En el año 2001 había en España algo más de 1.300.000 inmigrantes y en el año 2006 había ya alrededor de 4.200.000. En estos últimos cinco o seis años ha habido un crecimiento de más de 500.000 inmigrantes por año en nuestro país.
Esta aceleración y rapidez del crecimiento de inmigrantes ha hecho que la respuesta de los distintos sectores de la sociedad española a la interpelación de los colectivos inmigrantes, haya sido también acelerada, poco planificada y con escasez de reflexión. La magnitud del crecimiento de la población inmigrante en España ha cogido de sorpresa tanto a los sectores sociales, como a los políticos y, también, como es lógico, a la iglesia. Por tanto, no es de extrañar que haya pastores desorientados dentro de nuestras iglesias, dando, a veces, respuestas no adecuadas a un fenómeno tan importante como es el de la acogida al extranjero, fenómeno que viene avalado de una forma extraordinaria y prioritaria por la Biblia a la que queremos seguir y ser fieles.
Por eso, si la respuesta de la sociedad a la interpelación de los inmigrantes ha estado empañada, aunque quizás de una forma minoritaria, por la formación de estereotipos y prejuicios que afectan negativamente a los diferentes colectivos de inmigrantes, como, por ejemplo, el que vienen a quitarnos trabajo o, en otros casos, con la asociación del inmigrante con la inseguridad ciudadana y con la violencia, el fuerte temor a lo desconocido y a lo extraño y otros miedos, miedos que han dado lugar a que la respuesta social a la inmigración haya estado empañada por ciertas violencias como la que vimos en el metro de Barcelona y otras muchas discriminaciones y actitudes racistas y xenófobas. España tiene que hacer esfuerzos para ir depurando estas actitudes para que la acogida a los inmigrantes sea en total dignidad. La sociedad necesita tomar más tiempo para ir articulando una respuesta digna a la interpelación que suponen la presencia de tantos inmigrantes.
La respuesta política a la fuerte interpelación migratoria, también se ha visto marcada por esta rapidez y aceleración de la inmigración. Las leyes de extranjería no han sido las mejores posibles. Han sido demasiado restrictivas y no siempre justas. Ha seguido manteniendo a muchos nuevos ciudadanos de España en la ilegalidad y no ha sabido cómo arreglar el problema de los “sin papeles”.
La iglesia también a tenido sus problemas en la respuesta a la fuerte interpelación que recibe por un sector prioritario en la vivencia de la espiritualidad cristiana según las directrices bíblicas, y no ha sabido aún estructurar una buena pastoral para la inmigración. Quizás le ha faltado tiempo para reflexionar lo suficiente.
Por tanto debemos pararnos también para estructurar la respuesta eclesial. Muchas veces se ha enredado en temas de si se debe potenciar una iglesia evangélica netamente española o, si lo que se debe hacer, es simplemente potenciar una iglesia evangélica en España. Los pastores se han visto muy desorientados y los miedos sociales no han sido ajenos dentro de las propias congregaciones. Miedos a dar cabida a los nuevos miembros en el gobierno de la iglesia, miedos a perder algo de sus esencias tradicionales, miedos a mantener el equilibrio litúrgico o doctrinal que a ellos les parecía lo mejor, miedo a la irrupción de identidades culturales nuevas que interpelan a las formas culturales tradicionales dentro de la congregación, miedos a perder identidades o formas en muchos casos ya estereotipadas y caducas. Todo esto ha hecho que las iglesias no hayan sabido enriquecerse con el potencial positivo que ofrecen nuestros hermanos inmigrantes y su respuesta a la interpelación no ha sido siempre satisfactoria. Desde sectores evangélicos más liberales, se les ha tachado de conservadores en sus líneas políticas o de fundamentalistas en sus orientaciones religiosas. Ha habido, en fin, muchos miedos a las respuestas que la iglesia ha intentado dar a la interpelación de los inmigrantes, aunque muchos de ellos ya eran evangélicos en sus países de origen.
Por tanto, la iglesia tiene que plantearse como debe ser su pastoral de cara a la inmigración, para poder enriquecerse de todo el potencial que supone la llegada de nuevos miembros, para que nuestras comunidades se puedan fortalecer y enriquecer. Hay que hacer reflexiones sobre cómo interrelacionarse con las nuevas iglesias étnicas que se han ido creando para que no queden reducidas a iglesias al margen de los movimientos evangélicos españoles, respetando siempre sus formas culturales, su dignidad y todas sus aportaciones al Evangelio en España.
La respuesta a la interpelación de los hermanos inmigrantes debe potenciar la vivencia de la espiritualidad cristiana de los evangélicos españoles. Debe potenciar nuestra respuesta que debe estar teñida de fraternidad y de un sentimiento humanitario que, en muchos casos, está adormecido en las conciencias de muchos evangélicos españoles. Debe potenciar la idea de que la iglesia es esa gran familia que puede reunir en su seno a cualquiera de los integrantes de cualquiera de los pueblos del mundo, de la tierra. La iglesia, en su respuesta a la interpelación de los inmigrantes, debe ir creando líneas de futuro y de orientación en el presente a todos los sectores sociales, políticos y culturales del pueblo español. La iglesia debe ser pionera y no ir siempre a la retaguardia insolidaria. La iglesia debe marcar las pautas de la auténtica acogida, del diálogo, de la ayuda diacónica y de la fraternidad que debe existir entre los hombres. Si tiene miedo, sus temores eliminarán la gran oportunidad y ofrecimiento de enriquecerse con la presencia y las aportaciones de los nuevos miembros que en nuestras iglesias están llegando de allende los mares.
La iglesia evangélica en España se puede enriquecer muchísimo con la presencia de tantos creyentes evangélicos. No debemos de tener miedos a sus aportes en nuestras costumbres, en nuestras liturgias, en nuestras alabanzas, en nuestras formas de adorar y de orar, en nuestras tradiciones culturales, a veces cerradas y, por tanto, estancas a las aportaciones que hoy el mundo de las migraciones nos ofrecen.
Si Jesús fue experimentado en quebranto, es decir, experto en sufrimiento, si Jesús fue extraordinariamente humano en su relación con los sectores más deprimidos de la sociedad, las corrientes migratorias nos ofrecen la oportunidad de seguir en todo esto al Maestro: Ser experta en sufrimiento y humana, mucho más humana en la acogida. Ahí comenzará su experiencia enriquecedora.
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