El mal moral es una realidad más siniestra todavía, estando compuesto de dos elementos, dos átomos, por así decirlo, como son la maldad y el daño.
El monóxido de carbono es un gas que está compuesto por la unión de dos átomos, uno de carbono y otro de oxígeno, siendo una amenaza para la vida en nuestro planeta, al proceder mayormente de los tubos de escape de los vehículos y de las centrales térmicas. En un entorno doméstico su exposición prolongada puede causar la muerte en minutos y su peligro reside en que no se huele ni se ve, por lo que su presencia no es detectable por nuestros sentidos, provocando cada año muertes a causa de calderas o estufas de combustión defectuosa.
El mal moral es una realidad más siniestra todavía, estando compuesto de dos elementos, dos átomos, por así decirlo, como son la maldad y el daño. El primer átomo es la maldad, que es su motor y motivación, siendo lo que hace que el mal sea mal. La maldad es esencial al mal, estando presente incluso cuando el mal está inactivo. El otro átomo constituyente del mal es el daño.
Pero hay una diferencia entre maldad y daño, porque mientras la maldad siempre es una entidad moral, el daño puede serlo o no. Hay daño moral si la maldad consigue sembrar su malévola semilla en aquel contra quien va dirigida su acción y reacciona a su vez con maldad. Entonces es cuando la maldad ha alcanzado su victoria. Sin embargo, hay otra clase de daño que la maldad produce cuyo carácter no es moral, sino de sufrimiento. Tal sufrimiento puede adoptar múltiples facetas, que van desde el sufrimiento físico al anímico y desde el individual al colectivo. Pero el daño que es sólo sufrimiento se puede reconvertir en daño moral en aquel que lo experimenta, sucediendo cuando el dañado responde con maldad al daño recibido.
Así pues, en la molécula del mal hay dos átomos, maldad y daño, que la configuran. Lejos de suceder como con algunos elementos químicos, cuya presencia es escasa o rara, el mal está diseminado por doquier en este mundo, de manera que la atmósfera moral que respiramos está contaminada por el mismo. No hace falta ir muy lejos ni convertirse en investigador, para percibir su presencia cotidiana y profunda en la vida.
El mal necesita un instrumento o agente para hacerse patente, no pudiendo existir allí donde no lo haya. Es por esa razón por la que se mueve donde hay seres con libre albedrío, porque solo seres con voluntad pueden ser capaces de hacer o transmitir el mal. No hay mal en las criaturas inferiores, aunque sí sufran las consecuencias del mal que hay en las criaturas superiores.
Hay un par de ejemplos en la Biblia ilustrativos, estando uno en el Antiguo Testamento y el otro en el Nuevo. El ejemplo del Antiguo Testamento está descrito en la actitud que tuvo Saúl hacia David. Los dos elementos del mal, la maldad y el daño, se hicieron presentes en el corazón de Saúl, quien a toda costa quiso destruir a David, siendo evidente que el daño que quería hacerle era producto de su maldad. Sin embargo, aunque logró hacerle mucho daño a David, y la prueba de ello la tenemos en algunos de los Salmos que el futuro rey escribió, la maldad de Saúl no consiguió el objetivo último, que hubiera sido que David albergara maldad hacia él en su corazón. Antes al contrario, no sólo David le perdonó la vida en dos ocasiones, sino que cuando cayó muerto en el monte Gilboa, lloró sinceramente su pérdida.
El otro ejemplo, y éste es supremo, está en el Nuevo Testamento, en Judas y Jesús. El mal, en la plenitud de su expresión, se alojó en el corazón de Judas, quien mediante su maldad hubiera querido, si fuere posible, no solamente que Jesús sufriera, sino que también sucumbiera al poder de tal maldad. Es evidente que hizo daño a Jesús, no solamente por lo que padeció a manos de otros, sino por el sufrimiento causado por el desgarro interior de una traición, urdida no por un extraño sino por un íntimo. Ese daño podía haber causado una reacción recíproca en Jesús, con lo cual el mal habría logrado su total propósito. Pero en el peor momento, Jesús llamó a Judas amigo.
Hay un tweet de Dios que dice lo siguiente: ‘El alma del impío desea el mal; su prójimo no halla favor en sus ojos.’ (Proverbios 21:10). Entre el malo y el mal hay una connivencia perfecta, hasta el punto que puede decirse que existe un enamoramiento, un flechazo, que liga a los dos. La palabra que se ha traducido como ‘desea’ tiene el matiz de anhelar, de codiciar. Hay una desbocada pasión del malo hacia el mal y una abrumadora seducción que el mal ejerce sobre el malo. Pero tal alianza no empieza y acaba en ambos, sino que va a manifestarse incluso sobre la persona más allegada posible. La palabra traducida como ‘prójimo’ también tiene el significado de amigo, de compañero. Cuando el mal hace presa en un corazón, ni siquiera el más próximo va a hallar gracia en sus ojos, porque mal y gracia son términos antagónicos. Los casos de Saúl y de Judas confirman la verdad de este tweet de Dios. Y los días actuales, en los que el mal se multiplica, la reconfirman.
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