El engrandecimiento de una sociedad se debe a la bendición de los rectos, cuya beneficiosa acción se nota en lo que hacen.
Mucho antes de ambicionar el poder, aquel hombre se había enamorado de sí mismo, porque nadie era más alabado en toda la nación por su atractivo, dado que ‘desde la planta de su pie hasta su coronilla no había en él defecto.’ Si todo el mundo le admiraba, era inevitable que la fama se le subiera a la cabeza y terminara creyéndoselo. De haber existido entonces Instagram, su imagen, en fotos y videos, habría saturado esa red social, acaparando el primer puesto. Y si hubiera habido Facebook, habría superado cualquier récord en número de seguidores. Estaría todo el día haciéndose selfies y posando para encontrar el perfil más adecuado y así continuar ganando fama y popularidad. Su copiosa melena no dejaba indiferente a nadie.
También se rodeó de un grupo de incondicionales, con los que hacía ostentaciones públicas de grandeza y mediante las cuales aumentaba su distinción y encandilaba a la gente, para que se viera que no se trataba sólo de un guaperas sin más, sino de todo un dirigente hecho y derecho, alguien fuerte, que sabía lo que quería.
Pero todo esto no le bastaba, porque aunque ya era de sobra conocido le faltaba llegar a lo más alto, a la cúspide del poder. El problema es que en esa cúspide estaba su propio padre, lo cual hubiera sido motivo más que suficiente para frenar a cualquiera; pero para un hombre cuya vanidad no tenía límites, el problema no estaba en él sino en su padre, que, mientras viviera, le impedía el acceso al mando total.
Y así fue como lleno de presunción y de soberbia inició una campaña de auto-promoción, a la vez que de desprestigio de su padre. Como el prestigio de éste era inmenso, tenía que trabajar para minarlo, sembrando dudas en la gente y de esta manera procurar robarle la lealtad que le tenían, para que la depositaran en él. Fue la astucia lo que guió su acción, al ponerse en el lugar estratégico, para ir poco a poco dejando en evidencia al rey y presentarse a sí mismo como la solución verdadera. La adulación y la lisonja, siempre efectivas, redondeaban su maquinación, sabiendo cómo emplear las palabras más adecuadas, en un discurso interesado y preparado de antemano. Cuatro años le llevó la tarea, pero al fin su esfuerzo iba a dar los frutos apetecidos. Todo lo que hizo, lo hizo a espaldas del rey, su padre, ignorante de lo que estaba sucediendo.
Cuando se sintió lo suficientemente fuerte y con bastantes apoyos, incluso entre gente importante, asestó el golpe que le encumbraría a la cima y en un estudiado y preparado escenario, lanzó su atrevida proclama. Ahora era él el rey. Se trataba, ni más ni menos, de un vuelco total en la esfera del poder, lo que suponía incluso que había que acabar con la vida de su padre. Y como contaba con muchos seguidores, todo parecía indicar que ganaría la partida que jugaba a una sola carta.
Sin embargo, las cosas no salieron como él había previsto y en lugar de un golpe casi incruento, se desató una guerra civil entre dos bandos enfrentados, el que le seguía a él, mayoritario, y el que seguía a su padre, minoritario. Veinte mil hombres cayeron en el campo de batalla. Fue una lucha fratricida de una nación enfrentada a sí misma, por la ambición de un hombre que no tuvo reparos en emplear todos los medios, con tal de conseguir su objetivo. Y en el curso de la contienda, aquella melena, que había sido su símbolo por excelencia, fue la causa de su perdición personal.
Un desastre colectivo y una profunda herida, que todavía tendría secuelas, es lo que quedó de aquella intentona de un vanidoso enamorado de sí mismo, que acabó sepultado bajo un montón de piedras.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.’ (Proverbios 11:11). Una ciudad es una sociedad, una colectividad de personas que se relacionan entre sí. Esa sociedad puede ser trastornada por la boca, esto es, las palabras o discursos, de malvados, que desatan incendios y remueven bajas pasiones, cuyo final es la destrucción. Por el contrario, el engrandecimiento de una sociedad se debe a la bendición de los rectos, cuya beneficiosa acción se nota en lo que hacen. Fue un hombre recto, al cargo de Egipto, el que salvó al país de la catástrofe. Fue una mujer recta, en la corte de Asuero, quien salvó a su pueblo en una hora oscura. Detrás de ambos, estaba la bendición de Dios. Ninguno de los dos era perfecto, porque sólo ha habido Uno así en esta tierra. Pero la intención de los dos era recta.
En España vivimos días en que bocas malvadas propagan su discurso para echar abajo todo lo construido, a fin de imponer sus designios. Sus palabras son veneno, sus metas inconfesables y de seguir avanzando en sus objetivos llegará el día en que trastornen, de la peor manera que existe, la convivencia. Mi oración es que Dios fortalezca a los hombres y mujeres de recta intención y destruya las maquinaciones de los perversos.
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