Judá, que se opuso a la muerte de José, fue deshonroso con Tamar. Así estamos hechos los seres humanos, en blanco y negro. Justos unas veces, injustos otras.
Todo el capítulo 37 de Génesis está dedicado a contar la bella historia de José, hijo de Jacob. Sus dotes de soñador. La envidia de sus hermanos. Los intentos de darle muerte. Vendido a mercaderes ismaelitas. Revendido a Potifar. Encarcelado y encumbrado en Egipto. Reencontrado con sus hermanos.
El autor del Génesis interrumpe bruscamente la historia de José para tratar en el capítulo siguiente el episodio vivido por Tamar y Judá.
Judá era el cuarto hijo de Jacob y Lea. Cuando el viejo Jacob estaba a punto de morir y se dedica a bendecir a cada uno de sus hijos, exceptuando la maldición a Simeón y Leví por la matanza de los habitantes de Siquem, predice la prosperidad de Judá, jefe de la raza judía (Génesis 49:9-10).
Su nombre ocupa un lugar honroso en la Biblia al oponerse a la muerte de José, como pretendían sus hermanos. Pero otro lugar deshonroso en el comportamiento con su nuera Tamar. Así estamos hechos los seres humanos, en blanco y negro. Justos unas veces, injustos otras.
De esta Tamar sólo sabemos que estuvo casada con dos hijos de Judá, primero con Er y luego con Onán.
El capítulo 25 de Deuteronomio contiene una ley conocida como ley del levirato. Puede parecernos una ley injusta, pero era obedecida en aquellos tiempos. La copio íntegra de las páginas sagradas: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuvieren hijos, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por mujer, y hará con ella parentesco…. Y si el hombre no quisiere tomar a su cuñada, irá entonces su cuñada a la puerta, a los ancianos, y dirá: Mi cuñado no quiere suscitar nombre en Israel a su hermano, no quiere emparentar conmigo. Entonces los ancianos de aquella ciudad lo harán venir, y hablarán con él; y si él se levantare y dijere: No quiero tomarla, se acercará entonces su cuñada a él delante de los ancianos, y le quitará el calzado del pie, y le escupirá en el rostro, y hablará y dirá: Así será hecho al varón que no quiere edificar la casa de su hermano. Y se le dará este nombre en Israel: La casa del descalzado”. (Deuteronomio 25:5-10).
He transcrito tan largo párrafo porque lo estimo imprescindible para cuadrar la historia de Tamar y Judá.
En este capítulo 38 del Génesis se introduce a Judá con una simple indicación cronológica. Se aleja de sus hermanos hebreos y se va a vivir a casa de un íntimo amigo llamado Hira. En aquella tierra contrajo matrimonio con una mujer cananea. La pareja tuvo tres hijos: Er, Onán y Sela. Judá conoció a una joven, también cananea, llamada Tamar. Habló de ella a su primogénito, Er, y tuvo lugar la boda. Poco después murió Er. No se sabe de qué ni porqué. La Biblia zanja el tema con estas palabras: “Él fue malo ante los ojos de Jehová, y le quitó Jehová la vida” (38:7). Entonces entra en acción la ley del levirato: “Judá dijo a Onán: (segundo hijo). Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano. Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él también le quitó la vida” (38:8-10).
Muere el primer marido.
Muere el segundo, su hermano.
Tamar dos veces viuda por decisión de Jehová.
Queda el tercer hermano, Sela. Pero era menor de edad. Judá indica a Tamar que se quede en casa de sus padres hasta que Sela se haga hombre y entonces se lo daría como tercer marido para que levantara descendencia y honrara la memoria de sus hermanos muertos.
Pasan los años. Crece Sela. Le llega la edad del matrimonio. Judá se resiste a una tercera boda con Tamar, pensando: “No sea que muera él también como sus hermanos” (38:11). Tamar es consciente de la negativa de Judá y urde una estratagema. Se desprende de los vestidos propios de una mujer viuda de aquellos tiempos. Se viste al estilo de una ramera. Se cubre el rostro con un velo. Se dirige al lugar donde Judá trasquilaba las ovejas y se sienta a esperar. Judá la ve, cree que es una ramera, pide acostarse con ella, pero Tamar le impone condiciones. ¿Qué le daría él a cambio? Él le dice que le mandaría un cabrito de sus cabras. Ella desconfía. Pide prueba de que le mandaría el cabrito prometido. Judá pregunta qué prueba quiere. Tamar iba sobre seguro. Le pide tres cosas: Su sello, su cordón y el báculo que tenía en la mano. Toda persona de algún rango llevaba consigo un sello para firmar los contratos. Este sello figuraba colgado en el cuello con un cordón. Judá llevaba también un báculo o bastón cincelado con determinados adornos.
Muchas ganas de sexo debía tener Judá al extremo de entregar a la supuesta ramera estos tres objetos personalísimos. Se los dio, y mantuvo relaciones sexuales con ella.
Un aforismo árabe dice: “Aunque la misma hija del Sultán seas, terminarás por encontrarte debajo de un hombre”. A mí me da por razonar: ¿Cuánto tiempo estuvo Tamar debajo de Judá? ¿Una hora? ¿Media hora? En ese tiempo, ¿no intentó Judá levantarle el velo para darle siquiera un beso? ¿Tan poco romántico era el tal Judá?
Días después Judá encargó a su íntimo amigo Hira que tomara un cabrito, fuera en busca de la supuesta ramera y a cambio del cabrito le devolviera las tres prendas que le dejó. El versículo 21 me impresiona por el alto concepto de la amistad que tenía Hira. Va a la ciudad y pregunta a los habitantes que encontraba al paso: “¿Dónde está la ramera de Enaim junto al camino? Y ellos le dijeron: No ha estado aquí ramera alguna”.
El filósofo francés del siglo XVIII François Marie Voltaire dice en su obra Jeannot et Colin que “toda la grandeza de este mundo no vale lo que un buen amigo”. De esta grandeza era Hira, amigo de Judá. Por hacerle un favor se expone al ridículo. ¿Podemos imaginar a un hombre de más de 50 años preguntando en las calles por una prostituta? Hira estaba enamorado de la amistad. Regresa y dice a Judá que no ha encontrado a la mujer. Por su reacción parece que no tenía en estima las tres prendas que había dado a Tamar. Dice a Hira que no importa, que se quede con ellas.
Tres meses después dijeron a Judá: “Tu nuera ha fornicado y ciertamente está en cinta” (38:24). Su reacción no pudo haber sido más cruel: “Sacadla y sea quemada” (38:24).
¡El mas grande de los hombres machistas! El resuelve sus deseos sexuales con la entrega de un cabrito. A ella que la quemen. Ni siquiera a la luz de aquellos tiempos se justifica tan bárbaro comportamiento.
Pero Tamar tenía un as en la manga. Cuando la llevaban para matarla mandó este mensaje a su suegro: “Del varón cuyas son estas cosas estoy en cinta” (38:25). “Y mostró a sus verdugos el sello, el cordón y el báculo”.
Rendido por la evidencia Judá reconoció los tres objetos, confesó su culpabilidad por no haberle entregado su hijo Sela en matrimonio y confesó que Tamar era mejor que él. Judá no volvió a tener relaciones sexuales con ella, ni contempló la posibilidad de tomarla por esposa, considerando deshonroso casarse con su nuera. Pero no consideró deshonroso acostarse con ella a cambio de un cabrito.
Tamar dio a luz gemelos.
Nada más se dice aquí de Judá. Yo lo considero egoísta, malvado, amoral, injusto. Ordena matar a Tamar porque trasgredió la ley de Jehová. Él la había trasgredido antes al negarse a entregarle por marido a su tercer hijo, como la ley indicaba. Todo ocurrió hace tres mil años, de acuerdo, pero también en aquellos tiempos los hombres sabían lo que estaba bien y lo que estaba mal, como Jehová dijo a Caín.
Según la genealogía de Lucas, Judá está considerado como uno de los antepasados de Cristo (Lucas 3:26).
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