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Un tiempo para lamentarse, un tiempo para esperar

La queja puede fortalecernos, moldear nuestro carácter y, a su vez, formar el carácter de una nación.

JUBILEO AUTOR 957/Jonathan_Tame TRADUCTOR Rosa Gubianas 29 DE ENERO DE 2021 12:30 h
Detalle del cuadro 'Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén', de Rembrandt van Rijn (1630). / Wikimedia Commons

Este es un momento para lamentarse. El tercer confinamiento (anunciado este mes de enero en Reino Unido) ha traído otra ola de incertidumbre, estrés y ansiedad a todo un país que apenas empezaba a tener la esperanza de que el fin de la pandemia estaba a la vista. Los profesores tienen que cambiar radicalmente la forma de enseñar a sus alumnos con sólo unas horas de antelación. Los padres que trabajan se enfrentan de nuevo al escenario imposible de educar en casa mientras intentan cumplir también con sus responsabilidades ante sus empleadores. Muchos directores y gerentes de empresas tienen que romper otro plan de negocios provisional que hicieron para tratar de mantenerse a flote en las condiciones económicas más difíciles a las que se han enfrentado. Los ministros y funcionarios del gobierno deben diseñar y aplicar una serie de nuevas normativas en un tiempo récord para ofrecer un nuevo apoyo a los grupos de personas perjudicadas por el nuevo confinamiento.



Y, por supuesto, es la enorme presión que sienten los equipos de los hospitales de todo el país, que intentan desesperadamente gestionar la creciente afluencia de pacientes de Covid-19, lo que ha llevado al gobierno a imponer de nuevo medidas draconianas de cierre.



Este es un tiempo para lamentarse; para volver a llorar por las personas que han muerto a causa de la Covid-19, o que han perdido su trabajo o su negocio. Por todos aquellos cuya salud mental ha entrado en una espiral descendente, especialmente los que viven solos o en residencias. Para los alumnos que no pueden realizar los exámenes para los que se han preparado y los estudiantes cuya experiencia universitaria dista mucho de lo que esperaban. Para todos aquellos cuya esperanza aplazada les ha dejado enfermo el corazón.



Tenemos que lamentarnos porque no hay soluciones rápidas ni fáciles, ya que incluso las vacunas desarrolladas a una velocidad milagrosa tardarán muchos meses en desplegarse. Debemos soportar más dolor e incertidumbre durante algún tiempo más; este virus nos está dando una verdadera paliza.



El mes pasado leímos esa maravillosa promesa de Isaías, en vísperas de la Navidad: “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que viven en el país de la sombra de la muerte ha amanecido una luz”. Los doce días de Navidad ya terminaron y, sin embargo, con la pandemia lejos de estar controlada, parece que la alborada aún está lejos.



Enfrentados a esta cruda realidad, el lamento no es una forma más de desahogar nuestra ira y frustración, sino que debe ser constructivo. La queja puede fortalecernos, moldear nuestro carácter y, a su vez, formar el carácter de una nación. El lamento puede traer muchos resultados positivos; mencionamos sólo dos.



[destacate]Dios está al lado de la gente en su sufrimiento. Su presencia reconfortante solo puede recibirse realmente por la fe.[/destacate]El primero es una apreciación del nombre profético que se le dio a Jesús: Emanuel. Es el Dios que se acerca a los pobres, a los solitarios, a los enfermos, a los oprimidos y a los aislados; los pastores del monte fueron los primeros en recibir la invitación angélica de visitar al rey recién nacido. El “Dios con nosotros” realmente quiere incluir a todo el mundo, no sólo a los religiosos, los dignos, los justos y los exitosos, sino a todos nosotros, incluidos los afligidos por la pandemia. Él está al lado de la gente en su sufrimiento, pero su presencia reconfortante parece esquiva; sólo puede recibirse realmente por la fe. Por eso, Dios envía a sus representantes: seguidores de Jesús que, llamando por teléfono, visitando o llevando ayuda, demuestran la realidad del amor de Dios por el mundo.



El segundo fruto del lamento actúa a un nivel más profundo. Nos pone en contacto con la verdad de que todo esto, es decir, la dolorosa realidad de una pandemia mundial, no es en absoluto lo que Dios quería. La narración bíblica nos muestra que Dios tiene intenciones buenas, hermosas y brillantes para toda la creación, pero que la insistencia deliberada de los seres humanos en vivir de forma autónoma de su Creador (pensando que sabemos más) desató de alguna manera una maldición en el mundo que ha distorsionado toda la vida y la sociedad, dejándonos muy lejos de las buenas intenciones de Dios. La brecha sentida entre “lo que es” y “lo que debería ser” es un poderoso impulso para volver a Dios y valorar las mejores partes de la vida, o sea, nuestras relaciones con los demás por encima de otros ídolos.



Este virus microscópico y burlón nos ha puesto de rodillas y nos ha demostrado que no somos los dueños de nuestro destino. Una actitud de lamento es una actitud de humildad, y es un lugar donde pueden crecer las semillas del arrepentimiento, tanto personal como colectivamente. No nos saltemos este paso crucial, ni veamos el lamento como un mero desierto. Por el contrario, en el dolor podemos encontrar y ofrecer esperanza.



 



Este artículo se publicó por primera vez en la web del Jubilee Centre y se ha reproducido con permiso.


 

 


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