“Ahora todo el mundo habla de sexo y política, pero la muerte sigue siendo un tabú”, dice Barnes. Es el tema del que nadie habla, observa el escritor. De hecho, “la mayoría transfiere el miedo a la muerte al temor a envejecer”. Los once relatos que configuran este volumen, tienen el nexo común de la vejez, pero tenemos que esperar hasta el último de ellos,
El silencio, para entender el significado del título. En él se nos revela que “para los chinos, el limón es el símbolo de la muerte” (pág. 227).
Estas historias son de una emocionante profundidad, exenta de cualquier tentación de lástima. Están dotados de una excepcional y escalofriante cercanía, en que con una sutil y penetrante inteligencia, asistimos a las postreras escenas de una vida que se agota. Los personajes son seres enfrentados a una repentina y cruel revelación de su inexorable condición de simples y miserables mortales. Algo que muchos ocultan toda su vida, como un pecado vergonzoso, escondido orgullosamente en un armario…
HISTORIAS DE DESENCANTO
Los protagonistas de este libro son todos ancianos. La historia de Mats Israelson se sitúa en una decimonónica Suecia. Allí el autor nos presenta al señor Bodén y la señora Lindwall, infelizmente casados por separado. Los dos han estado enamorados platónicamente durante veintitrés años, pero nunca han confesado lo que sentían. Cuando Anders Bodén yace en su lecho de muerte, solicita la presencia de la señora Lindwall, pero una vez más es demasiado tarde. Ante su confesión, ella se despide airada, porque malinterpreta sus intenciones. Y él moribundo, se muestra incapaz de justificar, con este último encuentro, toda una vida de sueños.
Similar desasosiego sufre el comandante Jackson en
Higiene. Este militar retirado ha viajado a Londres cada año, con la excusa de un encuentro con viejos camaradas, cuando en realidad lo que le importaba era visitar a escondidas una prostituta algo mayor que él. El último viaje descubre que ya no está. Por lo que para él, “ya no había más ahora” (pág. 95). Algo se ha resquebrajado sin remedio en el absurdo edificio, que ha mantenido toda la vida, cuyas grietas ya nunca se taparán. Como la decepción del joven narrador de
La jaula para frutas, cuando descubre que su padre tiene una amante y que durante años ha sufrido el maltrato físico de su esposa.
TIEMPO PERDIDO
El reestreno recrea una pasión inútil, la del escritor ruso Ivan Turgeniev por una actriz mucho más joven que él, cuando lo único que conseguirá de ella es un molde de yeso de su mano. El desamor sin embargo permanece a veces oculto, como en
La de cosas que sabes, cuando dos ancianas viudas se reúnen cada mes para desayunar y añorar los momentos felices de su matrimonio, pero cada una de ellas conoce los secretos ocultos del difunto marido de su amiga y no se atreve a revelarlos.
En
El saber francés, el propio Barnes se convierte en protagonista por la correspondencia que recibe de una lectora de su novela
El loro de Flaubert. La vieja señora Winstanley terminará por morir sin encontrar respuesta a la pregunta: “¿Qué es la vida?” Ya que estos son relatos acerca del fin de las cosas, cuando descubrimos que el tiempo se agota sin remedio y no hay prórrogas piadosas, ni segundas oportunidades, que nos salven del naufragio. “A medida que envejecemos”, dice Barnes, “el contraste entre lo que creímos que sucedería en nuestras vidas y lo que realmente pasó se agudiza y tenemos por tanto, una mayor capacidad para el arrepentimiento, el remordimiento y la culpabilidad”. Es entonces cuando “nos damos cuenta de que es imposible retornar al punto en donde el camino se bifurcó y avanzar en la dirección opuesta”.
LA HORA DE LA VERDAD
“La sociedad nos presenta una ilusión”, dice el autor de
La mesa limón, “la vida humana como algo que cada uno puede crear personalmente, que está bajo nuestro control, y que seremos recompensados de cierta forma”. El escritor descubre que esto es mentira, “pero nos apercibimos de ello demasiado tarde”. En cierto modo podríamos decir que este es un libro contra de la idea de la serenidad de la vejez. Un texto molesto y doloroso de leer, que nos enfrenta a una realidad, sobre la que preferimos callar, pero que nuestro silencio no puede hacer cambiar. Ya que cuando finalmente llegue la hora de la verdad, tendremos que dar cuenta de la realidad de nuestra vida.
“Llegaría un día”, dice el
Eclesiastés, “en que tiemblen los guardianes del palacio y se doblen los valientes”. Ese día “se cerrarán las puertas que dan a la calle, el ruido del molino se irá apagando; las aves dejarán oír su canto, pero las canciones dejarán de oírse; la altura causará miedo, y en el camino habrá peligros”. Pues “el hombre va a su hogar eterno, y en la calle se escucha ya a los que lloran su muerte”. Por eso dice el predicador:
“Acuérdate de tu Creador ahora”, porque “después de eso el polvo volverá a la tierra, como antes, y el espíritu volverá a Dios quien lo dio”. Entonces “Dios nos pedirá cuentas de todos nuestros actos, sean buenos o malos, aunque los hayamos hecho en secreto”. ¿Estás preparado para ese día?
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