Al inicio del siglo XXI se abre una nueva posibilidad de emigración: las ciudades privadas libres.
En esta serie de artículos hablamos de los tiempos que corren y los que vendrán. Tienen su lado positivo, pero también aspectos que asustan. Lo que interesa es saber hacia qué lado se inclina la balanza en cada caso.
Una de las tendencias más preocupantes es en mi opinión el creciente control del Estado sobre nuestras vidas.
Nos hemos acostumbrado a que nuestros gobiernos hoy en día se metan en absolutamente todo: si podemos o no acceder con nuestro coche a una parte de la ciudad, hasta qué importe podemos pagar una factura en metálico, la cantidad de azúcar que pueden contener nuestros refrescos, cómo debemos educar a nuestros hijos y hasta la forma en la cual debemos hablar sin discriminar a nadie.
Abrir o mantener un pequeño negocio se ha convertido en un auténtico calvario. Miles de leyes y regulaciones hacen que un autónomo nunca puede estar seguro de no infringir ninguna norma, por lo cual su negocio puede cerrarse en cualquier momento.
La Unión Europea que no consigue ni siquiera ponerse de acuerdo sobre el horario de verano y es incapaz de pedir vacunas a tiempo para sus ciudadanos, reguló sin embargo que los pepinos no pueden ser curvos y que los plátanos no pueden serlo más de un 10%.
Por norma comunitaria, Una pizza napolitana tiene que tener un espesor máximo de cuatro centímetros y un diámetro de no más de 35 centímetros. El producto horneado debe ser además elástico y suave para poder doblarse.
Los estados federados alemanes de Berlín y Mecklemburgo, fueron obligados a pasar leyes que regulan la seguridad en los teleféricos. El detalle que llama la atención: en ambos territorios no existe ni un solo teleférico porque la elevación máxima es de 80 metros.
No sigo para no aburrir.
Ante este cuadro, no nos extraña que un número creciente de ciudadanos esté hasta el gorro de tanta regulación. Y por eso tampoco nos extraña observar un fenómeno del cual poco se habla: en la UE no solamente tenemos una ola de inmigración sino también lo contrario: más y más europeos huyen de la influencia de los burócratas de Bruselas, entre ellos una nación entera: el Reino Unido. Un promedio de 1,1 millones de comunitarios emigran anualmente a otros países fuera de la UE 1. Suelen ser los más productivos y emprendedores. El motivo principal: querer vivir una vida más libre.
Como creyentes obviamente no vivimos al margen de estos fenómenos. Algunos lo ven con preocupación y otros no tanto. Pero creo que estamos todos de acuerdo en una cosa: no nos gusta ver condicionada nuestra libertad personal.
Esto es particularmente relevante en cuestiones de fe. A los creyentes les interesa saber: ¿vamos a poder ejercer nuestra fe con garantías de libertad también en el futuro? Y cuando digo “libertad” hablo del derecho a organizar nuestros cultos y expresar nuestras creencias sin restricciones, interferencias del Estado y según nuestra conciencia.
Y en cuanto a este tema me encuentro en el campo de aquellos que observan la tendencia actual con preocupación.
Ante la creciente intromisión y regulación de la libertad de culto de parte de las autoridades hay cuatro posibilidades:
En primer lugar cabe la opción que más esfuerzo de nuestro lado requiere: influenciar nuestra sociedad de tal manera que la legislación nos sea favorable y proteja nuestras libertades. Esto requiere una participación activa de parte de la iglesia y -para qué vamos a engañarnos- un auténtico avivamiento. Como creemos en un Dios para el que nada es imposible, no deberíamos nunca descartar esta posibilidad y hacer todo lo posible para que se convierta en una realidad.
La segunda opción no requiere ningún esfuerzo y sale gratis: no hacer nada y confiar en que todo salga bien. Esto se consigue tanto con una actitud quietista y pietista que solamente se preocupa de temas “espirituales” o bien por dejar que la agenda de lo políticamente correcto se convierta en nuestra propia agenda, simplemente con un ligero cambio del vocabulario. El efecto en ambos casos es el mismo: la iglesia se convertirá en un cero a la izquierda, sociológicamente hablando, claro. Teológicamente hablando será sal insípida que no sirve para nada.
Cabe una tercera posibilidad, muy poco atractiva, pero real: suponiendo que las cosas vayan de mal en peor y cada vez haya menos libertad para la Iglesia, aquellos que no están dispuestos a renunciar a sus principios van a tener que barajar la posibilidad de sufrir persecución.
Esto ya es una realidad en un tercio de los países de este mundo. Y la tendencia está al alza. Desde países con persecución extrema como son Corea del Norte, Irán y Arabia Saudí a la persecución light de parte de los países que intentan dificultar la vida de la Iglesia con regulaciones cada vez más estrictas, hay un amplio abanico de posibilidades que siempre expresan la misma actitud: la Iglesia, como voz discrepante y como comunidad con principios distintos, no es bienvenida.
Pero hay una cuarta opción.
Y como es la que menos se considera, voy a tratarla con más detalle: la emigración. Normalmente se llega a este punto cuando se ve que una sociedad no tiene remedio y se quiere evitar la persecución. Puede llegar a ser una sorpresa para más de uno, pero en la historia de la iglesia ha habido millones de cristianos que han optado por esta opción. Y lo han hecho con la Biblia en la mano porque hay más que un ejemplo bíblico que va en esta dirección. Posiblemente los dos más famosos son el éxodo de Israel de Egipto y la huída de la iglesia primitiva a Pella2.
Hasta el momento, la única posibilidad era encontrar un país donde se podía vivir con más tranquilidad y sin injerencias continuas de parte de las autoridades. Pero estos países son cada vez más escasos.
Sin embargo, al inicio del siglo XXI se abre una nueva posibilidad de emigración. Se trata de ciudades privadas que tienen su propia legislación y autonomía dentro del territorio un país existente o incluso de ciudades flotantes en aguas internacionales como lugares que podrían acoger a millones de personas3. Parece ciencia ficción, pero existen proyectos muy concretos para llevar a cabo esta idea.
El Instituto colombiano de Ciencia Política Hernán Echevarría Olózaga, entre otras, se dedica desde hace tiempo a esta cuestión4. El empresario alemán Titus Gebel que ya promociona proyectos por el estilo escribe:
“Es evidente que los sistemas convencionales están llegando a sus límites en el siglo XXI. Pero existe una alternativa pacífica y sobre todo voluntaria: Las Ciudades Privadas Libres”.5
Estas ciudades se gobernarán por un reglamento interno, en el marco de un estado existente que lo permita, comparable a una comunidad de vecinos. Tendrán sus propios tribunales que decidirán los litigios y se administrarán de forma completamente autónoma.
¿Realmente es deseable algo así para una comunidad cristiana? Antes de descartar la idea de antemano, cabe recordar nuestra propia historia: siempre hubo grupos evangélicos que buscaron refugio en otros estados para poder ejercer su fe libremente. Esto llevó finalmente a puritanos y otros grupos reformados a apuntarse a la aventura de fundar sus propias colonias y asentamientos en América y África, que luego se convirtieron en estados. Lo mismo ocurrió con los menonitas en el siglo XIX cuando primeramente se fueron a la Rusia zarista y luego huyeron de los bolcheviques y fundaron sus propias colonias en Canadá, Belize y Paraguay, donde hasta el día de hoy gozan de un reglamento jurídico distinto al resto del país.6
Buscar un lugar para poder ejercer la fe en libertad es una de cuatro posibilidades. Y tiene sus pros y sus contras. Sin embargo, hay un argumento que no se debería emplear: el del “gueto evangélico”. Suele ser empleado para cualquier estructura paralela evangélica, empezando con los colegios evangélicos. Sin embargo, ocurre una cosa interesante: de la misma manera como Ginebra, Prusia -llenas de emigrantes evangélicos por razones de conciencia- y las colonias de Nueva Inglaterra se convirtieron en lugares que atrajeron también personas con otras creencias, una ciudad cristiana podría convertirse en un lugar alternativo que también atrajera gente de otras creencias, siempre que se cumpliera con las normas establecidas.
Un buen ejemplo para este principio, es el colegio privado evangélico donde mi hermano es director: la mitad de los alumnos no son evangélicos. Pero todos tienen que cumplir y estar de acuerdo con sus normas. Incluso hay algunos alumnos que son musulmanes. Pero todos van allí, pagan sus cuotas y cumplen con sus obligaciones porque el nivel y las prestaciones son mejores que en los colegios estatales. Y de paso más que un alumno y algunos padres han abrazado la fe cristiana.
¿Podría ser la cuarta opción un modelo para el futuro? Yo no lo descartaría como utopía. Los tiempos están cambiando. Y es bueno que reflexionemos al tiempo, irrespectivamente de la conclusión a la que lleguemos. Porque entre otras cosas, deberíamos tomar en cuanta un tema candente: ¿cómo se organiza una sociedad cristiana?
Notas
La conmemoración de la Reforma, las tensiones en torno a la interpretación bíblica de la sexualidad o el crecimiento de las iglesias en Asia o África son algunos de los temas de la década que analizamos.
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