¿Cómo puede ser que lo imposible sea posible? La respuesta está en que una confianza excesiva en el privilegio puede venir acompañada de una subestimación de las posibilidades ajenas.
El género literario de la fábula ha sido empleado por diversos autores para exponer realidades que tienen que ver con la vida humana, pero que están descritas desde el prisma del mundo animal. Una ventaja evidente que tiene ese género es que resulta fácil llegar a todo tipo de público, incluidos los niños o aquellos adultos que no tienen mucha preparación académica. No es lo mismo que una disquisición filosófica, plagada de conceptos abstractos. Al ser animales los protagonistas, el relato es asequible y entretenido, a la vez que las lecciones pertinentes. La caracterización de animales con peculiaridades humanas se difundió de forma universal mediante los dibujos animados en el cine, de lo cual Walt Disney supo sacar gran rentabilidad, siendo el Pato Donald y Mickey Mouse dos de sus mejores exponentes.
Una de las fábulas más conocidas es la de la liebre y la tortuga, cuyo argumento se basa en el notorio contraste que hay entre la capacidad de movimiento de la primera y la segunda. A todas luces parece obvio que en una competición, nada tiene que hacer la tortuga frente a la liebre. Y, sin embargo, en la carrera que ambas emprenden, finalmente será la tortuga la que llegue primero a la meta y venza. ¿Cómo puede ser que lo imposible sea posible? La respuesta está en que se puede confiar tanto en el privilegio, que esa misma confianza genera una sobreestimación de las propias posibilidades, acompañada de una subestimación de las posibilidades ajenas. Eso hizo que la liebre se durmiera y cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. Por otro lado está la desventaja abrumadora de la tortuga, pero que es compensada por su perseverancia. A partir de ahí, las verdades contenidas en la fábula se pueden aplicar a la vida humana.
Durante siglos la sangre fue determinante para ocupar posiciones en la vida y aún hasta el día de hoy, a veces, sucede así. La sociedad de la Edad Media estaba basada en la ventaja o desventaja que tenía la sangre. Si se nacía en una familia noble, automáticamente el recién nacido tenía ante sí un horizonte lleno de posibilidades, porque partía de una posición de privilegio. Si se nacía en una familia plebeya, la persona ya tenía por delante unos límites que demarcarían su sitio en la vida. No era lo mismo ser hijo de un conde, que ser hijo de un campesino. Aunque el hijo del conde fuera un zoquete, siempre gozaría de su categoría; pero si el hijo de un campesino era una lumbrera, a duras penas podría escalar puestos.
Retrocediendo en el tiempo, esa dependencia de la sangre se hacía todavía más patente con la institución de la esclavitud, por la que el hijo de un esclavo ya nacía en esa condición, que sería vitalicia. La disparidad de posiciones entre un hijo y un esclavo de la casa era a todas luces definitiva, no pudiendo nunca el esclavo aspirar, ni de lejos, a tutearse con el hijo. Y aunque pudiera gozar de la estima del amo, por ley natural era imposible que el esclavo se convirtiera en heredero, derecho reservado exclusivamente a los hijos. Pero como ocurre en la fábula de la liebre y la tortuga, es factible que el esclavo adelante al hijo y se haga con su privilegio, no porque tenga derecho al mismo en razón de naturaleza, sino por su valía personal, haciéndose de este modo posible lo imposible.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El siervo prudente se enseñoreará del hijo que deshonra y con los hermanos compartirá la herencia.’ (Proverbios 17:2). La gran lección que nos presenta este tweet es que finalmente el merecimiento personal es mejor que la distinción personal. O como dice Matthew Henry al comentar este texto: “El verdadero mérito no sigue a la dignidad… La verdadera dignidad seguirá al mérito.” Y hasta en una sociedad en la que los encajonamientos son totalmente rígidos, la valía personal se hará notar y recibirá su justa remuneración. Y viceversa, la falsa confianza en el privilegio también la recibirá, pero en sentido contrario.
Por eso, lejos de pensar que tenemos limitaciones imposibles para proyectos que solamente los más dotados pueden alcanzar, es preciso captar la verdad que contiene este tweet de Dios, en el sentido de que nuestros dones, si sabemos ejercerlos con esfuerzo y constancia, rendirán su precioso fruto y obtendremos lo que se imaginaba imposible.
En el terreno espiritual también sucede lo mismo. El que tiene todas las ventajas puede quedarse sin nada y el que tiene todas las desventajas puede obtenerlo todo. La inhabilitación natural que Jacob tenía para la primogenitura, fue superada por el gran valor que le dio. En contraste, el derecho natural que Esaú tenía para la primogenitura lo perdió, por su falta de aprecio a la misma.
Y es que la verdad de que hay postreros que serán primeros y primeros que serán postreros tiene un alcance mucho más profundo que el que proporciona la fábula de la liebre y la tortuga.
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