Escandalosamente libres

Nos podríamos preguntar cómo ejercemos nuestra libertad, como discípulos del Maestro, en la línea en que Jesús fue un hombre libre. Muchas veces ejercemos nuestra libertad de una forma tan light, que solo la ejercemos en nuestro beneficio. Así, el ejercicio de nuestra libertad no repercute sobre nada ni sobre nadie, no beneficia a la sociedad ni ataca a las estructuras de injusticia y maldad que se dan en nuestros entornos. Es, en muchos casos, el ejercicio de una libertad no comprometida ni con al prójimo, ni con la sociedad, ni con la ética, ni ante los poderes injustos. Pasamos por el mundo ejerciendo una libertad egoísta.

¿Qué pasaría si quisiéramos imitar la libertad con la que Jesús actuó en el mundo? Jesús fue libre ejerciendo su libertad en compromiso con el hombre y con el mundo de una manera amorosa, ética y muy humana. Ejerció su libertad comprometida siempre en función de la liberación del hombre y no solamente para el más allá, sino en su aquí y su ahora, en su sufrimiento, pobreza opresión o marginación social. Lógicamente, damos por entendido que también usó su libertad en función de la liberación del hombre del pecado, abriéndole vías de vida eterna.

Si pensamos que la libertad del cristiano es hacer lo que nos viene en gana, lo que nos conviene, lo que nos gusta y no entendemos lo que es ejercer la libertad en compromiso con el hombre sufriente, no hemos entendido el concepto de libertad de la que Jesús nos dio ejemplo. ¿Crees que puedes sentirte libre como Jesús en la denuncia de toda injusticia, de toda necia acumulación? ¿Podríamos nosotros, cristianos del siglo XXI, libres para unirnos en las denuncias que hacen las parábolas del rico necio, del joven rico, del rico y lázaro, de los obreros de la viña que pagan igual a los que han sido relegados y llevados a trabajar solo unas horas y, además, pagarles los primeros? ¿Podríamos sentirnos libres en la afirmación de que los últimos sean los primeros, en anunciar que, muchas veces el justificado no es el religioso hipócrita, sino que puede ser el pecador proscrito, pero arrepentido? ¿Podremos ser libres para denunciar lo injusto dentro de esos parámetros? ¿Podríamos sentirnos libres de unirnos a las condenas de Jesús?

¿Podríamos ser libres en nuestros contextos para unirnos a los ayes que se contraponen a las Bienaventuranzas? ¿Podríamos nosotros clamar hoy: “¡Ay de vosotros, ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo” o “¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre?”. O, quizás sea que esos conceptos de búsqueda de justicia para los que lloran, los que pasan hambre, para los injustamente tratados, los perseguidos y maltratados no entran en las posibilidades de poder ejercer nuestra libertad para la denuncia, nuestra libertad en compromiso.

Jesús es libre para la denuncia de los religiosos hipócritas. No se ve que hoy se ejerza mucho esta libertad de compromiso para con la auténtica espiritualidad cristiana. No se observa mucho el uso de la libertad cristiana para trabajar por la justicia, la dignidad y el despojo de los pobres. Quizás es que nos gustan las líneas de ejercicio de nuestra propia libertad, aunque sea ejercida de espaldas a los que sufren.

¿No traspasan las denuncias de Jesús, sea a los religiosos, a los injustamente enriquecidos, a los acumuladores que empobrecen a más de medio mundo, a los que ríen insolidariamente, los umbrales del tiempo y de la historia? ¿No necesita hoy Jesús nuestra voz libre para denunciar, para derrumbar estructuras económicas de pecado y los abusos contra los débiles? ¿Es que, acaso, ya no es necesario ejercer ese tipo de libertades comprometidas con el prójimo que sufre? Quizás lo que pasa es que nos da miedo ser libres en el concepto de libertad de la que nos da ejemplo Jesús con sus prioridades y estilos de vida.

Quizás es que tampoco escuchamos a los profetas, con los que entronca Jesús, y no somos capaces de orientar nuestra vida cristiana siguiendo sus ejemplos de vida y de libertad para la denuncia en tantos y tantos sentidos a favor del prójimo oprimido y abusado. Es un ejercicio de libertad que puede ser molesto para los poderosos de este mundo, un ejercicio de libertad provocador, pero que el mundo necesita para ser reconstruido de alguna manera siguiendo la línea de los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la figura de Jesús al mundo.

Hoy el mundo vive tranquilo ante la falta del ejercicio de la libertad comprometida de los cristianos. Parece que no molestamos a nadie, que no hay voces por justicia ni por solidaridad humana para con los débiles de la tierra. Nadie en el mundo está preocupado por el ejercicio de la denuncia que parte del pueblo de Dios. Éste sestea. No hay un ejercicio de una libertad que pueda imitar al Maestro, ni a los profetas. Hay que despertar y darse cuenta de que el uso de mi libertad no es solo para mi propio beneficio o el de los míos, no es hacer lo que me cause placer o rentabilidad. Si lo vemos desde esta línea, es que, quizás, aún el mundo no ha entendido el poder transformador del Evangelio de una forma integral y completa.