Hoy los amigos ya no se comprometen, simplemente porque no saben abrazar ni mirar a los ojos ¡Ni mucho menos llorar juntos!
Creo que hoy no necesito ni siquiera contar una historia para explicar lo que está pasando en nuestro primer mundo: en este momento es habitual ver a una familia comiendo en un restaurante y todos ellos mirando su teléfono, compartiendo lo que van a comer, hablando con sus amigos, o simplemente viendo lo que otros están haciendo. ¡A veces incluso hablando con los que tienen a su lado enviándoles mensajes! Las llamadas redes sociales no sólo han invadido nuestra intimidad, sino que nos han dejado sin ella. Completamente solos.
Me gusta, no me gusta… ¿Me sigues? Hemos llegado a un momento en el que nos preocupa más lo que los demás piensan (si algo les va a parecer mal o no) que lo que sienten las personas que nos aman. En muchas situaciones, no nos importa lo que dicen las personas que tenemos con nosotros ¡lo que no podemos es quedar mal con los que están lejos! Simplemente porque ven nuestras redes sociales. Pensamos que la clave en la vida es tener miles de “me gusta” de nuestros seguidores, y creemos que eso es bueno… sin darnos cuenta de que hay personas que tienen millones de seguidores porque viven cometiendo las más disparatadas actividades y/o debido a las frases más idiotas que puedas imaginar.
Hemos llegado a olvidar lo que significa la verdadera amistad. Podemos tener miles “me gusta” pero ya no pasamos una tarde hablando con un amigo (¡Cómo se pasó el tiempo! Decimos), con lo que terminamos siendo lo que los demás quieren que seamos. Hoy los amigos ya no se comprometen, simplemente porque no saben abrazar ni mirar a los ojos ¡Ni mucho menos llorar juntos! Parece que todos han olvidado que lo que realmente cura nuestra alma es estar con alguien a quién amas. ¡Desgraciadamente lo mismo sucede dentro de la familia! Hace poco supe de la celebración de un aniversario de casados en las redes sociales, el marido muerto de risa en un rincón, mientras su mujer hablaba con todo el mundo en su Instagram contando lo grandioso que estaba siendo el día…
“Me siento solo”, escuché decir a alguien que tenía cientos de miles de seguidores en sus redes sociales, y la verdad pude comprender la razón porque era alguien que estaba perdiendo sus amigos “reales” por su adicción a las redes. Lo mismo está sucediendo con muchos: no contestan las llamadas ni los mensajes, pero responden rápidamente cuando alguien les escribe públicamente ¡aunque sea un desconocido!
Lo triste es que vivamos así aquellos que decimos amar al Señor: Jesús, en su vida terrenal, tuvo muy pocos seguidores, a Él lo que le preocupaba era estar con las personas; las amaba, las escuchaba, las curaba física y espiritualmente ¡Y sigue haciendo lo mismo en el día de hoy! “Te daré gracias Señor, de todo corazón.... por tu amor y verdad. Cuando te llamé, me respondiste y aumentaste mis fuerzas” (Salmo 138:1-3).
Nuestro Creador, el ser más “ocupado” del universo, sigue escuchándonos a todas horas, en cualquier momento, en todas las situaciones ¡Qué diferente sería este mundo si nos pareciéramos más a nuestro Padre!
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