Cada matrimonio es un “huerto cerrado” (Cant.4,12), único, una auténtica creación única, desarrollando un equilibrio único en cada aspecto de la vida conyugal.
Tras las dos anteriores entregas de análisis bíblico (“Mujer, autoridad y sometimiento”, “Hombre y mujer: otra exégesis es posible”) en este tercer y último bloque concluyo con algunas consideraciones personales.
En mi opinión, la afirmación según la cual “los integrantes del género masculino tienen cualidades esencialmente distintas que las del género femenino”[1] es más que cuestionable: si la diferencia es de “esencia”, hombres y mujeres no representarían géneros distintos sino especies distintas. Es cuestionable cuáles sean esas diferencias, es cuestionable cual sea el grado de tales diferencias, y es cuestionable que la Biblia sancione esas diferencias.
En mi opinión, es un planteamiento tramposo demandar la sujeción de la esposa como un deber concreto, cotidiano, mientras que el ejercicio de la autoridad del esposo al modo de Cristo se plantea como un ideal, un futurible[2].
Es jugar con dos barajas distintas. A menudo, la relación que se crea bajo esta tensión: “Es más bien un juego de dos tipos de poder: el frontal que se hace visible como dominación; el encubierto es menos visible, pero por lo general es mucho más poderoso.”[3]
Me satisface mucho más este otro enfoque de la cuestión: “A menudo, cuando se me pregunta: ¿Quién manda en el matrimonio?, siempre respondo que la pregunta más importante no es ésta, sino ‘¿Qué puedo hacer para que la persona que amo, siga creciendo a lo largo de la vida?’ (…)
Hay un juego de palabras y de conceptos en inglés que es muy adecuado para iluminar este principio: ‘power’, que significa ‘poder’, y ‘empower’, que viene a querer decir ‘dar poder’ o ‘potenciar’ (su equivalente en castellano podría ser ‘potencia’ y ‘potenciar’).
Tanto el matrimonio en sí, como la persona a quien amar y la capacidad de amar son regalos que Dios Creador nos hace. Somos amantes y no propietarios de las personas a las que nos vinculamos. Este sentido de gratitud y de gratuidad ha de prevalecer hasta el final para cuidar con esmero de aquello que nos ha sido dado.”[4]
Dicho en términos semejantes: “El sometimiento de la iglesia a Cristo y de la esposa a su esposo es algo más exigente y distinto que obedecer códigos, o conformarse a la autoridad, o aceptar el gobierno. Es la entrega de todo nuestro ser por el bien del otro, la adhesión al servicio completo en todas las dimensiones de la vida compartida, una orientación de vida hacia el servicio que se adopta en respuesta al amor.”[5]
En mi opinión, puede decirse con propiedad que en la Biblia “no se encuentra un patrón normativo único para todos los matrimonios, para todos los tiempos y para todas las culturas; lo que sí hallamos son los recursos esenciales para analizar y discernir cómo vivir matrimonios íntegros y saludables de acuerdo con las intenciones de Dios de posibilitar las relaciones de amor, fidelidad, esperanza y justicia.”[6]
El matrimonio no es una ciencia exacta ni un patrón cerrado; es un arte creativo.
En mi opinión, la esencia del matrimonio cristiano se refleja de forma sana y bíblica con ilustraciones de este tipo: “el arte de vivir en pareja”,[7] “un viaje común de común crecimiento en un proceso de desarrollo que abarca un largo periodo”[8].
En mi opinión, cada matrimonio es un “huerto cerrado” (Cant.4,12), único, una auténtica creación única, desarrollando un equilibrio único en cada aspecto de la vida conyugal.
En mi opinión, en lugar de tomar un texto específico de la Escritura para construir desde él todo un armazón teológico sobre cualquier tema, conviene recordar lo que es mucho más claro en el contexto general de la revelación de Dios en la Biblia; conviene recordar y subrayar que el matrimonio cristiano pertenece al ámbito del asombroso reino de Dios, al reino del amor, al reino del amor excéntrico y subversivo descrito en 1ª Corintios 13.
Creo en sumergirnos en el amor de Dios, un amor que cubre multitud de defectos, un amor que se dice y se ejerce de muchas maneras, entre otras: respeto, responsabilidad, renuncia. Reflexionar en detalle sobre esos nombres del amor cristiano será tarea de otra exposición[9].
Artículo tomado, con permiso del autor, del blog "Alenar".
[1] Juan Varela: Origen y desarrollo de la ideología de género. Fundamentos teológicos del matrimonio y la familia. Op. Cit. Pg. 28. El subrayado es nuestro.
[2] Cfr. Emmanuel Buch: “Malos tratos: hombre, mujer y Palabra de Dios”. In En la brecha: revista de información y opinión sobre maltrato y violencia familiar. Madrid, Noviembre-Diciembre, 1999.
[4] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Barcelona: Publicaciones Andamio, 2009. Pg. 166.
[6] David Augsburger: El amor que nos sostiene. Op. Cit. Pg.32. “A lo largo del matrimonio cada miembro de la pareja debe estar dispuesto al crecimiento, debe ser sensible a las necesidades, debe comprometerse a lograr al bienestar del otro tanto como el propio. De modo que cada uno se preguntará: ¿Dé que manera puedo amar al cónyuge que Dios me dio con un interés verdaderamente igual al suyo? ¿De qué manera voy a elaborar una fidelidad activa hacia la persona que Dios me ha confiado, que implique verdadera fidelidad? ¿Cómo podré ofrecer, y reclamar justicia e igualdad, a la pareja que elegí ante Dios, y garantizar que se haga realmente lo justo? ¿Cómo podré encontrar esperanza en los momentos de confusión y conflicto de modo que permitamos que nuestras vidas se forjen y reconstruyan en manos del Dios de la esperanza? ¿Si mi cónyuge eligiera la separación, cómo pudiera actuar de manera amorosa y responder con respeto a su derecho de decidir aun cuando yo no esté de acuerdo con esa elección?” Ibid. Pgs.32-33.
[7] Josep Araguàs: El matrimonio, un camino para dos. Desarrollando el arte de vivir en pareja. Op. Cit.
[9] Cfr. Emmanuel Buch: “Matrimonio cristiano: un misterio que se desvela como ministerio de amor”, aquí.
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