Si analizamos los milagros y actuaciones de Jesús, veremos cómo había un objetivo esencial: la dignificación de las personas que podía comenzar o acabar con el mensaje de “tu fe te ha salvado”, salvación que no era sólo para el más allá, sino que comenzaba con la restauración del aquí y el ahora de las personas tocadas por el Evangelio liberador de Jesús. Jesús hacía operante su mensaje de salvación, tanto con su palabra como con sus hechos, con su vida, con su ejemplo de servicio, con sus prioridades.
La evangelización es todo un conjunto compacto en donde el mensaje, lanzado de una manera no avalada por el compromiso de vida, puede caer como nieve fría en los corazones de las personas objeto de nuestra evangelización. Le puede faltar la autoridad por la falta de signos de la vida comprometida del evangelizador y de los milagros que puede hacer hoy en su lucha de dignificación y liberación de las personas humilladas, oprimidas e injustamente tratadas, excluidas de los bienes mínimos para vivir con dignidad. La falta de autoridad se nota demasiado hoy en muchas de las campañas evangelizadoras. También se nota esta falta de autoridad en la evangelización que se debe desprender de la vida diaria de la iglesia y de los creyentes que la componen.
La evangelización, siguiendo el ejemplo de Jesús, se debe hacer desde el escándalo de la injusticia y de la pobreza de tantos hombres sacrificados en el mundo hoy. La evangelización que no se da cuenta de este ingente escándalo y no denuncia, estará carente de los signos, señales y milagros que se demandan de toda fuente evangelizadora. Si analizamos la vida de Jesús, veremos que él lanzaba sus mensajes evangelizadores, para todos, ricos y pobres, desde su posicionamiento e identificación con los excluidos del mundo. La evangelización de la iglesia hoy no ha sabido evangelizar desde este posicionamiento. Si no rectifica, se apartará, así, de los estilos evangelizadores de Jesús.
En la evangelización se debe dar una conjunción de varios factores:
a) La proclamación que debe ser coincidente con la Palabra escrita.
b) La proclamación que debe ser avalada con el ejemplo de vida comprometida del evangelizador. Debe cuidar sus estilos de vida y sus prioridades
c) La proclamación no debe darse desencarnada de la vida de los hombres en su aquí y su ahora y, por tanto, debe caminar en línea con la denuncia de toda injusticia cometida contra el hombre al que queremos evangelizar. No podemos evangelizar de espaldas a los gritos de dolor de los pobres y oprimidos del mundo, de espaldas a los excluidos del sistema. Sería una evangelización insolidaria totalmente alejada de los parámetros evangelizadores del Maestro.
d) La proclamación debe estar avalada por el compromiso de acción de los cristianos. Debe compartir el pan. Debemos de llegar a la práctica de una Diaconía que resulte avaladora de toda evangelización, debemos fomentar toda una acción social evangelizadora.
Así, lo hablado, lo escrito, el compromiso con la justicia que resulta denunciador de toda estructura de pecado e injusta del mundo y la acción social evangelizadora deben corresponderse recíprocamente formando todo un conjunto de palabra-estilo-ejemplo-compromiso-denuncia-acción evangelizadora.
Ahí estaría la mejor forma de proclamación del evangelio, porque he oído a pastores hablar de que lo importante es la proclamación, mientras que, insolidariamente, se refugian en el rito eclesial de espaldas al dolor de los hombres. Ahí ni hay proclamación ni hay nada, aunque lo que digan sea verdad. En estos casos es en el que debemos decir: lo que dice es cierto, pero no suficiente.
Decir la verdad de forma insolidaria, sin que cambie nuestras vidas y sin que ayude a transformar la realidad social en la que se desenvuelven tantos excluidos en el mundo, es peor que mentir. O, al menos, es ponerse en paralelo con los mentirosos del mundo. No somos consecuentes. La evangelización nunca puede ser insolidaria ni darse de espaldas al dolor de los oprimidos del mundo. Estaríamos falseando y empobreciendo el testimonio cristiano.
Así, el anuncio, la proclamación, debe estar apoyada en un testimonio comprometido de las fuentes evangelizadoras. Por tanto, nunca será buen evangelizador el que sólo usa en la evangelización la palabra. El evangelizador está llamado a compartir la vida, el pan y la Palabra de forma solidaria con los sufrientes del mundo, descendiendo hasta ellos, hasta el lugar donde están los pobres y excluidos y, desde este posicionamiento, siguiendo el ejemplo de Jesús, se verá autorizado para lanzar sus mensajes al mundo.
En cierta manera debe bajarse de su tren de la prosperidad y mancharse sus pies con el polvo del mundo. Es entonces cuando se podrá decir que dichosos son los pies de los que anuncian el Evangelio de paz. Paz que nunca se va a dar ni transmitir alejada de la justicia para con el prójimo.
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