Dios contempla a los humildes, a quienes están despojados de sí mismos, de sabiduría propia, de fuerza personal y de dignidad adquirida.
El odio puede tomar muchas vías de manifestación, siendo una de las más crueles el escarnio, porque en el mismo se vierte de forma especial el desprecio. Los burladores abundan en nuestro tiempo como las setas en otoño, pero a diferencia de éstas, en las que unas son de tipo beneficioso y otras de tipo venenoso, en los burladores su contenido es siempre letal. La razón es bien simple: el burlador está saturado de arrogancia, que es de donde mana su sarcasmo. Al estar lleno de engreimiento no cree que haya nada reprensible en él mismo, descansando todo el tiempo en su propia sabiduría y zahiriendo lo que aborrece con su afilada lengua. Seguro de sí mismo y plenamente satisfecho con sus logros, camina por la vida con la cabeza bien erguida, deleitándose en convertir en blanco de sus burlas todo lo que menosprecia. No titubea, ni recapacita en su actitud, no pasándole nunca por la cabeza que pueda estar equivocado, porque no piensa que tenga nada que enmendar. La reflexión y ponderación están totalmente alejadas de él, al considerarse gracioso y ocurrente unas veces, y satíricamente implacable otras. Y así, embriagado de sí mismo, se retroalimenta continuamente, con una inventiva inagotable para zaherir y hacer escarnio de todo lo que se le antoja.
Sus irónicos y destructivos lances pueden tomar tanto la dirección horizontal como la dirección vertical, es decir, tanto la de sus semejantes como la de su Hacedor. Al tener un concepto totalmente despreciable de aquellos de sus semejantes a quienes detesta, los considera objeto natural de los que puede reírse abiertamente. Su deleite se manifiesta en la continuada mofa de la que hace gala, siempre renovada, que va a más y nunca se repite ni amaina.
Pero, por supuesto, la diana favorita de su burla no es nadie de este mundo, sino Aquel a quien le debe la existencia. Ahí es donde todo su talento e ingenio se pone en acción de manera particular, complaciéndose especialmente en la tarea de ridiculizar a Dios, tomándole en solfa, porque ¿de quién mejor reírse que de quien más alto está? Si encuentra ilimitado placer en hacer escarnio de quienes están más o menos a su mismo nivel, ¿cómo dejar escapar la oportunidad de mofarse de quien está por encima de todo? Por eso, sus pullas las reserva especialmente para él. Siente una mezcla de íntimo regodeo al considerar que de quien se ríe es de Dios mismo, lo cual significa que su mordaz agudeza es tan profunda y de tanto alcance que es capaz de desafiar y derrotar con ella a quien es el más grande. Especialmente se goza en fustigarle sardónicamente por el desastroso estado de este mundo, por su incapacidad para poner orden en el caos, por su indiferencia hacia los males y por sus promesas huecas. Y así, desde el sillón de juez, no sólo condena sino que se carcajea de Dios, a quien ultraja y vilipendia a su gusto.
Mas como Dios es invisible, torna su embestida contra quienes son suyos, no importa que sean íntegros, que son el blanco favorito de su lengua, volcando sobre ellos lo que siente hacia Dios. Complacido con esa conquista se considera dios, sentado en un trono de poderío, del que nunca será removido, o eso piensa.
Pero el burlador, cegado por su punzante jocosidad, no se da cuenta de que a la vuelta de la esquina le aguarda la retribución, que con tanto esfuerzo se ha estado ganando. Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores, y a los humildes dará gracia.’ (Proverbios 3:34). Hacia el año 726 antes de Cristo, el rey Ezequías celebró una Pascua en Jerusalén como nunca antes se había celebrado, invitando para que se unieran a la misma a los del reino vecino, los del norte. Pero cuando los correos pasaban por las ciudades anunciando la ocasión, la gente se guaseaba de ellos. ¡Qué ocurrencia la de Ezequías! Era de risa lo que pretendía este hombre, al imaginar que ellos iban a ir a Jerusalén. Solamente cinco años después de esas burlas, el reino del norte fue barrido por el ataque asirio. ¡Quién les iba a decir a los burladores que su chanza se trastocaría en llanto y cautiverio! Nunca hubieran imaginado el duro correctivo que les esperaba, porque su jactanciosa mordacidad les cegaba para ver su terrible y cercano destino. Y así fue como Dios escarneció a aquellos escarnecedores y la verdad de que el que ríe el último, ríe mejor, se cumplió ampliamente. Todo un aviso para los actuales escarnecedores.
Pero este tweet de Dios contempla a otra clase de personas, a las que llama los humildes, quienes, al contrario que los anteriores, están despojados de sí mismos, de sabiduría propia, de fuerza personal y de dignidad adquirida. Sabiéndose débiles, ignorantes y viles, no se consideran dignos de mérito alguno, como aquel centurión, que no se sintió con la suficiente categoría como para presentarse ante Jesús ni para que entrara en su casa a sanar a su siervo, creyendo que podía hacerlo con su sola palabra a distancia. A este tipo de personas, dice el tweet, Dios les da gracia. No dice que Dios les recompensa con gracia, porque recompensa y gracia son antónimos, sino que les da gracia.
Los humildes son destinatarios de la gracia de Dios; los obstinados burladores son destinatarios de la burla de Dios. Unos reciben lo que es más precioso y los otros lo que merecen, de modo que Dios es misericordioso y justo, glorificándose de ambas maneras al mismo tiempo.
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