No hay nada en este mundo que se me antoje más violento que arrancar a un feto vivo del seno materno. Un artículo de Susana Cossío Losa, matrona.
En las últimas décadas se ha multiplicado exponencialmente este concepto y su utilización, tanto a niveles de asistencia sanitaria como en la misma calle, a nivel popular, de boca a boca. Son muchas, además, las organizaciones en pro de los derechos de la mujer que tratan este tema de la violencia obstétrica.
Existen diferentes definiciones de este tipo de violencia concreta. Usando la lógica, diríamos que es un tipo de violencia especifica en el caso concreto de la obstetricia, es decir, en el campo del embarazo, parto y post-parto maternos. Es un tipo de violencia multidimensional que ejercen los profesionales sanitarios sobre las mujeres embarazadas y sus bebés.
Se citan como ejemplos la falta de información, la anulación de la capacidad de consentimiento de las mujeres en diversas técnicas. En otros casos se citan ejemplos concretos como tactos vaginales no consentidos o con la suavidad y cuidado necesarios, técnicas que se vuelven dolorosas por poca prudencia, trauma emocional por trato desagradable…Incluso, en algunos casos, se llega a considerar violencia obstétrica el que una mujer dé a luz acostada sobre su espalda por su indefensión. La mujer está en una posición pasiva, inmóvil y vulnerable.
Desde mi punto de vista profesional como matrona, no puedo por más que reconocer que en algunos casos aún estamos lejos del cuidado, humanización y buen trato que siempre debiéramos ejercer con cualquier mujer que se nos confía. No hace falta aclarar que tanto en un plano legal como ético y moral los seres humanos en general, y las mujeres en particular, necesitan un trato cálido, cercano y profesional.
Sin embargo, no deja de asombrarme cómo es posible que la realización de un tacto vaginal pueda considerarse violencia (que lo es) según como sea llevado a cabo mientras un aborto no es considerado violencia obstétrica.
El aborto es un proceso altamente traumático para una mujer. Desde el punto de vista físico, produce un dolor insoportable en forma de contracciones intensísimas y un sangrado que no deja a ninguna mujer indiferente. Pero las secuelas y efectos más dañinos aparecen en el plano emocional y psicológico. ¿Qué persona en su sano juicio, no sufriría con la aspiración, destrucción o expulsión de su hijo de manera abrupta en medio de dolor y sangrado? ¿Podemos hacer todo esto y no llamarlo violencia? No hay nada en este mundo que se me antoje más violento que arrancar a un feto vivo del seno materno. Violencia máxima a nivel obstétrico.
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¿Por qué aquellos que se erigen en defensores de los derechos de las mujeres excusan el aborto y no consideran clasificarlo como un hecho violento?¿Cómo mantener ese argumento después de ver un pequeñín desmembrado o asfixiado tras contracciones muy dolorosas que lo expulsan del seno de quien debe protegerle, su madre?¿Cómo decir que una mujer decide libremente cuando se le oculta o no se le realiza la ecografía de su hijo para “no ser condicionada” en su decisión y para “evitarle sufrimiento”? ¿O colocarla sin visión de lo que está ocurriendo en su propio útero para que no sea consciente de lo que está suponiendo su decisión? ¿Es para que no vea lo violento y desagradable que es la cara más sombría de un aborto?
Durante años hemos planteado de manera irreal el aborto, como un proceso en el que se enfrentan los derechos de una madre con los derechos de su hijo. Pero tal enfrentamiento no es cierto. No hay una dicotomía madre-hijo. Hay un proceso, el aborto, que destruye a ambos. Quizá solo una de la parte del binomio pierde la vida física, pero hay también una muerte emocional y espiritual en la mujer que se somete a un aborto. Hay un antes y un después de un aborto. Y no solo se pierde la vida del hijo, se somete a una mujer a un hecho violento que es difícil de borrar.
A lo largo del tiempo he observado como los profesionales a favor del aborto confían en que, con su labor, ayudan a una mujer. Entre otras cosas ocultándole lo que se le está haciendo a su hijo o despersonalizándolo para que le cueste menos eliminarlo. Y es que, en el campo de la obstetricia, se nos forma para ver todo de manera aséptica, como un proceso quirúrgico o farmacológico, pero jamás se nos habla de los efectos emocionales o psicológicos en las mujeres.
Como mucho, se nos habla de un duelo que es necesario resolver con ayuda profesional pero minimizan su impacto tanto en cifras como en profundidad, casi hasta la caricatura. Y cuanto más te repiten una mentira, más te la crees. Los estudios de medicina basada en la evidencia son poco concluyentes dada la dificultad de elaborar un estudio eficaz por cuestiones éticas evidentes. Todo esto es aprovechado para intentar negar el daño emocional palpable que vemos a diario en una mujer que sufre tal proceso.
La ciencia médica no es libre y cada día es más complejo planificar un estudio y llevar a cabo su financiación si los resultados de éste son poco aceptados socialmente. De hecho, muchos de los estudios que demostraban un daño psicológico a corto y largo plazo de las mujeres sometidas a un aborto en contraposición a aquellas que decidieron seguir con sus embarazos cada vez son más cuestionados y son muy escasos en la última década. Porque quizá no queremos ver que el aborto daña precisamente porque es violencia obstétrica a nivel físico y psicológico.
Tras más de dos décadas tratando con mujeres en el campo de la obstetricia, a día de hoy no veo, ni voy a aceptar, que el aborto es un acto inocuo para una mujer y no puedo aceptarlo como un plan de ayuda o beneficio para nadie. Ni para el feto ni para la mujer. El aborto es un acto que se encuadra perfectamente en el concepto de violencia. Y la violencia, por más permitida o solicitada que sea, no deja de ser violencia.
Susana Cossío Losa, matrona. Equipo de AESVIDA (aesvida.org)
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