La fe y la palabra

Por Iván Campillo Moratalla

Las Sagradas Escrituras afirman en Hebreos 11:1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. También se nos dice en Hebreos 11:3: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”.

Quiero escoger dos términos clave, fe y palabra, porque creo que se trata de dos conceptos recíprocos e indisociables. La fe nunca puede ir sola sin la palabra, sino que el fondo de nuestras creencias siempre emerge —consciente o inconscientemente— en nuestra forma de comunicarnos y de pensar. La ‘fe en’ siempre es una certeza interna que dirige el curso de nuestras acciones hacia un propósito concreto y definido, pero todo propósito comienza siendo una idea antes de cristalizar en su equivalente material. Así, pues, Dios tuvo fe y con la palabra dio inicio al universo, al orden, a la vida en sus múltiples formas y al hombre (su imagen y semejanza).

En Romanos 4:17 se confirma que: “Dios llama a las cosas que no son como si fuesen”, y en Juan 1:1-5 se explica que: “Todas las cosas fueron hechas por el Verbo, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En el Verbo está la vida y la luz de los hombres”. La fe y la palabra, unidos por una cópula, son dos términos que tiene una piedra de toque espiritual. La fe y la palabra son capaces de dar lugar a una nueva creación, y no solo en la boca del Dios Altísimo, sino también en la boca de sus hijos que han sido hechos a su imagen y semejanza. Efectivamente, la fe y la palabra no solo son capaces de crear o hacer positiva una idea buena, sino que también son capaces de crear cosas malas: “La muerte y la vida están en el poder de la lengua” (Proverbios 18:21).

Así se narra en la historia de los doce espías que fueron a reconocer la tierra de Canaán (Números 13), en la que diez dieron un reporte negativo y solo dos, Josué y Caleb, dieron un informe positivo, o mejor dicho, una sentencia de fe. Todo el pueblo fue contaminado con las palabras negativas de los diez espías, generando un ambiente de queja y desconfianza que les haría vagar durante cuarenta años, habiendo tocado ya los límites de la promesa. El desenlace de este interesante episodio se encuentra en Números 14:38: “Solo Josué y Caleb quedaron con vida de entre aquellos hombres que habían ido a visitar la tierra”, solo ellos entraron en Canaán. ¿Casualidad o causalidad? Si creemos que el destino de ellos se debió a aquel informe, entonces Dios dio a cada uno lo que creyó y afirmó. La fe les fue “contada por justicia” (Génesis 15:6).

¿Qué es lo que nosotros creemos y afirmamos? ¿Qué es lo que ideamos y materializamos? ¿Qué es lo que queremos escuchar y ver? ¿Qué queremos recibir? A mi juicio, estas preguntas tienen gran importancia en el contexto mundial en el que nos hallamos. Podemos creer que nos encontramos en un contexto de crisis o afirmar que vamos a prosperar y a conquistar nuestra tierra prometida, podemos tener fe o sucumbir al miedo. Y lo que creamos así será: la creencia advendrá creación. No existe término medio entre la fe y el miedo, no puede haber indiferencia. O somos elevados o somos quebrados; o provocamos un contexto de prosperidad con la fe y la palabra positiva o somos arrastrados por el pánico mundial; o pensamos por nosotros mismos o seremos pensados; o valoramos o seremos valorados. Es una oportunidad para los hijos de la fe, para el dos por ciento que trae una buena noticia y un informe extrañamente exitoso.

Iván Campillo Moratalla – Estudiante Filosofía – Reino Unido

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