En nuestra sociedad actual, decir la verdad requiere valor y no sale gratis. Pero hay cosas por las cuales vale la pena luchar.
En pocas áreas de la vida vemos el cambio de los tiempos con tanta claridad como en la política, la sociedad y los medios de comunicación en términos generales.
Hablemos primero de la política y la sociedad. Nuestro sistema democrático está pasando por uno de sus peores momentos. Lo notamos entre otras cosas por el número altísimo de personas que no votan o votan en blanco. Esto tiene diferentes causas, pero vayamos por partes.
Todos conocemos este fenómeno bastante curioso: después de las elecciones solo hay vencedores. Raro es el momento cuando un político o un partido entonan un mea culpa, y aún más improbable es que pidan perdón por sus errores, equivocaciones y pecados. No. Lejos de ello la política de cada gobierno y las reivindicaciones de la oposición son siempre “sin alternativa”. Sin embargo, todo el mundo sabe que siempre hay alternativas. Sobre todo en la política.
De este mesianismo político a otros fenómenos solo hay un paso. Nos lleva a la manipulación continua de los medios, al oportunismo de una clase política en plena decadencia y al manejo de oscuros intereses para conseguir mayorías. Ese mundo del mercadeo interesado produce un tipo de político que, nutrido por sus suculentas prebendas, vive en un mundo aparte, en una burbuja donde poco a poco pierde la noción de la realidad y su conciencia. De la responsabilidad frente a los electores poco queda si es que alguna vez ha habido algo. Se aleja el poder del pueblo. De la democracia vamos a la cleptocracia.
¿Por qué Suiza es un modelo de democracia? ¿Por qué los países pequeños parecen funcionar bastante mejor que los grandes? Por una razón muy sencilla: porque puedes encontrarte a tu representante político en el portal de tu casa o en la calle. En Islandia, una nación de 350.000 habitantes, casi todo el mundo se conoce. Y el político que se olvida de este detalle tiene sus días contados, como hemos visto en los últimos años.
Estamos ante un peligro que nos viene de dos lados, pero que esencialmente llega a ser lo mismo. Por un lado nos enfrentamos a algo que podríamos llamar “neofascismo”. El fascismo no es otra cosa que la unión entre las grandes empresas y un poder político centralizado y cada vez más autoritario. Esto ha sido lo característico de los estados fascistas que hemos tenido en Europa y más allá de este continente.
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Por otro lado vemos la amenaza del “neosocialismo”. El socialcomunismo no murió, como algunos creyeron equivocadamente, con la caída del Muro de Berlin. Todo lo contrario: ha aparecido desde entonces con otros nombres, pero con las mismas ideas. Más que de convicciones políticas se trata de un sistema de creencias. Por lo tanto tiene más en común con una comunidad de fe. Pero mientras que en la fe cristiana, desde los tiempos de Agustín y Tomás de Aquino, se ha valorado la lógica y la coherencia en el pensamiento, la comunidad de fe socialista se caracteriza por sus altas dosis de resistencia a los hechos, a la lógica y al empirismo.
Y esto lo tienen en común con los estatistas de derechas: siempre claman al Estado como garante de nuestra felicidad. Es el Estado el que cuida de la economía, el que crea programas de empleo y provee guarderías, educación y sanidad gratuita, semanas de trabajo de 35 horas, jubilaciones a los 62 años y un salario social sin condiciones previas. La lista es larga y la ruina segura.
Aquellos que creemos en la libertad, la descentralización y la responsabilidad humana -todos valores profundamente cristianos- parece que ya no tenemos cabida en la vida política.
Porque nuestro sistema de elegir políticos pasa por los partidos, y estos, a su vez, ya no son otra cosa que gremios que velan en primer lugar por sus propios privilegios, subsidiados por los impuestos de todos.
La gente que de verdad es emprendedora es sistemáticamente arrinconada por sus propios partidos, y el resultado es que solo los mediocres o los que saben hacerse valer mediante tráfico de influencias o medidas manipuladoras llegan arriba. Es una evolución a la inversa. La supervivencia de los menos aptos para gobernar a los demás.
Luego hay otro fenómeno: en casi todos los estados europeos ha habido tradicionalmente sistemas de dos grandes partidos, normalmente de izquierda o de derecha. Esto se ha acabado. Estamos ante una fragmentación del espectro político en toda Europa con un aumento impresionante de partidos que comúnmente se tildan de populistas. Son las facturas impagadas del sistema partidista tradicional.
Pero esto no es todo. Esta disolución de los partidos clásicos, incapaces de dar respuestas a las inquietudes de la gente, abre la vía a una dictadura de lo políticamente correcto. Y esto significa que los que nos gobiernan y los que viven de su apoyo van a hacer todo lo posible para filtrar, prohibir, silenciar y censurar las opiniones que no encajen. No se llama oficialmente censura, como en los tiempo de Franco. Se llama prohibir fake news, llamadas al odio, al sexismo o al racismo. Y los censores son los fact checkers, los que deciden lo que es verdad y lo que no lo es.
Al mismo tiempo, y bajo la supuesta amenaza del terrorismo, de la covid y semejantes, se nos está vigilando por todos los medios y en todas partes. Hemos abandonado nuestra libertad y privacidad sin saber lo que estábamos haciendo. Si usamos Google, Facebook o WhatsApp estos sabrán más sobre nosotros que nuestras propias familia, y este conocimiento no solamente es un medio para conseguir suculentos ingresos para estas empresas, sino que además puede llevarnos a ser controlados en cualquier momento.
El resultado será una dictadura al estilo de la famosa novela de Orwell. Pero hasta esto han llevado a lo cómico nuestros medios de atontamiento masivo, llamando precisamente Gran Hermano a un reality show. Poca gente sabe que esta expresión viene precisamente del sistema de vigilancia continuo que Orwell presentó en su profética novela. En el futuro, todos vamos a participar en el Gran Hermano europeo. Solo con la diferencia de que no habrá ningún ganador entre los participantes.
Nuestra sociedad europea es una olla a presión, solo que nuestros medios de comunicación y los políticos hacen todo lo posible para ignorarlo. El movimiento de los chalecos amarillos en Francia y las crecientes protestas en contra de las medidas restrictivas por la covid son solo la última manifestación de este descontento. No estamos hablando de un movimiento de gente de derechas, de izquierdas, de liberales, de cristianos o de ateos. Todos tienen algo en común: están hartos de ser tratados como niños en una guardería.
Que estos problemas no son solamente culpa de los políticos también es evidente. Al fin y al cabo es simplemente la gente que representa una sociedad podrida hasta la médula.
Finalmente quiero mencionar los medios de comunicación.
Estamos a punto de perder algo que ha costado mucho conseguir en Europa: la libertad de prensa y la independencia de los medios. Y entre estos medios hay que incluir también a las redes sociales, nos gusten o no, porque juegan un papel importante a la hora de crear opinión.
Desde hace tiempo ya, la libertad de prensa y de los medios de comunicación clásicos, como la radio y la televisión, es un problema. No solamente porque una buena parte están en manos del Estado y, por lo tanto, en manos del partido que gobierna, sino porque además los medios privados solo admiten la publicación de opiniones -y muchas veces también de hechos- que encajen en su ideología particular. Si se escuchan a Jiménez Losantos y a la cadena SER a la misma hora por la mañana, uno tiene la sensación de vivir en dos países completamente distintos. Ninguno tiene interés en darnos una idea de la realidad, sino que simplemente obedecen al amo que les paga. El locutor de turno parece más un telepredicador que alguien con la intención de darnos una visión objetiva de las cosas.
Es un hecho diario que se supriman o se inventen “verdades”. Famoso se hizo el caso de Claas Relotius. Durante años había trabajado como periodista para el prestigioso rotativo alemán Der Spiegel. Lo despidieron hace tres años al salir a la luz que durante años simplemente se había inventado “hechos” y personajes ficticios. En todo ese tiempo pudo publicar sus historias sin que nadie se quisiera enterar.1
Y la libertad de expresión en redes sociales como Facebook y YouTube ya tiene sus días contados. Lo que rige es la norma oficial de ambas plataformas privadas de lo que se puede y no publicar. YouTube, por ejemplo, puso en marcha una norma que no admite la publicación de “teorías de la conspiración”2. Ahora, ¿qué es exactamente una teoría de la conspiración? ¿Quién lo define? Lo que sí sé es que más de una docena de amigos míos ya no pueden publicar en YouTube o en Facebook porque su opinión no gusta a los censores. Perdón, al los fact checkers.
No estoy de acuerdo con los que creen que la Tierra es plana. Pero creo que tienen pleno derecho a expresar su opinión. Porque las fake news no solamente son aquellas que nos dicen que la Tierra está siendo invadida por extraterrestres con forma de reptil, sino también también aquellas que se basan en estadísticas falseadas como, por ejemplo, la tasa de desempleo o de inflación que se predican en el telediario de las nueve.
Son los tiempos que corren. Y entenderlos tiene mucho que ver con la teología. Porque la teología, la ciencia de Dios, tiene que exaltar y fomentar la verdad. En nuestra sociedad actual, decir la verdad requiere valor y no sale gratis. Pero hay cosas por las cuales vale la pena luchar.
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John F. Kennedy solía usar una cita que equivocadamente atribuyó a Dante, pero que sin embargo expresa una gran verdad:
“Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral.”3
A día de hoy, me parece que en esos lugares al final no cabrá ni un alfiler.
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
Estudiamos el fenómeno de la luz partiendo de varios detalles del milagro de la vista en Marcos 8:24, en el que Jesús nos ayuda a comprender nuestra necesidad de ver la realidad claramente.
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