No sería muy arriesgado decir que El Quijote puede estar en línea con las figuras del profetismo del Antiguo Testamente: defensa de los débiles, búsqueda de la justicia, denuncia de los abusos.
Si algo de verdad tiene el decir que el cristianismo es la religión más ética del mundo, fundamentalmente por la defensa de la projimidad, de los débiles, marginados, oprimidos e injustamente tratados, deberíamos trabajar mucho más por evangelizar la cultura llena de valores antibíblicos y por evangelizar con palabra y obra las estructuras de poder injustas que marginan y excluyen a los más débiles. Quijotes del Evangelio.
Es verdad que no se puede comparar el enorme valor y extensión del compromiso bíblico con los valores del Quijote, pero, quizás, sí podemos encontrar ciertas similitudes, aún guardando las distancias. El Quijote se lanzaba, “lanza en ristre”, a “desfacer entuertos” en un mundo injusto. Hay ciertos visos de semejanza entre el quijotismo y la labor profética con la que Jesús entronca: denuncia de la injusticia, defensa de los intereses de los más débiles —huérfanos, viudas e inmigrantes que, sin duda, en el fondo, representan a todos los colectivos marginados, excluidos, abusados y oprimidos del mundo—.
No sería muy arriesgado decir que El Quijote puede estar en línea con las figuras del profetismo del Antiguo Testamente: defensa de los débiles, búsqueda de la justicia, denuncia de los abusos, condena de los que, por ser de los enriquecidos acumuladores, imponen sus criterios en contra de los desposeídos.
A veces, nos consideramos demasiado pequeños y con poco bagaje para asumir una labor profética de denuncia y de búsqueda de justicia. ¿Qué tenía el Quijote, esa figura universal? Poseía un rocín flaco y una espada ya obsoleta. Sin embargo, denunciaba lo injusto, el abuso de los débiles. Su gran acervo era saber que donde no había justicia el mundo se derrumbaba. Era imposible una cultura de paz. En esa línea profético-quijotesca, deberíamos trabajar… aunque nos llamaran locos, locos según el mundo, pero no locos según los valores del Reino, de los valores proféticos.
Al Quijote, preocupado por la defensa de los débiles y por la eliminación de los gigantes del mal, le dijeron que se volvió loco por leer tantas y tantas novelas de caballerías. Era tan loco que atacaba molinos pensando que eran gigantes, pero daba toda una lección de ética y de deseos de eliminación del poder del mal en el mundo. A los cristianos solidarios, a los que quieren, de alguna manera, seguir las líneas proféticas y los valores del Evangelio, también nos pueden llamar locos. Al apóstol Pablo no le llamaron loco por leer novelas de caballerías en donde se luchaba por la defensa de los débiles, pero sí le dijeron algo similar: “Pablo, Pablo. Las muchas letras te vuelven loco”.
Dichosas locuras que no hemos de rechazar, siguiendo, quizás, las líneas de una ética universal que libere a tantos y tantos oprimidos, proscritos y excluidos de la tierra que necesitan del caballo famélico de un líder loco y de una espada obsoleta capaz de imponer justicia y luchar contra los gigantes del mal, contra los molinos y fantasmas que empobrecen, marginan y oprimen a los hombres. No, no es solo cuestión de medios, sino cuestión de sensibilización, de compromiso con lo justo y de lucha contra el mal.
No tengamos miedo de que nos llamen locos idealistas, personas que, quizás, están desvariando por su interés en la lucha por la defensa del débil, del que se queda tirado al lado del camino por dar lanzazos de justicia contra esas estructuras económicas de poder y de maldad que oprimen a tantas personas y que favorecen a tan pocas que, injustamente, acumulan en sus graneros de maldad, hasta que Dios intervenga llamándoles necios y pidiendo su alma que, de ninguna manera, podrá transportar todo lo acumulado.
El mundo hoy, también puede intentar insultarnos y lanzarnos sonrisas de burla y sorna cuando peleamos contra los gigantes del mal, contra los molinos fantasmas que agitan sus aspas insolentemente para asustarnos y someternos al poder de los encumbrados y enriquecidos del mundo, pero la lucha, por muy desigual que parezca, nunca será inútil, sino que irá sembrando el mundo de nuevos valores que, para los cristianos, deben ser valores apoyados e inspirados en los mismísimos valores del Reino.
No. En este mundo los cristianos no deben confundir molinos con gigantes, sino que, con preocupación, ven trotando por el mundo los fantasmas del mal que pueden confundir a muchos Sanchos apegados a los realismos de la vida —realismo que no siempre tiene por qué ser malo—, pero que les ofrecen cosas dulces, cuando, en realidad son amargas, saladas, agrias. Así, se pueden confundir los valores que llegan a subirse hasta en el cansado y sencillo asno de Sancho Panza, y nos confunden.
Con razón dice la Biblia que los opresores del mundo son capaces de cambiar lo dulce en salado y lo salado en dulce. El idealismo quijotesco, en línea con el profetismo del Antiguo Testamento, puede hacernos escapar de esta trampa satánica.
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