Lo que convirtió el ministerio de Patricio en algo especial fue su inquebrantable determinación y su valentía de enfrentarse a cualquier peligro.
Fueron algunos de los años más decisivos para Europa. Mientras Mónica luchaba en oración por la salvación de su hijo descarriado Agustín, la Europa más allá de los Alpes era territorio pagano. Había algunas iglesias aisladas, pero los cristianos se enfrentaban a una feroz resistencia de parte de las religiones ancestrales.
Precisamente en los años cuando Agustín se convirtió al evangelio de Jesucristo, algo ocurrió en la vida de un joven de 16 años que iba a cambiarla para siempre. Su nombre era Patricio. Un día, cuando estaba en la granja de sus padres, aparecieron allí unos piratas irlandeses que desde hace tiempo asolaban la zona y se habían convertido en una pesadilla para los habitantes de las costas. Patricio tuvo suerte. Por lo menos le dejaron con vida, pero se lo llevaron a la vecina isla de Irlanda donde fue vendido como esclavo en Killala, en el noroeste de la Isla.
Patricio había nacido en el año 389 en el seno de una familia económicamente bien establecida. Era un joven bastante rebelde, acostumbrado a una vida cómoda. Su padre, Calpurnio, era funcionario romano y diácono de una iglesia cristiana. Sin embargo, todo indica que desempeñaba esta función más bien para no tener que pagar impuestos que por vocación. Patricio, de todos modos, no recibió una educación particularmente cristiana de parte de sus padres.
En su obra titulada La confesión1, Patricio nos cuenta algo de su condición espiritual en aquellos días:
En aquel tiempo yo no conocía al Dios verdadero. Estuve preso juntamente con otras personas en Irlanda. (…) pero Dios cuidó de mí antes de que yo le conociera y finalmente llegué a diferenciar entre lo malo y lo bueno. Él me protegió y me dio consuelo como lo hace un padre con su hijo.
La historia real de Patricio es mucho más interesante que los mitos que se cuentan de él. Lo que sabemos de la vida de Patricio nos viene por las dos cartas que escribió en latín al final de su vida. En ellas Patricio nos cuenta la historia de su vida y nos permite conocer de primera mano las luchas de su alma y las cosas que habían pasado en su vida.
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Durante seis años aguantó unas condiciones de vida muy difíciles. Vendido como esclavo, tenía que cuidar las ovejas de su nuevo amo en una parte muy solitaria del país.
En aquellos momentos había perdido la fe completamente. Pero de repente -así nos lo cuenta- escuchó la voz de Dios de forma audible. Esto marcó un antes y un después. Entregó su vida a Dios, de quien había perdido el rastro. Pero no solo esto. A partir de este momento creció en él el deseo de compartir el evangelio con los irlandeses que le habían reducido a la esclavitud.
Durante una noche, Patricio escuchó de nuevo una voz que le dijo:
Has ayunado lo suficiente. Ahora volverás a tu país natal. Tu barco está listo para zarpar.
Poco después logró escapar de su cautiverio y arriesgó su vida para hacer un viaje peligroso cruzando toda Irlanda. Seis años había durado el tiempo de su esclavitud. No tenía miedo porque sabía que Dios estaba con él. Patricio anduvo casi 300 kilómetros hasta llegar a la costa este de la isla. Y finalmente encontró un barco que estaba dispuesto a llevarle de nuevo a su Escocia natal.
Patricio nos cuenta de aquel momento decisivo:
El día que llegué a la costa había un barco que estaba a punto de zarpar. Yo le dije al capitán que me gustaría ir con ellos, pero él no estaba por la labor. Me respondió, “no te atrevas a pedirme que te lleve con nosotros”. Cuando escuché esto […] empecé a orar y antes de que terminara la oración escuché a uno de los marineros gritarme “ven rápido, te están llamando”. Me di la vuelta y me dijeron, “ven con nosotros, nos fiamos de ti”.
Finalmente llegó a casa. La alegría de su familia fue grande y todos dieron por hecho que Patricio iba a seguir con la vida tranquila que llevó antes en la granja. Pero se iban a equivocar. Patricio tenía otras cosas en mente. Iba a volver a Irlanda, pero esta vez por decisión propia. Según nos cuenta Patricio, un ángel se le había aparecido en un sueño. Tenía un mensaje claro y sencillo: vuelve a Irlanda para predicar el evangelio a los irlandeses.
Durante 15 años, Patricio empezó a estudiar la fe cristiana y en una noche escuchó de nuevo una voz que le dijo:
Aquel que dio su vida por ti es aquel que va hablar a través de ti.
Después de ser ordenado como ministro del evangelio fue enviado a Irlanda con una doble misión: ministrar a los pocos creyentes que ya había en la isla y ganar al resto de sus habitantes para Cristo.
Patricio ya estaba familiarizado con el idioma y la cultura de los irlandeses. En vez de luchar en contra de sus tradiciones y costumbres, presentó el mensaje del evangelio de una forma que permitía a los irlandeses entender la fe cristiana como algo suyo y no como una importación del extranjero.
Esto fue muy importante porque cuando Patricio llegó a Irlanda el número de creyentes era aún muy pequeño. La gran mayoría de los irlandeses se dedicaban a practicar una religión basada en el paganismo.
No se puede valorar lo suficiente que volviera a la gente que le había esclavizado en su momento para darles esperanza y una nueva forma de vida. Pero esto no fue fácil. Tuvo que enfrentarse a una oposición férrea, con amenazas de muerte y secuestro. Pero lo más duro para él fue tener que enfrentarse a la crítica de algunos pastores cristianos que estaban celosos de su ministerio. A pesar de todos los problemas, Patricio mantuvo su fe y continuó su misión.
Él nos resume aquellos años así:
Todos los días esperaba encontrar la muerte o ser traicionado y terminar en la esclavitud. Pero no tengo miedo porque tengo las promesas del cielo. Me he entregado a las manos de Dios Todopoderoso que reina sobre todo.
Y añade:
Doy fe en verdad y con gran gozo ante Dios y sus santos ángeles que no tuve otra razón para volver a la nación de la cual escapé que para predicarles el evangelio y las promesas de Dios.
Irlanda, donde Patricio vivió y luchó por el Señor, poco tenía que ver con la provincia romana Britannia de donde procedía. La isla estaba dividida en decenas de pequeños reinos de taifas. Druidas guiaban a sus seguidores en una religión que tenía innumerables dioses e incluso se llevaban a cabo sacrificios humanos.
En relación a las prácticas paganas de los irlandeses y su culto al sol hizo el siguiente comentario:
El sol que vemos salir cada día por el poder de Dios, este sol no reinará para siempre ni continuará su esplendor para siempre. Todos aquellos que lo adoran finalmente encontrarán su castigo. Nosotros, sin embargo, creemos en el sol verdadero, que es Jesucristo, que jamás perecerá. Tampoco perecerán los que hacen su voluntad, sino que vivirán para siempre con Cristo.
Como ya vimos, Patricio no fue el primer cristiano que llegó a Irlanda. Ni siquiera fue el primer pastor. Lo que convirtió su ministerio en algo especial fue su inquebrantable determinación y su valentía de enfrentarse a cualquier peligro.
Le caracterizó la compasión y la actitud de perdón hacia aquella gente que había llenado su vida con tanto dolor. Y el amor y perdón hacia los irlandeses no vino de forma natural.
A Patricio le afligieron continuas dudas sobre si realmente era el hombre para esta tarea. Había perdido muchos años de educación. A veces sufría depresiones, ataques de autocompasión y también de ira. Patricio no era un santo de libro de texto, un hombre suave y místico que ganó Irlanda con una sonrisa sobrenatural.
Era consciente de sus errores y de que en muchas ocasiones falló en honrar sus propios principios. Pero fue lo suficientemente honesto como para reconocer sus defectos y nunca permitió que estos finalmente le vencieran.
Pido a Dios que me dé la perseverancia de ser un testigo fiel para Él hasta el fin de mi vida. Los demás me desprecian, pero Dios me ha inspirado de tal manera que es mi deseo servirles con reverencia y respeto, lo mejor que me es posible, a esas naciones a las cuales Cristo me ha llevado. Ha sido su regalo para mí emplear mi vida para servirles en verdad y humildad hasta el final.
No hace falta ser irlandés para admirar a Patricio. Su vida es una inspiración para cualquiera que tiene sus luchas en tiempos difíciles, tanto en un ministerio público como en la vida privada. Es bueno no olvidar al apóstol de los irlandeses y, sobre todo, ver al hombre que hay detrás de los cuentos inventados que rodean su vida.
Patricio termina su Confesión con estas palabras:
Todo lo que recibí fue un regalo de Dios. Esta es mi confesión antes de que muera.
Lo que queda de su vida a la luz de la historia es el tremendo testimonio de un hombre que con todos su fallos y luchas hasta el día de hoy es considerado el apóstol que en su momento ganó Irlanda para Cristo.
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