en tal menester, con su habilidad para presentar lo blanco como negro y lo negro como blanco, para cambiar el nombre a las cosas según convenga y para hacer de la justicia un remedo que sirva para salir del paso, según sea la ocasión. El mundo de los negocios no va a la zaga en tal dirección, porque ¿cómo se va a sacrificar la ganancia por un ideal? Hay que fomentar las transacciones comerciales por encima de todo, piedra angular de la economía, y si la justicia se interpone, entonces no hay duda de cuál es la opción que hay que tomar.

Y de este modo es como la enaltecida justicia se transforma en la denostada justicia, aunque, eso sí, intentando dar la apariencia de que se la respeta y tiene en cuenta. Pero cuando se torna un incordio siempre hay métodos para librarse de ella, echándose mano, en esos momentos en los que priman otros intereses, de conceptos rimbombantes que parecen dar por bueno el desalojo de la justicia.

Mas ¿cómo pretender levantar un edificio, si el fundamento carece de solidez? Si la justicia es piedra angular y se remueve ¿qué pasará con la edificación? No obstante, hay ingenieros y arquitectos sociales que quieren hacer creer a los demás las bondades y ventajas de tal proceder. Si ellos mismos se creen sus postulados es cosa que sólo ellos saben, pero no hace falta ser expertos en la materia para entender cuál será el final de ese edificio.

Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El impío toma soborno del seno para pervertir las sendas de la justicia.’ (Proverbios 17:23). Como las sendas de la justicia son rectas, todo el que se aparta o se desvía de ellas sale condenado, por eso hay quienes procuran que sea la justicia la que se adapte a ellos, no dudando en recurrir a métodos torcidos para torcerla a ella y conseguir sus fines.

Es destacable que la palabra que se ha traducido por justicia en este texto significa tanto juicio, en el sentido de sentencia emitida, como también gobierno, en el sentido de función ejecutiva. Es decir, que se puede pervertir una sentencia emitida y se puede pervertir la administración del gobierno. Y todo ello recurriendo a un ardid, por el que se obtiene el ansiado propósito. El calificativo empleado, impío, que es malvado, para describir a quien así hace, no deja lugar a dudas en cuanto al carácter del impulsor de esa acción, por la cual la justicia se transforma en injusticia.

Este mundo no puede vivir sin la justicia, porque de hacerlo quedaría sumido en el caos; pero tampoco puede vivir con la justicia, porque de hacerlo quedaría patente su iniquidad. Es su perpetua contradicción.

Pero habrá un día en el que ‘el juicio será vuelto a la justicia y en pos de ella irán todos los rectos de corazón.’ (Salmo 94:15). Ese día llegará indefectiblemente, para confusión y vergüenza de unos y bendición y exaltación de otros.