La muerte que mata está aún viva. Ojalá estuviera muerta. Mientras tanto, mi corazón se queja: Muerte, muerta seas.
El año 2013 tres de nosotros, Pedro Tarquis, Pablo Martínez y yo fundamos Protestante Digital. Los colaboradores entonces se podían contar con los dedos de una mano. Yo –utilizo y seguiré utilizando el pronombre personal– me comprometí a escribir dos secciones semanales.
De gratitud alzo los ojos al cielo.
En estos ocho años de escritura he cumplido lo que prometí.
Una de las secciones fue El punto en la Palabra. Aquí he comentado libros, una serie dedicada a las obras de Unamuno y ahora otra serie enfocando el ateísmo.
La segunda sección respondía al título general de Enfoque. En ella he escrito últimamente sobre 64 mujeres de la Biblia.
Esta sección cambia ahora de nombre. Responderá a El color de mi cristal, título inspirado en unos versos del poeta asturiano Ramón de Campoamor:
En el mundo traidor
Nada es verdad ni es mentira;
Todo es según el color
Del cristal con que se mira.
En el primer artículo de esta nueva sección escribo sobre la muerte de un hombre al que tuve y me tuvo por amigo, a quien me unía el amor por la literatura y la pasión por la obra de Miguel de Unamuno, Patrocinio Ríos Sánchez.
Algún día la muerte que le mató perecerá en el infierno, donde le recordarán todos los que mató en vida, en vida de ellos y de ella, porque la muerte que mata está aún viva. Ojalá estuviera muerta. El mundo sería continuación del Paraíso. Le quede mucha o le quede poca vida en la tierra, campo de sus operaciones, un día, está escrito, el que vino de arriba y arriba volvió a subir vencerá definitivamente a la muerte.
Mientras tanto, mi corazón se queja: Muerte, muerta seas.
Primero hablare de él, de Patrocinio, como corresponde. Luego hablaré de nosotros.
Patrocinio Ríos tenía 72 años cuando murió. No he llegado a saber la causa de su muerte. Del coronavirus, no. Sólo he podido averiguar que murió “después de una larga y dolorosa enfermedad”, expresión que suele atribuirse a muerte por cáncer. Dice José de Segovia, tan íntimo de Patrocinio como yo, que estudió en la Universidad Complutense de Madrid, aprobado con calificación Cum Laude. Era un sabio. Doctor en Filología Románica por la Universidad Complutense, enseñó en la Universidad Menéndez y Pelayo, de Santander y en varias universidades de Estados Unidos. Antes que la enfermedad lo derrumbara ejercía como profesor de Literatura y Lengua Castellana en un Instituto de Madrid.
Como autor, escribió y publicó cinco importantes libros de investigación y ensayo.
Dios, el amor y la muerte de Blas de Otero. La muerte en la poesía de Rubén Darío. Un protestante ante dos místicos, Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. Lutero y los protestantes en la literatura española desde 1868 y El reformador Unamuno y los protestantes españoles. Se ha escrito que Patrocinio Ríos “cultivaba una prosa que Lope de Vega definiría como lisa y leal, con verdades potentes y frases y términos claros”.
La amistad entre Patrocinio y yo se inició en abril de 1998. Integrado en los actos conmemorativos del centenario de la generación literaria del 98, la Consejería de Educación y Cultura de la Universidad de Madrid, en colaboración con el Consejo Evangélico de Madrid, programó un ciclo de tres conferencias en torno a aquella generación de sabios escritores. Las conferencias tuvieron lugar en uno de los más prestigiosos foros culturales y cuna de famosas tertulias de pensadores e intelectuales: El Ateneo de Madrid.
De las tres conferencias programadas una estuvo a cargo de Patrocinio Ríos y otra a mí. El habló de Unamuno: Una Reforma para España. Mi tema discurrió sobre La dimensión religiosa de la generación del 98. Los dos, más la pronunciada por Gabino Fernández sobre La influencia de los protestantes españoles en la independencia de Hispanoamérica fueron muy bien editadas por el Consejo Evangélico Español en un libro de 140 páginas, con prólogo de Asun Quintana, licenciada en Filología hispánica.
Pocos días después quedamos para cenar en un restaurante árabe cercano a la plaza de Colón.
Allí se inició una amistad que siempre transcurría por la más bella y más importante de la Artes: la literatura. Más que la música. Más que la pintura. Por aquél entonces yo publicaba la revista Alternativa 2000 y en ella aparecieron varios trabajos de Patrocinio.
Escritores y creyentes en Dios los dos, vivimos la amistad como una fraternidad de libros y de Biblia.
Entro ahora en unas consideraciones de tipo especulativo. En lo que me resta por escribir no quiero que se me interprete mal ni vuelva a caer sobre mí las tormentas que inundaron mi corazón, causadas por personas que saben deletrear pero no saben leer y no entendieron lo que escribí sobre la violación de Dina y las hijas de Lot. Me considero portador de una dolorosa franqueza y, no hiriendo a nadie, expongo mi opinión aunque pugne con otras reglas admitidas. En esto creo seguir la Escritura cuando dice a través de Salomón que hemos de “pesar las cosas una por una para hallar la razón” (Eclesiastés 7:27).
Esto y no otra cosa hago aquí. Hallar la razón de hechos que bullen en mi mente.
¿Por qué murió mi amigo Patrocinio Ríos?
La respuesta sería porque está establecido que muramos (Hebreos 9:27) y “no valen armas en esta guerra” (Eclesiastés 8:8).
De acuerdo, pero esto no responde a mi pregunta: ¿Por qué murió Patrocinio? ¿Por la muerte de Adán o por el pecado de Adán?
Entro en doctrina eminentemente paulina. Al parecer, primero fue el pecado. Dice el inspirado apóstol: “El pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte” (Romanos 5:12). ¿Qué muerte? Cuando Dios pone a Adán en el huerto de Edén, le dice: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:16-17. Adán comió del fruto de aquel árbol, pero no murió. La Biblia dice que vivió 930 años. ¿Qué ocurrió entonces? El jesuita Félix Asencio, profesor en la Universidad Gregoriana de Roma, dice en el primer tomo de La escritura Sagrada que la muerte dictada por Dios se refería a una muerte espiritual. Muy lógico. Entonces ¿Cómo pudo haber influido la muerte espiritual de Adán en la muerte física de Patrocinio?
Cinco versículos después del anterior, Pablo sigue con el tema y escribe: “Por la transgresión de uno solo reinó la muerte” (Romanos 5:17). Aquí está diciendo, según deduzco, que Patrocinio murió a causa del pecado de Adán, la transgresión del mandamiento divino. Esto tampoco me cuadra. Porque la Escritura enseña que el pecado no se hereda: “No morirán los padres por los hijos, ni los hijos por los padres; más cada uno morirá por su pecado” (2º de Crónicas 25:4). “El alma que pecare esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre ni el padre llevará el pecado del hijo” (Ezequiel 18:20).
Otros pensamientos afloran esta noche a mi mente. Si Adán no hubiera transgredido el mandamiento de Dios, si la muerte de Patrocinio no hubiera sido consecuencia de la muerte que él primer hombre transmitió al mundo, ¿qué habría ocurrido? Los que venimos a la tierra, ¿cómo y cuando saldríamos de ella?
Existe una teoría expuesta por hombres especializados en todos los temas de la Biblia según la cual después de un tiempo determinado de años seríamos arrebatados al cielo. Ponen como ejemplos a Enoc y a Elías, que fueron llevados a la presencia de Dios sin ver la muerte. Pero esta teoría no resuelve los problemas que plantea. ¿Cómo decidiría Dios a quién y cuándo, a qué edad las personas debían pasar de la tierra al cielo? Por otro lado, si eran llevados por Él a la eternidad, ¿habría cielo e infierno? ¿Cuándo y dónde tendría lugar la separación entre creyentes e incrédulos? ¿Y que pasaría con los enfermos?
Dejémoslo aquí. Pero antes quiero decir que Patrocinio se burló de la muerte. La venció plenamente. La muerte no calculó que Patrocinio era miembro fiel de la Iglesia Española Reformada Episcopal que tiene su sede en el número 18 de la madrileña calle Beneficencia. Por lo mismo, creyente sin sombra de duda en aquél que dijo: “No temáis a los que matan el cuerpo, más el alma no pueden matar” (Mateo 10:28).
¡Muerte!, te llevaste a Patrocinio Ríos Sánchez cuando aún no le tocaba morir, pero desde el tercer cielo, junto a su rey y Señor se mofa de ti al dejarte creer que venciste llevándote lo menos, el cuerpo, y no pudiste con lo más, el alma.
En todo este escrito he tenido en cuenta lo que dice Salomón en la Biblia: “Pesar las cosas una por una para hallar la razón” (Eclesiastés 7:27).
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