Las migraciones son el icono específico que da un carácter especial y original a la experiencia del pueblo de Israel. A lo largo del artículo citamos unas frases que podríamos llamar rubricadas por Dios o por su Palabra.
Es por eso que se puede encontrar tanta orientación bíblica en torno al tema de las migraciones internacionales, en torno a la inmigración que afecta a Europa y a nuestro propio país.
La experiencia religiosa del pueblo de Israel, su relación con Dios, se da dentro de este icono bíblico tan especial: la migración. Migraciones que, en muchos casos, llevan el sabor de la frase bíblica:
“Sal de tu tierra y de tu parentela”. Por tanto, el Antiguo Testamento aporta mucha reflexión en torno a las migraciones y el libro del Éxodo es, por excelencia, el icono bíblico de toda migración en el mundo. Es por eso que los cristianos no tenemos muy difícil la estructuración de una Pastoral de la Inmigración.
Por otra parte, la situación de los inmigrantes en muchas partes del mundo en donde son presa de cierta esclavitud, opresión, engaño, discriminación y dificultad para cobrar los salarios justos, tiene su paralelo también en la situación bíblica: experiencia de esclavitud, injusticias, opresión, sufrimiento y necesidad de liberación que devuelva la dignidad al pueblo de Dios migrante. El icono de los patriarcas que tuvieron que dejar su tierra y su parentela, el icono de la peregrinación por el desierto, los iconos de salidas y vueltas a la patria, el icono que en la cultura oriental significaba el de la acogida al extranjero, y toda la normativa legal que en la literatura veterotestamentaria se configura para la acogida, el respeto y la atención al extranjero, pueden ir sentando las bases para una Pastoral de la Inmigración en nuestro momento histórico.
Dentro de la normativa legal veterotestamentaria se clama por la igualdad entre el inmigrante extranjero y entre el natural de la tierra. Si en nuestras culturas los movimientos solidarios lanzan la consigna: “Somos diferentes, somos iguales”, ya en la literatura del Antiguo Testamento se dice lo siguiente:
“Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo…” Y el texto queda rubricado de la siguiente manera:
“Yo Jehová vuestro Dios”. (
Lv. 19:34).
Esta recomendación bíblica sería necesario sacarla hoy no solamente en medio de la sociedad que oprime y discrimina negativamente, sino aún dentro de nuestras Congregaciones en donde todavía hay recelos para involucrar a los nuevos miembros inmigrantes en el gobierno de la iglesia. Es una frase rubricada por Dios mismo que debe estar a la base de toda pastoral de la inmigración. Así, pues, con una pastoral de este tipo no se trata de hacer asistencialismo, como algunas iglesias han entendido (dar ropa, alimentos, etc.), sino de poner al inmigrante en un plano de total igualdad, dignidad y consideración, como si de un natural de entre nosotros se tratara, sin dejar de hacer el asistencialismo necesario.
En cuanto a la búsqueda de la justicia y del derecho que debe comportar una pastoral de la inmigración, tenemos textos en la normativa legal veterotestamentaria como éste:
“No torcerás el derecho del extranjero”. (
Dt. 24:17) y
“Maldito el que pervirtiere el derecho del extranjero”, que queda rubricado de la siguiente manera:
“Y dirá todo el pueblo: Amén”. Por tanto, una pastoral de la inmigración estará marcada por la denuncia de las situaciones injustas y por incluir dentro de nuestra evangelización y proclamación del Evangelio un elemento imprescindible: la denuncia contra la injusticia y la búsqueda del derecho, de lo justo. Esto sería aplicable a todo tipo de colectivo oprimido y marginado, pero un prototipo bíblico de éstos son los extranjero o los inmigrantes. De ahí que se citen conjuntamente los tres prototipos de personas indefensas que necesitan protección: los huérfanos, las viudas y los extranjeros o inmigrantes.
Aunque ya hemos hablado del Jesús migrante, cuestión que debe sensibilizarnos a los seguidores de Jesús a la consideración, dignificación y respeto de los migrantes del mundo, terminamos con una de las frases de Jesús que le identifica con toda la literatura veterotestamentaria y que le sitúan como el último de los profetas que defendieron el derecho del inmigrante o extranjero:
“fui forastero y me recogisteis”, lo cual es lo mismo que decir:
“fui extranjero y me recogisteis” o, lo que mejor iría en el lenguaje del contexto de una pastoral de la inmigración: “fui inmigrante y me acogisteis”.
Y la pastoral de la inmigración debería rubricar esta frase con las palabras de Jesús:
“Por mí lo hicisteis”. Porque, además, lo contrario, aunque no sea muy popular mencionarlo, es caminar hacia la condenación eterna, porque la frase de Jesús resuena como un megáfono ampliado por la fuerza divina: “Porque fui inmigrante y no me acogisteis”. Y luego concluye: e irán estos al castigo eterno, y los justos, es decir, también los que no han torcido el derecho de los inmigrantes, irán a la vida eterna. O sea, en el trato a los inmigrantes, también la iglesia y los creyentes nos jugamos nuestro futuro eterno, nuestra credibilidad, la acogida que necesitamos todos de parte de nuestro Padre Dios.
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