Más vale Navidad en mano que ciento volando

Pasada la Nochebuena, la Navidad y la Nochevieja, a los niños nos aguardaba aún la ilusión más grande, el día de Reyes con su cabalgata y sus juguetes. Es posible que estos primeros recuerdos míos partan del año 1961 ó 1962. Sin apenas haber dormido, mi hermano y yo nos levantábamos temprano para ver los regalos. En aquella época sólo teníamos un dormitorio para todos. Hablo de un corralón de vecinos situado en calle Feijóo nº 6, barrio de la Trinidad, uno de los más castizos de Málaga. Todavía existe aunque ya remodelado, conservando la misma estructura de entonces, una joya. Después de disfrutar un rato con lo que Melchor y Gaspar (Baltasar estaba reservado a mis futuros hermanos), nos habían traído, mi padre rallaba dos tabletas de chocolate mientras mi madre calentaba la leche en una olla grande para el desayuno. A veces comprábamos churros, otras migábamos pan. De los juguetes puedo decir que se repetían año tras año, quizás alguno aparecía nuevo sobre el aparador del comedor. Al llegar la noche se volvían a guardar en la parte superior del ropero hasta el año siguiente. Para nosotros aquella altura era similar a la del Everest. Por esta causa, los juguetes no se rompían, no se estropeaban. Se cuidaban como oro en paño. Cuando los niños del corralón jugábamos, lo hacíamos en grupos, no como ahora que los juguetes están enfocados a disfrutarlos en soledad. 

Por aquel tiempo, el ambiente navideño estaba amenizado por un tesoro que no todos poseían y sí todos compartían: la radio. Recuerdo los ratos sentada junto a ella escuchando los cuentos que transmitían por la tarde, sobre todo en estas fechas, cuando también los villancicos sonaban en las pocas emisoras que existían. Se usaba la imaginación, toda por estrenar, pues yo intentaba ver a los personajes a través de las rendijas. Sin lugar a dudas sabía que estaban dentro del aparato, escondidos, y que en cualquier momento podían salir y darnos una sorpresa. No existía la televisión, o no  formaba parte de mi mundo. 

Ahora todo es distinto, la convivencia con los demás casi no existe, o lo es de otra manera a la que nos hemos visto obligados a adaptarnos. La vida de niños y mayores es menos compartida. Siempre se recuerdan como mejores los tiempos pasados, lo sé, pero para cada uno de nosotros, además del nacimiento de Jesús, la niñez trae recuerdos diferentes, aromas especiales, sabores de recetas ancestrales, personas que nos rodeaban y animaban las fiestas. Se vive el presente intentando mantener algunas de aquellas costumbres que nos marcaron y se van añadiendo otras que aportan los nuevos miembros de la familia que crece y se multiplica. 

Ante estos tiempos de nuevas incertidumbres, en casa no hacemos planes para años venideros. Nos contentamos con el presente. Dejamos el futuro para los que nos sustituirán como nuevos anfitriones. A duras penas estamos aprendiendo que más vale Navidad en mano que ciento volando.