Tienen que asumir, también, el compromiso de que, si no encuentran empleo, deben regresar a sus países. A todo esto se añaden frases preocupantes como: “Cerraremos las puertas a todos aquellos que no respeten la ley y atenten contra la convivencia española”. Quiere hacer las repatriaciones más ágiles y restablecer una norma del Gobierno del PP, que en su día fue neutralizada por Zapatero, para poder expulsar a los delincuentes extranjeros con delitos menores.
Es posible que haya personas en España que vean esto con toda normalidad y hasta positivo. Yo tampoco quiero alarmar demasiado desde estas líneas, pero hay varios factores que hacen que sobre los inmigrantes penda, de alguna manera, esa espada de Damocles que, afilada, se sitúa sobre sus cabezas, mal sujeta por una crin de caballo -tal como cuenta la historia-, que, en cualquier momento, puede romperse.
Estos factores son los de considerar la inmigración como problema -al menos esa es la idea que a grandes rasgos se transmite-, hablar de los peligros de la inmigración, de los delincuentes extranjeros que hay que expulsar y controlar, hablar de hacerles que cumplan las leyes, como si esto no ocurriera, que respeten las costumbres, que trabajen, que paguen impuestos... como si la mayoría de los inmigrantes en España, alrededor de cuatro millones, no trabajaran, ni pagaran impuestos y formaran focos de delincuencia atentando contra la convivencia española... cuando esto corresponde a unas minorías, como sucede también con los propios ciudadanos españoles.
Para mí el peligro está en la sensación general que se puede generar con estas declaraciones. Sensación de que la inmigración es un problema, un peligro y algo que puede atentar contra la convivencia pacífica de los españoles. Yo creo que habría que tener más cuidado y tacto al anunciar medidas de control de inmigrantes. Según hemos defendido en esta serie, los inmigrantes deben respetar nuestra cultura, pero nosotros, a su vez, sin prepotencias y en plan de igualdad, debemos respetar igualmente las suyas para que las culturas no formen compartimentos estancos, sino que se interrelacionen enriqueciéndose mutuamente dando lugar a lo que estamos llamando como proceso intercultural que beneficie a todos. Se les puede pedir que respeten nuestras costumbres sólo en la medida que nosotros respetamos las costumbres de ellos en una interrelación de respeto a la diferencia, a la pluralidad y a la convivencia pacífica. Porque, ¿dónde están las buenas costumbres? ¿Son las nuestras? ¿Somos una cultura superior o simplemente somos más prepotentes? El mundo camina hacia la pluralidad y diversidad cultural y no hacia una cultura monolítica que no se podrá mantener en ningún sitio.
Nosotros,
desde esta serie, hemos rechazado el concepto de integración fagocitaria que elimina las otras culturas que portan los inmigrantes. Puede haber integración en el trabajo, en el sistema democrático, en el pago de impuestos... sin necesidad de que exijamos renuncias culturales y sin necesidad de querer que todos se adapten a las “buenas costumbres” españolas, ya que éstas, tampoco están definidas. ¿Quién las ha de definir? ¿Rajoy? ¿Va a estar el Contrato de Integración por encima de la Constitución Española y de las Leyes? La mejor recomendación para todo inmigrante que cruce nuestras fronteras, es que cumpla las leyes al igual que debemos de hacer los españoles.
SOS racismo entiende o considera que la propuesta de Rajoy da a entender que los inmigrantes no trabajan ni cumplen sus deberes, pero creo que va más allá: Da a entender que no cumplen las leyes, que son un problema y un peligro, que los términos inmigrante y delincuente circulan en paralelo, cuando esto ocurre sólo con minorías al igual que ocurre con los ciudadanos de cualquier país.
La generalidad de los inmigrantes en España están trabajando y creando riqueza para nuestro país. No me extraña que desde el gobierno, el ministro del interior hable de la propuesta de Rajoy como de “humo con un tufo de xenofobia” aunque Astarloa, Secretario Ejecutivo de Libertades Públicas, Seguridad y Justicia del PP, desde la oposición, diga -según el Diario El Mundo- que el Gobierno “pretende ocultar a la ciudadanía la necesidad de poner ley y orden a la inmigración y al caos que ha creado Zapatero”.
Yo sé que esto ya entra en la política, cuestión que yo no quiero tocar en estas líneas, pero sí decir que la inmigración no puede sumirse en el valle de las sombras del miedo, la inseguridad y de los estereotipos sociales negativos que deberían eliminarse en lugar de potenciarse. Tanto el Gobierno como la Oposición, deben trabajar por eliminar esos estereotipos negativos para la consideración de la inmigración en España.
Yo creo que el pueblo cristiano tiene el deber de trabajar por el buen nombre de los extranjeros, como si de un natural de entre nosotros se tratara, y, como dice la Biblia, por duro que parezca, amarlos como a nosotros mismos. Así lo dice la Biblia y, este precepto, antes que del prójimo en general, se dijo en las Sagradas Escrituras en el contexto de la consideración que debemos de tener sobre los extranjeros.
Los políticos pueden trabajar por el orden, por la convivencia, por la paz... pero también por la justicia, por el respeto al diferente, por el buen nombre de aquellos que están haciendo que nuestra economía crezca, por todos aquellos que nos sacan adelante de nuestra escasez de jóvenes, de nuestra pobreza demográfica -que también es pobreza-, haciendo que se pueda sostener nuestro sistema de bienestar. Sangre joven y fuerte a la que hemos de respetar y velar por su buen nombre para que nadie les pueda robar su dignidad.
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