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Un hombre contra el resto del mundo

Atanasio no fue un personaje de trato fácil. Pero su contribución para establecer doctrinas que hoy nos parecen de las más esenciales es fundamental.

TEOLOGíA AUTOR 875/Jose_Hutter 05 DE MAYO DE 2021 11:40 h
Imagen de [link]Joshua Earle[/link] en Unsplash.

A los cristianos de los siglos III y IV no les faltaban las ganas de pelearse por temas teológicos. "Porque peor que cualquier guerra y cualquier batalla terrible es para mí la lucha interna de las iglesias de Dios", se lamenta desesperado Eusebio, el obispo de Cesarea. Y lleva razón. El cristianismo de aquella época está fragmentado. Peor aún: en el siglo IV está en peligro de convertirse en una secta. Eso sí, en una secta con muchos adeptos.



Numerosos grupos como los donatistas, arrianos y monofisitas luchan por la correcta interpretación de la doctrina cristiana y la supremacía en el mundo de la fe; no hay una autoridad que imponga su criterio, y aún menos una figura como el Papa. La corriente más importante que amenaza la fe de los apóstoles es el arrianismo, bautizado así por su líder Arrio, que niega con vehemencia la igualdad del Hijo con el Padre como Dios. Arrio habla del Hijo como la primera creación de Dios. En este sentido se convierte en un precursor de los Testigos de Jehová.



Como ocurre a menudo, esta disputa comienza de forma inocua, como una disputa académica local en Alejandría, Egipto. Arrio, un presbítero adinerado, se mete con el obispo Alejandro en el año 318 señalando a uno de los puntos decisivos de la doctrina cristiana: la relación entre el Hijo y el Padre. Arrio considera a Cristo como una especie de dios de segunda clase.



Claro, este planteamiento contrasta totalmente con lo que luego se llamaría “doctrina de la Trinidad”, que no es otra cosa que la afirmación de que un cristiano cree en un solo Dios que existe en tres personas: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Rápidamente el conflicto se convierte en un problema político que amenaza con dividir el Imperio Romano. Los obispos se excomulgan mutuamente, hay una lluvia de calumnias y juicios, y los cristianos de diferentes convicciones llegan a las manos en las calles de Alejandría.



Es en estos momentos cuando aparece un hombre clave: Atanasio.



"Enano negro" fue la etiqueta que le pusieron sus enemigos, y este obispo egipcio, de baja estatura y piel oscura, tenía muchos enemigos. Fue exiliado cinco veces por cuatro emperadores romanos, y pasó 17 de los 45 años que fue obispo de Alejandría en el exilio. Sin embargo, al final, sus enemigos teológicos fueron “desterrados” de la enseñanza de la Iglesia. Fue este hombre y sus escritos los que ayudaron a la Iglesia a no perder el norte.



 



Desafiando la “ortodoxia”



Desde el inicio, Atanasio insistió en que el arrianismo, que se había convertido en la corriente que dominaba el cristianismo, era en realidad una herejía.



La disputa comenzó cuando Atanasio aún era diácono a las órdenes del obispo Alejandro de Alejandría. Mientras Alejandro predicaba con minuciosidad y tal vez de forma demasiado filosófica sobre la Trinidad, Arrio, que era originario de Libia, argumentaba en términos sencillos: si el Padre creó al Hijo, entonces hubo un tiempo en el que el Hijo no existió.



Pero para Atanasio no se trataba solo de una discusión teológica. Lo que estaba en juego era la salvación: sólo un Mediador plenamente humano podía expiar el pecado humano y sólo un Mediador plenamente divino podía tener el poder para salvarnos. Atanasio lo tenía claro: la lógica de la doctrina de la salvación del Nuevo Testamento tenía como base la doble naturaleza de Cristo. “Los que sostienen que ‘hubo un tiempo en que el Hijo no era' roban a Dios su Palabra, como los saqueadores”, dijo en una ocasión.



La controversia se extendió, y por todo el imperio se podía oír a los arrianos cantar una melodía pegadiza que defendía su punto de vista: “hubo un tiempo en que el Hijo no era”. “En todas las ciudades”, escribió un cronista de aquellos tiempos, “un obispo se peleaba contra otro obispo, y el pueblo se peleaba entre sí, como enjambres de mosquitos luchando en el aire”.



La noticia de la disputa llegó finalmente hasta el recién convertido emperador Constantino el Grande, que estaba más preocupado por la unidad de la iglesia que por la verdad teológica. “La división en la iglesia”, dijo a los obispos, “es peor que la guerra”. Para resolver el asunto, convocó un concilio de obispos. Sería el primero de la historia. Se trata del famoso concilio de Nicea, una pequeña ciudad cerca de Constantinopla, la capital del imperio.



De los 1800 obispos invitados a Nicea acudieron solo unos 300. Viajar no era fácil en aquella época. Pero los que fueron discutieron, se pelearon y acabaron elaborando una primera versión del Credo de Nicea que como pocos resume los fundamentos de nuestra fe hasta el día de hoy. Ayudó el hecho que el emperador prometió no dejar salir a los obispos de la sala de reunión hasta que no se hubieran puesto de acuerdo. Finalmente, el concilio condenó a Arrio como hereje, lo exilió y declaró delito capital la posesión de sus escritos. Constantino se alegró de que la paz hubiera sido restaurada en la Iglesia. Atanasio, cuyo tratado sobre la Encarnación sentó las bases del partido ortodoxo en Nicea, fue aclamado como “el noble campeón de Cristo”. El obispo de baja estatura simplemente se alegró de que el arrianismo hubiera sido derrotado.



Pero no fue así. Su alegría iba a durar poco.



 



Atanasio va al exilio



Constantino estaba rodeado de simpatizantes de Arrio. Y estos convencieron al emperador en pocos meses de que pusiera fin al exilio de Arrio. Para facilitar el proceso, Arrio incluso firmó el Credo de Nicea - eso sí: con algunas añadiduras y el emperador ordenó a Atanasio, que había sucedido recientemente a Alejandro como obispo de Alejandria, a que restaurara al hereje a la comunión.



Pero Atanasio no se fio ni un pelo del hereje rehabilitado y se negó a readmitir a Arrio en las filas de la Iglesia. La reacción no se dejó esperar: los enemigos de Atanasio difundieron falsas acusaciones contra él. Se le acusó de asesinato, fraude fiscal, brujería y traición. Esto fue demasiado para Constantino: el emperador mandó exiliarlo a Tréveris, una ciudad en la lejana provincia de Germania.



Constantino murió dos años después y Atanasio aprovechó las circunstancias favorables para regresar a Alejandría. A su llegada quedó horrorizado: durante su ausencia el arrianismo se había impuesto en todas partes. Ahora hasta los líderes de la Iglesia estaban en contra de él y lo desterraron de nuevo. Regresó de su exilio en el año 346 solo para ser desterrado tres veces más antes de volver a casa en el 366 para quedarse. Para entonces tenía unos 70 años.



Durante su exilio, Atanasio dedicó la mayor parte de su tiempo a escribir, defendiendo la sana doctrina. Pero también escribió sobre otros temas. Una de sus contribuciones más populares fue una biografía de San Antonio, el primer monje. El libro está repleto de relatos fantásticos sobre los encuentros de Antonio con el diablo. A los que dudaban de algunos de los detalles de sus relatos Atanasio les escribió: “no seáis incrédulos de lo que oís de él... Considerad, más bien, que solo he contado algunas de sus hazañas”. De hecho, el obispo conoció personalmente al monje y la biografía de Antonio es una de las más fiables históricamente hablando, a pesar de alguna que otra exageración. Se convirtió en un temprano best seller y causó una profunda impresión en muchas personas. Incluso atrajo a muchos paganos a abrazar la fe cristiana. Agustín es el ejemplo más famoso.



 



Atanasio y el canon del NT



Pero hay otro hecho que está relacionado con este hombre y que pocos creyentes conocen.



Durante el primer año de su regreso permanente a Alejandría, envió una carta a las iglesias de su diócesis. En esta carta, Atanasio enumeró lo que él entendía que eran los libros que formaban parte del Nuevo Testamento.



“Sólo en estos [27 escritos] se proclama la enseñanza de la fe”, escribió. “Nadie puede añadirles nada, y nada puede quitárseles”.



Aunque se habían propuesto y se seguirían proponiendo otras listas, es la de Atanasio la que finalmente adoptó la Iglesia y es la que utilizamos hasta el día de hoy. De cierta manera podemos afirmar que gracias a Atanasio tenemos hoy los 27 libros del NT.



Atanasio no fue un personaje de trato fácil. Pero su contribución para establecer doctrinas que hoy nos parecen de las más esenciales es fundamental. A Atanasio no le importaba el aplauso de los demás. Para defender la verdad estuvo dispuesto a meterse con todo el mundo. Y de allí viene la expresión en latín que más que ninguna otra caracteriza a este hombre: Athanasius contra mundum, Atanasio contra el mundo.



Y ganó Atanasio, un hombre pequeño, pero uno de los grandes héroes de la fe.





 


 

 


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